Savater: Brigadas internacionales
«Necesitamos una Europa que se de cuenta de que el verdadero progresismo es tan poco de izquierdas como Putin resulta un demócrata sin complejos»
Clase. | Alejandra Svriz
Los países de la Unión Europea se parecen bastante entre sí y comparten problemas, amenazas y también ilusiones. Probablemente la inmigración descontrolada es lo que suscita una mayor mezcla muy complicada de miedo y culpa en todas partes. Los retos comunes deberían ser afrontados en común para ser resueltos, pero por lo general, quienes momentáneamente se ven menos afectados por ellos, se desentienden hasta que la gravedad del asunto se convierte en irresoluble para todos. Pasando de lo terrible a lo ridículo, me recuerdan un problema doméstico reciente: en mi vieja casa de Donosti se estropearon las cañerías y el fontanero me explicó que el arreglo implicaba manipular algunas de las estructuras generales del edificio. Sin embargo la comunidad de vecinos estaba poco por la labor: las que funcionaban mal ahora eran las cañerías de mi piso y ellos no querían padecer gastos y molestias en los suyos por mi culpa…aunque finalmente resultaría inevitable que a largo plazo también sufrieran los perjuicios del estropicio. Convencer a gente fundamentalmente buena pero estrecha de miras, de que a veces, nada es mas conveniente para uno que esforzarse por ayudar al otro con quien debemos convivir, es un interesante y necesario proyecto educativo. Pero la educación en Europa no pasa por su mejor momento, ni en lo científico ni en lo cívico… y así nos va.
Lo malo de la situación política española es que, después de salir de la dictadura franquista que nos mantuvo varias décadas ideológicamente más cerca del fascismo derrotado que de las democracias liberales que ganaron la II Guerra Mundial, hemos padecido amenazas antidemocráticas inéditas en el resto de Europa y surgidas aparentemente del propio antifranquismo, es decir con cierto engañoso marchamo progresista. Por ejemplo los separatismos, de una virulencia y obtusa pertinacia que sólo encuentran paralelo en Irlanda. Las pulsiones separatistas nacen durante el siglo XIX en los ambientes clericales y xenófobos del País Vasco y Cataluña, precisamente los territorios más beneficiados por el naciente proteccionismo industrial. Las cerriles guerras carlistas son ante todo batallas contra los inicios de una democracia liberal y laica que pretendía centralizar el Estado: matanzas reaccionarias contra la modernización política de España, cuyo odio al país de todos envuelto en el apego al terruño identitario se mantuvo durante el siglo pasado y nos acompaña todavía en el presente. El único cambio es de signo político: de la derecha mas integrista a una supuesta izquierda antifranquista (el lema «una, grande y libre» es, fuera de interpretaciones interesadas, bastante más progresista que «Dios y leyes viejas» o cualquier otro blasón separatista).
Al resto de nuestros socios europeos le ha costado –aún le cuesta- comprender que los separatismos son las corrientes políticas mas reaccionarias no sólo de España sino de Europa. Incluso el terrorismo de ETA era visto como una especie de guerrilla de liberación, algo así como Hamas, cuyos excesos son comprensibles para quien no los sufre. Y Cataluña era considerada como una colonia que pugna contra su metrópoli, una especie de Angola ibérica luchando por emanciparse. Hay que haber viajado por la UE hace veinte o treinta años para darse cuenta de hasta que punto nuestros vecinos ignoraban minuciosamente lo mas básico de las dificultades que afrontaba este país para recortar el tiempo perdido en la dictadura y ponerse a la altura de las democracias de nuestro entorno.
Por eso tienen tanta relevancia decisiones como la muy reciente del Parlamento Europeo reconociendo el informe de la comisión que visitó nuestro país y apoyó la exigencia legal del bilingüismo en la enseñanza de Cataluña y por extensión de cualquier otra región española. No ocurre en ninguna parte de Europa: es impensable que en cualquier otro país de nuestra unión esté institucionalmente excluida de la enseñanza pública en vastas zonas de la patria común la lengua oficial de todo el estado (y de lejos la más utilizada en todas sus regiones). Y resulta incomprensible para la mentalidad civilizada de los políticos europeos que nos visitan (por ejemplo, los de la comisión que vino a estudiar la situación de catalán y castellano en la escuela catalana) que dictámenes claros y contundentes de los tribunales a favor del tanto por ciento de español que debe utilizarse en las clases sea sencillamente ignorado como nulo y no avenido por las autoridades regionales.
«Si no existiera la derecha, en Europa seguirían creyendo que la inmersión lingüística es una práctica muy aconsejable y democrática»
Por no hablar de los vejámenes sociales que sufren los padres que como es su deber protestan contra este maltrato de los derechos de sus hijos. Porque debe quedar claro: obligar a un español a educarse en catalán (o euskera, o gallego) si prefiere hacerlo en castellano es conculcar sus derechos sociales, no sólo culturales, y perjudicarle económicamente quizá de modo irreversible. Pues bien, después de mas de cuatro décadas de apartheid lingüístico, por fin en Europa se han enterado de lo que pasa en algunas regiones españolas y como es lógico han condenado sin rodeos esta larga injusticia. No todo el Parlamento Europeo han reaccionado tan sanamente, claro: sólo lo que Sánchez y sus Puentes acólitos llaman la «fachosfera». Si no existiera el PP, Cs, Vox y tendencias afines, o sea la tan temida y detestada derecha, en Europa seguirían creyendo que la inmersión lingüística, ese injustificable y dañino abuso educativo, es una práctica muy aconsejable y democrática.
¿Saben por qué? Pues porque los socialistas –sí, los socialistas en Europa, no europeos sino antieuropeos- han votado contra las conclusiones de la comisión europea que visitó Cataluña (y fue hostilizada de todas las maneras posibles allí por el separatismo xenófobo). De la izquierda podemita en cualquiera de sus variantes, de Sumar y los nacionalistas que en cualquier país se oponen a la democracia liberal, no necesito hablarles. Allí donde cualquiera reclama libertad e igualdad entre los ciudadanos, ellos presentan su firme y estúpida oposición. Son siempre, sin falta ni retraso, lo contrario de lo que cualquiera con conocimientos del lenguaje político llamaría «progresista». Pero si leen El País, Público o algo peor (quizá esforzándose mucho lo encuentren) disfrutarán justificaciones de lo injustificable que ensalzan a nuestros enemigos en Europa y nos enemistan con la Europa a la que pertenecemos de verdad cuando dejan de hostigarnos desde la izquierda obligatoria.
Necesitamos Brigadas Internacionales que nos ayuden desde Europa. Gente lúcida y valiente que desafíe la dictadura de tópicos izquierdistas y condene los supremacismos xenófobos que desde el carlismo tratan de impedir la democracia de libres e iguales en España. Brigadas internacionales que condenen la injustificable ley de amnistía, como ha hecho la comisión de Venecia a pesar de los malabarismos risibles del turbio Bolaños para leer lo recto torcido, patéticamente apoyado por editoriales de El País (aunque ahora que lo pienso puede que los escriba el propio Bolaños, cosas más raras estamos viendo). Hay que recobrar de nuevo el apoyo europeo progresista y para eso necesitamos una Europa que se de cuenta de que el verdadero progresismo es tan poco de izquierdas como Putin resulta un demócrata sin complejos.