Democracia y PolíticaDictadura

Sánchez, como Putin

Salvando todas las distancias aplicables, nuestro presidente del Gobierno y el autócrata ruso se parecen notablemente y siguen trayectorias paralelas. Derivas cuyo curso ha mutado de forma abrupta en los últimos tiempos, hasta el punto de oscurecer sus respectivos horizontes. La peor de sus pesadillas, el destierro del poder, se cierne sobre sus cabezas. Y es que el primer rasgo de personalidad que comparten estos dos próceres de la izquierda es una ambición ilimitada, difícilmente compatible con la esencia de la democracia.

Pedro Sánchez y Vladímir Putin son tremendos narcisistas enamorados de sí mismos y convencidos de encarnar el ideal masculino de belleza. No hay más que ver sus movimientos, su actitud, su uso y abuso de la cirugía estética para disimular los estragos de la edad o del acné juvenil, su culto indisimulado a la propia imagen. ¿Qué líder se prestaría a protagonizar una serie de autobombo cuando la mayoría de sus ciudadanos las está pasando canutas? El nuestro, fiel discípulo del otro en el posado estudiado hasta el último detalle con el propósito de exhibir un cuerpo que considera perfecto.

Pese a su aparente seguridad y a su evidente arrogancia, los dos son también supervivientes de grandes naufragios políticos causantes de un resentimiento hondo impregnado en sus actuaciones. Al socialista español lo echaron sus compañeros de partido después de sorprenderlo metiendo votos en una urna. El exagente del KGB se vio obligado a ejercer de taxista tras la caída de la Unión Soviética. Ni uno ni otro han perdonado semejantes humillaciones, argamasa de la determinación con la que se aferran a la poltrona. Tal es su convicción de merecerse estar donde están por habérselo ganado a pulso, que no hacen ascos a nada ni a nadie en el empeño de permanecer. Retorcer el brazo de la justicia, aliarse a indeseables, silenciar a los medios de comunicación críticos, utilizar el presupuesto público en beneficio de sus intereses… Bien es verdad que el español no ha llegado al asesinato ni a la invasión de un país vecino, como sí ha hecho el ruso. A nosotros nos amparan los paraguas de la Unión Europea y la OTAN, ansiosamente buscados por quienes se han quedado fuera, mientras las víctimas de Vladimir están indefensas ante él. O, mejor dicho, lo estaban…

Contra todo pronóstico, Ucrania no solo ha resistido a la embestida del oso, sino que está a punto de expulsarlo de su tierra. Las tropas rusas retroceden en desbandada, los jerarcas del régimen mueren en extrañas circunstancias y la popularidad del dictador se desmorona. Aquí las encuestas auguran una sonora derrota de Frankenstein, arrastrado por la caída de Podemos y del PSOE. A Putin solo le queda sembrar los campos del Donbass de minas. A Sánchez, si nadie lo impide, hacer lo propio en el Constitucional. Y en ello están.

 

 

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