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Sangre ferroviaria

El despoblamiento de la España vacía se hubiera frenado con el ferrocarril. Pero esto ya no le importa a casi nadie

Siempre he pensado que la vida es similar a unas vías que se bifurcan en distintas direcciones. Se sale de la estación, pero el viaje es incierto. Se lo escuché decir a mi abuelo, que trabajó en el ferrocarril durante medio siglo. Entró en la Compañía del Norte en 1917 y fue despedido a los pocos días por la huelga general que paralizó el país. Meses más tarde, fue readmitido y se subió a una máquina como fogonero. Acabó conduciendo los trenes en los que viajaba Alfonso XIII. Hay una foto en casa junto al duque de Zaragoza que acompañaba al Monarca.

Yo nací a unos metros de la estación de Miranda de Ebro y, nada más empezar a andar,  jugaba en las máquinas del depósito. Tenía un pequeño martillo con el que golpeaba las llantas de las ruedas. Y me fascinaba cuando las locomotoras de vapor se cargaban de carbón para la caldera, que desprendía un calor infernal.

Tres generaciones de mi familia habían trabajado en el ferrocarril. El cuñado de mi abuelo y su hermano murieron en acto de servicio. Y también un primo de mi padre. No hay ninguna familia que haya pagado tanto tributo a este medio de transporte.

Por ello, y no sólo por razones sentimentales, me duele el desmantelamiento del servicio ferroviario, iniciado a comienzos de los años 80 e impulsado por los sucesivos Gobiernos. Ya no se puede viajar en tren de La Coruña a Barcelona, un trayecto que duraba 15 horas. Ni se puede ir de Madrid a París en aquel Puerta del Sol que llegaba a la ‘gare’ de Austerlitz a las nueve de la mañana. Ni tampoco a Lisboa, cuyo final era la romántica estación de Santa Apolonia. Y también se ha suprimido la vía a Burgos que paraba en Aranda y Lerma.

Casi todos los trayectos regionales que enlazaban los pueblos también han sido cerrados con la excepción del ferrocarril de vía estrecha que transcurre por la cornisa cantábrica, que se va deteriorando poco a poco por falta de inversión. Es el tren más bonito en el que he viajado.

Para acabar, la estación de Miranda llegó a tener 1.500 operarios a principios de los años 60, cuando era un núcleo estratégico de comunicaciones y tenía unos grandes talleres. Hoy está vacía y apenas paran cuatro trenes.

Todos los gobiernos desde la época de González han optado por centralizar la inversión en las líneas de alta velocidad, abandonando el tráfico de mercancías y los trayectos inferiores a 200 kilómetros. He escuchado a más de un ministro justificar esta política por razones de ahorro y racionalidad. Pero creo que es un profundo error.

El cierre de esas líneas ha contribuido a aumentar el trafico por carretera y ha tenido una incidencia negativa en áreas rurales y pequeñas poblaciones que han quedado sometidas al coche. No hay duda de que el despoblamiento de la España vacía se hubiera frenado con el ferrocarril. Pero esto ya no le importa hoy a casi nadie.

 

 

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