Scioli está cocinado. ¿Cómo y cuándo perdió su chance?
(TN) Dado que la mayoría pifiamos nuestros pronósticos para la primera vuelta tendemos a rehuir la tentación de hacer otros nuevos para la segunda. Nos excusamos diciendo que “puede pasar cualquier cosa”. Lo que es cierto, porque siempre es cierto. Y no quita que Scioli esté sonado.
Podrá recuperar algo de su sonrisa, alinear a la tropa y hacer un papel medianamente digno. Pero es casi imposible que remonte la cuesta. Del otro lado encima Macri disfruta su momento. Le sale todo bien, hasta lo que hace mal. Ha encontrado la posición justa del challenger en el centro del ring, como Alfonsín ante Lúder, y suma sin sobreactuar con cada uno de los déficits y errores de sus adversarios. La fortuna además le sonríe porque estos errores justo ahora se multiplican.
Por el momento, se ha acallado el coro de criticones que reprocha al candidato oficial haber hecho todo mal. Pero lo más probable es que vuelva redoblado cuando se cuenten otra vez los votos. Muy pocos querrán entonces compartir su derrota, siquiera pensar en ella. Así que es preferible reflexionar sobre ella antes de que se confirme y se quede huérfana. ¿Dónde se equivocó Scioli? O mejor dicho, ¿cuál de sus errores fue el decisivo?
Hay por lo menos tres perspectivas sobre el asunto. Una, la kirchnerista, es la más escuchada pero también la más insustancial y estéril. Reza que se equivocó por ser como es, por no ser Cristina, por no haber ignorado las críticas y “militado el modelo” como ella hizo en 2011.
Como argumento no sirve de nada, en todo caso sirve de reproche no a Scioli si no a Cristina: ¿No era mejor probar con un candidato alineado? Lo más probable es que no: Scioli lo hizo muy bien, que no fuera suficiente es otro asunto.
Veamos entonces las otras explicaciones. Una de ellas se remonta en el tiempo. Señala que Scioli se equivocó cuando cedió a la nominación de Zannini. No tanto por el nombre del vicepresidente en sí, como por la señal que al aceptarlo dio al resto del peronismo y del kirchnerismo: no iba a haber problema en imponerle también a Aníbal en provincia, en multiplicar las cadenas nacionales y en que los ultra k le recordaran que merecía todo su desprecio.
Si en vez de ceder resistía, exigía un gobernador cualquiera, amenazaba con forzar una interna, hubiera corrido riesgos pero también tenía chances de volverse jefe de su coalición electoral. Y además de conseguir mejores compañeros de listas tal vez pudiera reordenar la escena, ser en serio “la continuidad con cambios”, y hasta explicar alguno de esos cambios.
¿Por qué no lo hizo? Se suele aludir a su carácter y al poder de fuego de la presidenta, y su hábito de usarlo ante el menor disgusto. Pero además de esos deben haber pesado también otros dos factores que no se mencionan tanto: el optimismo de Scioli y las reglas electorales.
El optimismo se fundaba en buenas encuestas, tal vez mal interpretadas: Scioli asumió que contra una presidenta con más de 40 puntos de imagen positiva no se podía ir, pero además no hacía falta, porque con esos 40 puntos él ganaba. El problema es que la imagen no es lo mismo que el voto. En la imagen de la presidenta había mucho más de despedida que de apuesta al futuro. Y con ella no se iba a poder perforar el techo del voto duro oficialista. Grave error.
Que fue acompañado de otro nacido del mecanismo de las PASO: Scioli estimó que era peor ir a la elección de agosto a enfrentar a Randazzo y derrotarlo, pero sacando menos votos que Macri, que acordar con Cristina antes y evitarse esa mala foto. La foto de él bien adelante en las PASO igual le salió cara, porque en vez de derrotar al candidato de la presidenta apareció rindiéndose ante ella.
Todo esto puede ser cierto, pero no quita que Scioli tuvo buenos motivos para elegir el camino que tomó. De allí la tercera perspectiva de análisis, que atiende a lo que siguió de su campaña, y en particular a los márgenes que de todos modos tuvo para diferenciarse, e igual no usó.
Tras la primera vuelta está buscando desesperadamente hacerlo, robarle propuestas a Massa, e ir con los tapones de punta contra Macri. Pero ya todo le sale mal. Habla a la mañana como si fuera Cristina, contra el neoliberalismo y los horribles 90, a la tarde del 82% móvil y de las frustraciones del modelo, pero como los mismos lo escuchan a la mañana y a la tarde ya nadie lo reconoce.
