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Sánchez, acorralado

La victoria electoral que pensaba acrecentar corre el peligro de convertirse en derrota frente a un PP en pleno auge

Las cosas se le han ido de las manos hasta el punto de amenazar la victoria electoral que todos los sondeos daban por segura, que él pensaba acrecentar sustancialmente y ahora corre el peligro de convertirse en derrota frente a un PP en pleno auge. Es la consecuencia lógica de jugar a ser aprendiz de brujo aunando la manipulación de la justicia, el intento estéril de apaciguar a quienes alientan o utilizan la violencia y el desprecio manifiesto de la voluntad popular. Ahora Pedro Sánchez se encuentra solo ante unos acontecimientos que han desbordado las peores previsiones, acorralado en su despacho de La Moncloa, sin atreverse a pisar las calles de Cataluña e impotente ante ese caos, viendo venir el 10-N con las encuestas a la baja, restándole votos y escaños cada día que pasa.

Nada de lo que tenía planeado ha salido como esperaba, excepto la sentencia del Supremo, que trató de contentar a todos y no ha satisfecho a nadie fuera del PSOE y sus terminales mediáticas. Lo que no calculó bien el socialista fue la reacción del independentismo a ese fallo, que ha superado los peores augurios a pesar de que el Ejecutivo puso su mejor empeño en que los jueces del Alto Tribunal condenaran por sedición y no por rebelión, tal como pedían la Fiscalía y la acusación popular, a costa de retorcer el brazo de la Abogacía del Estado, convertida escandalosamente en abogacía del Gobierno. El afán un tanto acomplejado de conseguir la unanimidad y la politización de la justicia a través del CGPJ, en cuyas manos están las carreras y nombramientos de sus señorías, hicieron el resto, empezando por denegar la solicitud de los fiscales para que los condenados cumplieran al menos la mitad de sus penas antes de poder acceder a la libertad. Una demanda contemplada en el Código Penal y sobradamente justificada, teniendo en cuenta que las medidas penitenciarias susceptibles de abrirles las puertas prematuramente dependen de independentistas que no se cansan de aplaudir a esos reos. ¿Alguien cree que los mantendrán presos un segundo más de lo indispensable para no acabar en la cárcel con ellos?

El presidente en funciones quiso mostrarse conciliador en la represión de esa sedición por la misma razón por la que ahora rechaza obstinadamente aplicar las medidas constitucionales (artículo 155 o Ley de Seguridad Nacional unida al cierre radical del grifo económico) que pide a gritos una situación fuera de control, caracterizada por el hecho sin precedentes de que la máxima autoridad del Estado en la comunidad autónoma se alinea descaradamente con quienes atacan a la Policía y levantan barricadas, además de amenazarnos con declarar la independencia. En cualquier país de nuestro entorno Torra habría sido depuesto antes de ser detenido, pero aquí sigue al frente de la Generalitat en nombre de la «moderación» que, según nos ha dicho Sánchez, es un modo de mostrar fortaleza democrática a los salvajes y su líder máximo. Lo cierto es que el candidato anda haciendo cálculos y ya no le salen las cuentas. Con el mapa electoral actual habría podido entenderse con Ciudadanos por un lado o con Podemos y Ezquerra por el otro, pero prefirió tentar a la suerte y forzar una repetición electoral tan innecesaria como irresponsable. Ahora solo le queda echarse en brazos de Pablo Iglesias, al que rechazó de forma humillante en verano, sumar al pacto a los de Junqueras, encabezados por un Rufián a quien se está cosiendo a toda prisa un traje de «separarista responsable», meter también en la cama a Otegui y rezar para que dé la suma.

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