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Sanguinetty: Una fórmula para el cambio en Cuba

Una presión sostenida y diversificada de la oposición para dialogar con quienes ostentan el poder abre posibilidades que deben ser exploradas.

Incontables y frecuentes han sido los llamados a la unidad de la oposición a la dictadura castrista, pero pocos parecen saber cómo lograrla ni qué hacer con ella.

Cuando se habla de unidad se hace de manera rutinaria y vaga, sin precisar de qué clase de unidad se trata o quiénes serían sus agentes o protagonistas. La historia de Cuba que comienza en 1959 nos muestra cómo desde los primeros momentos del proceso revolucionario la estrategia del régimen se basó en la disolución máxima de los vínculos formales e informales entre todos los ciudadanos. Este conjunto infinito de relaciones interciudadanas es lo que hoy se denomina «capital social», que de manera imperceptible compone el tejido conjuntivo de toda sociedad, el elemento aglutinante de la cohesión social.

Sin embargo, desde el principio, la atención de los analistas del proceso revolucionario se enfocó primordialmente en los aspectos más fácilmente observables o mensurables de lo que ocurrió en los dos primeros años, especialmente en la expropiación del capital físico y financiero de las empresas, una gran parte de las propiedades inmobiliarias (edificaciones y tierras) de los ciudadanos y la pérdida de un segmento importante del capital humano del país por medio del éxodo.

Pero el capital social no es enajenable. Este fue simplemente diluido, junto a la supresión de la libertad de expresión y de las comunicaciones. Las elementales relaciones interciudadanas que aún existen sin intervención del Gobierno son de poco alcance, por estar limitadas a familias, vecinos, colegas de algún gremio o lugar de trabajo, estudiantes y miembros de ordenes religiosas.

Pronto, el Gobierno cubano monopolizó la unidad de un segmento de la población en torno a las organizaciones y empresas del Estado, las Fuerzas Armadas, el Partido Comunista y las organizaciones de masa.

En muy poco tiempo, el cubano perdió sus libertades para organizar no ya actividades políticas, sino también las de cualquier otra índole. Junto a la reducción de la propiedad privada, la libertad de comercio y de empresa y de otras libertades que aún durante la dictadura de Batista fueron respetadas, pronto el nuevo Gobierno restringió toda la gama de libertades de organización y de expresión. De manera que los ciudadanos quedaron aislados unos de otros y por lo tanto a expensas de los manejos arbitrarios del nuevo orden gubernamental.

Esto es, la riqueza conectiva de los cubanos para realizar cualquier tarea colaborativa independiente a favor de sus intereses individuales quedó reducida a una mínima expresión.

En sus respectivas evoluciones, las sociedades van acumulando diversas formas de riqueza, unas tangibles y otras menos tangibles o del todo intangibles. Entre las primeras podemos incluir el capital físico, el financiero y el humano, y entre las segundas una parte del capital cultural y el capital social. Este último es un concepto relativamente moderno en las ciencias sociales, que ha ido ganando en presencia y utilidad metodológica y analítica con el tiempo.

La identificación del capital social y su evolución en el marco de Cuba nos sirve para enriquecer el estudio del país y sobre todo iluminar algunos aspectos críticos de su extraño desenvolvimiento durante el proceso revolucionario. Siendo una forma intangible de la riqueza de una sociedad que no se puede cuantificar o medir fácilmente, el capital social añade una dimensión analítica de extrema utilidad para describir y explicar lo que ha sucedido en Cuba desde 1959, además de facilitar el estudio y la formulación de estrategias y políticas de cambio en el país por parte de la sociedad civil.

Un cambio que podría guiar a otros

No se puede exagerar la importancia práctica de este concepto a la luz de lo sucedido en La Habana en noviembre de 2020 con base en el Movimiento San Isidro (MSI), cuando unas tres centenas de artistas e intelectuales cubanos se reunieron frente al Ministerio de Cultura para demandar un diálogo con las autoridades y expresarles sus puntos de vista por las restricciones que los mismos sufren a sus libertades.

A este evento prosiguió en febrero una manifestación similar, aunque de menor envergadura, ante el Misterio de Agricultura, para reclamar a las autoridades por la falta de acción oficial sobre el maltrato a los animales y la indiferencia del Gobierno ante la situación. Ambos acontecimientos son muestras del poder preliminar del capital social y hacen recordar el impacto del movimiento Solidaridad en Polonia en los años 80.

En los tres casos las protestas pudieron llevarse a cabo porque se logró una cierta unidad gracias a que los participantes, conectados entre ellos por pertenecer a un gremio, pudieron definir y expresar un objetivo concreto y práctico alrededor de un interés común. En los tres casos, las relaciones interpersonales no solo facilitaron una acción colectiva, sino también la expresión de un interés común gracias a la pertenencia a un sector dado. El pertenecer a un gremio facilita el contacto e intercambio personal y las comunicaciones, a la vez que la identificación de intereses comunes y niveles de confianza interpersonal necesarios para llevar a cabo acciones que puedan tener éxito en plazos más largos.

Lo interesante y prometedor de estos eventos es que desarman a los miembros del Gobierno cubano, que con gran arrogancia se oponen a toda forma de diálogo, incluso a simplemente escuchar opiniones de la ciudadanía, escudándose en afirmaciones falsas sobre los orígenes y motivaciones de estas iniciativas y acusando a sus participantes de ser agentes de Estados Unidos con motivos subversivos. Es también interesante notar que estas iniciativas se pueden lograr con base en la constitución cubana y su sistema legal, aunque las autoridades lo ignoren.

Tras más de 60 años de impotencia ciudadana ante los abusos del totalitarismo castrista y de inmovilidad gubernamental ante los serios problemas que afectan al país, han aparecido en la escena cubana dos ejemplos de iniciativas ciudadanas que, repetidas en más ocasiones y por otros actores, pudieran abrir en la Isla un camino hacia alguna forma de cambio.

A falta de otras estrategias factibles para cualquier cambio y en presencia de la incapacidad ostensible del régimen de mejorar las condiciones de vida en Cuba, una presión sostenida y diversificada de la oposición para dialogar con los que ostentan el poder abre posibilidades que deben ser exploradas con paciencia y sabiduría. Esta podría ser la fórmula para lograr algún cambio en el país, un cambio que pudiera conducir a otros.

 

 

 

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