Ética y MoralPolítica

Sánchez después del sanchismo

Si fuera verdad lo que cuentan los defenestrados, uno a uno, resulta que todos acaban satisfechos por salir del lado de Sánchez y todos pidieron voluntariamente dejar de ser ministros. Si eso fuera verdad, que no lo es, supondría que Pedro Sánchez es un jefe pésimo, cuyos colaboradores andan locos por irse lejos de su sombra. Pero a los defenestrados les ha pasado lo mismo que a Jesús Caldera cuando fue convocado en Moncloa para anunciarle su cese como titular de Trabajo y Asuntos Sociales: ¿por qué me echas, preguntó Caldera; por tu política de inmigración, contestó Zapatero; a lo que el cesante rebatió, «querrás decir por tu política de inmigración, presidente».

Sánchez destituye a Ábalos por cumplir órdenes en el oscuro asunto del Delcygate, a Campos por seguir instrucciones para acabar con la independencia del Poder Judicial, a Iván Redondo por convertir la presidencia del Gobierno en el plató de un ‘reality show’, a Laya por agraviar al Monarca marroquí y a Calvo por pararle los pies al neofeminismo podemita (o igual ha sido por no parárselos). Todos caídos por sanchistas, por fidelidad al líder, por llevar las cosas allí donde les dijeron que las llevaran, pero con la sorpresa de que ahora es Sánchez el que rompe con los sanchistas, con sus camisas viejas.

La crisis va de eso; de ahí que no se cierre ningún ministerio y refuerce los mantras dominantes: jóvenes, ecología, mujeres y publicidad, mucha publicidad. En el pasado se hablaba del franquismo después de Franco y ahora descubrimos su fenómeno inverso, Sánchez sobreviviendo al sanchismo. Pero al líder socialista le pasa lo del carroza en las discotecas: aquello de que cuando no ves al viejo en la pista de baile es porque el viejo eres tú. Sánchez se ha puesto a soltar todo el lastre que le rodea sin percatarse de que él es el lastre.

 

 

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