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Sánchez y Trump: farsantes paralelos

Hay un rosario de similitudes: son mentirosos empedernidos, dirigentes que han secuestrado a su partido conduciendo a sus países a una rara polarización

Resulta chocante que, mientras la ONU mantiene que los saharauis deben decidir si quieren o no ser marroquíes, Trump y Sánchez sean presidentes que han asegurado que el territorio debe ser dado a Marruecos sin más. La diferencia estriba en que Trump ha hecho un trueque suculento, Marruecos reconoció a Israel. No sabemos lo que ha obtenido Sánchez, que continúa mimando a Marruecos; el PSOE, por ejemplo, se ha convertido en un tenaz ‘lobby’ marroquí en Europa desmarcándose de los socialistas europeos, etc.

Un observador superficial concluiría precipitadamente que si en esto coinciden ambos, y aun aceptando que los dos pecan de soberbia y chulería, en su conducta son radicalmente diferentes. Pero, no, hay un rosario de similitudes: resultando mentirosos empedernidos, dirigentes que han secuestrado a su partido conduciendo a sus países a una rara polarización, políticos que intentan colonizar a las instituciones, personajes que hicieron un manejo torticero de la pandemia a pesar de sus bravatas, que coquetean o chapotean con la corrupción, carecen de escrúpulos, muestran deferencias a otros autócratas… Lo desmenuzamos:

Las trolas: Trump, según el enrabietado ‘The Washington Post’, lanzó 10.000 mentiras o tergiversaciones en su mandato y, desde luego, debutó con una, los asistentes a la ceremonia de su jura del cargo «son un récord en la historia», e hizo mutis con otra, «Biden me ha robado la elección en 2020».

Sánchez no es tan prolífico en las falsedades aunque sí más enjundioso: jura desafiante que nunca pactará con Bildu o Podemos, traería a España para ser juzgado a Puigdemont, se inventa el comité de expertos de la pandemia… Su apareamiento con los independentistas está pavimentado con mentiras conocidas. Es junto al americano y Putin uno de los embaucadores mayores del siglo.

Polarización y secuestro: Estados Unidos y España viven una división con pocos precedentes, entre nosotros habría que remontarse a las postrimerías de la República para ver algo parecido, y los dos líderes han abducido a los miembros de su partido. Los votantes republicanos creen que Trump es el único capaz de ganar a los demócratas y el control del expresidente llega a extremos increíbles: es archisabido que la subsistencia de Ucrania frente a Putin depende totalmente de la ayuda estadounidense. Sin embargo, dado que Biden es un decidido partidario del apoyo a Ucrania, Trump ha seducido o acogotado al suficiente número de congresistas republicanos para bloquear la asistencia militar porque podría pulir la desvaída imagen de su adversario electoral. La viabilidad de Ucrania y la estabilidad de sus aliados europeos, algo incalificable, le resbala. El militante republicano traga y otorga.

Con Sánchez menos gente aún se mueve en la foto socialista aunque él cambie el Código Penal, haga pelillos a la mar con la malversación –el partido de los cien años de honradez– y regale indultos a golpistas. ¡Qué diferencia con Calvo-Sotelo, que no indultó a golpistas sino lo contrario: su gobierno recurrió la sentencia para que los de la trama del 23-F tuvieran una pena más ejemplar! (Otro ejemplo de que la superioridad moral de la izquierda es, como diría el joven doctor Bellingham, «a fuckingshit», o, en lenguaje paladino, caca de la vaca).

Los disidentes socialistas españoles son, no nos engañemos, un puñadito. González, Guerra, Virgilio Zapatero, Corcuera, Paco Vázquez o Leguina han denunciado el doblez y la charlatanería de Sánchez, pero no han hecho excesiva escuela y alguno aún confiesa que no tendrá más remedio que votarle. Si Trump ha corroído mentes –bastantes votantes republicanos justifican la revuelta violenta post-electoral de enero de 2020– dando pábulo a disparatadas teorías conspiratorias, Sánchez ha inculcado a millones de españoles que la llegada de la derecha al poder es aberrante, contra natura, apocalíptica. Todo vale para evitarlo. El ensanchado pesebre, el pánico a perder el sustento, no explica del todo la adhesión al sanchismo; la postura de Solana, Fernández de la Vega, Bono y no digamos del caricato Zapatero, que anteayer consideraban demencial la amnistía, así como la de millones que votan a Sánchez se asienta en el primer mandamiento del sanchismo: todo menos que Feijóo, que va a gobernar «con esos fascistas que van a castrar a los emigrantes, penalizar a los transexuales y rapar al cero a las feministas progres», pueda gobernar. Todo. Hay en las hinchadas de ambos una tácita receptividad a aceptar ataques a la democracia y a la constitución que impidan el triunfo del adversario.

Corrupción: Trump es autor de trapacerías, durante años no mostró su declaración de la renta, utiliza donaciones a su campaña para pagar costas legales de sus líos judiciales, engordó las cifras de su patrimonio para lograr créditos ventajosos… Sánchez no renquea de esa pata y no está claro que su esposa deba hacer ‘mea culpa’ por aquello de la mujer del César. Con todo, los ERE de Andalucía –escándalo del PSOE y no de los marcianos ni del PP– el ‘Koldo-Abalos-Armengolgate’ aún inconcluso, son indicativos del talante de su partido. Pero, más importante, ¿cabe mayor ejemplo de corrupción personal, no económica, que indultar y cambiar la ley que se consideraba sagrada para favorecer a un grupito golpista que te mantiene en el poder? ¿Cabe mayor cinismo que insinuar que esto traerá concordia con los que quieren romper España cuando ellos manifiestan acto seguido que lo repetirán en breve? Es un caso tan clamoroso de corrupción ética y moral como la manifestación del 8 de marzo.

Colonizar instituciones: Trump nombró sólo conservadores para el Supremo, trató de presionar a los dirigentes de Georgia para que lo declararan vencedor en 2020, despotrica contra los jueces que lo han encausado e insinúa que, si gana, tratará de emplumar a Biden.

Son futesas comparadas con Sánchez: el fiscal general, la Abogacía del Estado o el CIS están cuadrados a sus órdenes, así como TVE, que rivaliza con ‘El País’ en dar titulares favorables al Gobierno camuflando los adversos, las vicepresidentas fustigan nominativamente a los jueces que se ‘desmandan’ y los separatistas los amenazan ante el silencio de Moncloa. Las instituciones han resistido allí y, gracias a los jueces y la monarquía, más o menos aquí.

Debilidad por autócratas: Biden la tiene con Jinping, encontró aceptables los campos de concentración chinos, y con la belicosidad de Putin hacia los países ‘gorrones’ de la OTAN.

El nuestro muestra comprensión hacia el castrismocomplicidad con Delcy-Maduro y es muy obsequioso con Mohamed VI, al que ha hecho concesiones, un misterio, que no cabrían en esta página.

«Lo que no podía ocurrir», se decía allí y aquí, y finalmente ocurrió.

 

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