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Schamis: La Administración de Trump, el multilateralismo y la OEA

La OEA, sin duda, dejaría de existir si Estados Unidos se retirara, pues desaparecerían sus vitales aportes financieros

Asamblea General de la OEA en 2024.

Representantes de los países miembros de la OEA participan en la primera sesión plenaria de la 54ª Asamblea General de la OEA, en Luque, Paraguay, en junio de 2024. // Foto: EFE/Bienvenido Velasco

 

La Orden Ejecutiva del 4 de febrero de 2025 pone en revisión a las organizaciones multilaterales y tratados internacionales de los que Estados Unidos es parte. Se reconsiderará la pertenencia del país a la Unesco y a la Organización Mundial de la Salud, entre otros. Simultáneamente, el Gobierno ha decidido retirarse del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, como ocurrió durante el primer mandato de Trump, del Acuerdo Climático de París y de la Convención de Refugiados de 1951. Agréguese que el creciente proteccionismo y la preferencia por aranceles bilaterales recíprocos socavan, a su vez, las reglas del comercio internacional emanadas de la Organización Mundial del Comercio.

En síntesis, la Administración de Trump se propone desandar el orden multilateral posterior a 1945. Diseñado por el propio Estados Unidos, estaba anclado en una organización para la paz y la seguridad basada en el derecho internacional, la ONU, y en un sistema multilateral de comercio y pagos gobernado por instituciones financieras, Bretton Woods. Se trata, por ello, de un histórico giro en U, un regreso a la política exterior insular y nacionalista anterior a la Carta Atlántica de 1941 y que persigue liberar al país de las restricciones de la institucionalidad de la posguerra.

Este marco conceptual da sentido a las palabras del subsecretario de Estado Landau en la reciente Asamblea General de la OEA, las cuales generaron sorpresa e inquietud. Allí anunció que la OEA también es una de las organizaciones bajo revisión, que no puede predecirse el resultado de dicho examen y que, por ello, “debemos preguntarnos cuál es el sentido de la organización”.

Esto último en virtud de una supuesta falta de respuesta de la OEA frente al fraude electoral y los crímenes de la dictadura en Venezuela, y en relación con la crisis política y de seguridad en Haití. De ahí que, a partir del pronunciamiento del subsecretario, varios comentaristas se apresuraran en pronosticar “el fin de la OEA” debido a que “la OEA no sirve” y otras formulaciones similares.

Dicha lectura soslaya el meollo de la cuestión en al menos tres aspectos. Primero, la OEA, sin duda, dejaría de existir si Estados Unidos se retirara, pues desaparecerían sus vitales aportes financieros. Lo que no sabemos es si dicha decisión depende de la presunta incapacidad de la OEA o de razones doctrinarias de la Administración de Trump. Es decir, su expreso rechazo al multilateralismo, en cuyo caso sería una decisión tomada de antemano. Los ejemplos citados al comienzo ilustran el punto.

Segundo, preguntar si la OEA sirve o no, sin más y punto, es una abstracción. El sentido de la organización es la promoción de la democracia y la defensa de los derechos humanos, según ordenan sus textos “canónicos”: la Carta de la OEA, la Convención Americana sobre Derechos Humanos y la Carta Democrática Interamericana. La OEA servirá en tanto el secretario general tenga la convicción, la voluntad y el coraje de actuar en consecuencia, y logre el apoyo de los Estados.

Por ejemplo, en la década de Insulza jamás se emitió una resolución contra la voluntad de Caracas. Fue recién en 2016, ya con Almagro en la Secretaría General, cuando se votó por primera vez una resolución condenando las alteraciones al orden constitucional.

Y sobre el tema del fraude electoral de julio de 2024 y la posterior represión, la CIDH y el propio Almagro calificaron al régimen de Maduro como “terrorismo de Estado”, aprobándose una resolución al respecto.

El problema de hoy es que no tenemos certeza de que el secretario general Ramdin posea similares convicciones. Su deseo de “dialogar” con Maduro (¡como si no hubiera ocurrido tantas veces!), sin juzgar si se trata de una dictadura o una democracia, no es auspicioso.

Tercero, pensemos en un contrafáctico. ¿Las Américas estarían mejor sin la OEA? ¿En qué otro foro se debatirían los temas políticos de la región? ¿quién observaría elecciones y luego mediaría en caso de disputas? ¿y quién reemplazaría la fundamental tarea de la CIDH? No se trata de cerrar la OEA, sino de exigir a sus líderes actuales cumplir con el mandato: democracia y derechos humanos.

 

*Este artículo se publicó originalmente en Excelsior.

 

 

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