¿Podría haber intentado con algo más de suerte esta vía antes, en la primera vuelta? Que podía no hay duda. ¿Por qué no lo hizo? Probablemente, de nuevo, por su mezcla de optimismo y ansia de equilibrio.
Con la ventaja que había sacado en las PASO debió ser difícil convencer a alguien ya reacio al riesgo que los tomara, que fuera a fondo atrás del voto de Massa y polarizara con Macri, aun a costa de que éste creciera en la competencia.
Se dejó tentar por la idea de que le convenía hacer equilibrio, buscando que Macri y Massa compitieran entre sí y quedaran lo más parejos que fuera posible entre ellos.
El problema fue, de nuevo, que subestimó los obstáculos. Primero, el del voto estratégico de los opositores. Y segundo el de la dispersión del voto peronista. Que no tenía, ni tiene ahora, demasiados motivos para votar “en contra de” entre tres figuras que se parecen tanto entre sí.
Este último problema es el que está tratando de remediar ahora con una campaña negativa que en vez de miedo parece estar alimentando el hartazgo.
Pero lo cierto es que el miedo estaba presente desde el comienzo en la estrategia oficial: era la pieza clave del argumento “conservar lo que tenemos” y votar a “quien no va a darnos sorpresas”; y funcionaba en la medida en que no se lo agitara demasiado, se lo dejara fluir en los intersticios del texto. Ahora que la sorpresa se la dieron los votantes a los estrategas oficialistas, quemándoles los papeles, ya no hay tiempo ni lugar para sutilezas.
¿Puede funcionar? Difícil si el candidato ha perdido su eje, y ya no se sabe quién habla cuando él habla. Scioli nunca fue un líder pero logró ser una figura pública notable. Lo logró porque cultivó virtudes valoradas socialmente y escasas entre quienes sí eran líderes, en particular las dos que lo llevaron a hacer la campaña que hizo, el equilibrio y el optimismo.
Pero en la noche del 25 cuando habló ante las cámaras en un ya gélido Luna Park, esas dos musas lo habían abandonado. Las pescó al vuelo ni lerdo ni perezoso Macri, que es el único que puede decir hoy que “es más Scioli que nunca”. El otro, el original, ya fue.
La última ocurrencia: ¿ahora la guerra es entre unitarios y federales?
La política argentina ha vuelto a generar un ambiente pluralista en el que es natural que los k no se hallen. Mientras que a Macri esto lo hace sentirse a sus anchas.
Tan notable y rápido ha sido este vuelco que el Scioli kirchnerizado también se siente sapo de otro pozo, y protesta no contra Macri sino contra el mundo, porque le han cambiado la escenografía sin que se diera cuenta, justo cuando él se aprestaba a liderar la anterior, y en la actual todo lo que hace y dice suena a un guión desubicado y se vuelve de inmediato en su contra.
Otro parecido más y son ya varios ya, entre la actual campaña y la de 1983. También entonces un peronismo habituado a ganar, a ser mayoría automática, le hablaba al “pueblo” de “liberación o dependencia”.
Y en su nerviosismo porque el discurso no prendía cometía gaffes alevosas. Como en esa ocasión en que Deolindo Bittel, el candidato a vicepresidente de entonces, casi tan parco como el actual aunque en el fondo bastante más democrático, afirmó suelto de cuerpo que “frente a esa disyuntiva elegimos sin dudarlo: ¡dependencia!”.
En cambio Macri está muy acostumbrado a competir en balotajes. Actúa en política hace mucho menos tiempo que Scioli, y muchísimo menos que Cristina. Pero toda su experiencia en la materia la hizo en un distrito donde hay pluralismo competitivo, las mayorías hay que construirlas esforzadamente y la sociedad se acomoda críticamente a las ofertas políticas, sin renunciar nunca a su autonomía.
Y no es casual que uno de los más graves errores de la campaña del kirchnerismo haya sido despreciar a sus adversarios precisamente con el argumento de que eran un grupo de porteños que hacían turismo electoral en los territorios que en verdad les pertenecían a ellos, por ser “nacidos y criados” allí.
Sin advertir hasta qué punto esos territorios estaban hartándose de su monopolio representativo y querían imitar a los votantes de la ciudad que tanta frustración y asco generara en estos años a los oficialistas.
Es importante destacar también que este es un trauma muy específico del grupo actualmente gobernante, que no sería justo extender sin más a la totalidad del peronismo. Es muy propio de los peronistas progres y de clase media el ser despreciativos hacia su propio sector de origen, al mismo tiempo que el obsesionarse por seducirlo, para “sacarlo de su error histórico” consistente en no ser como ellos, “parte del campo del pueblo”.
El gobierno nacional dedicó a esta seducción enormes cantidades de recursos públicos: subsidios a los servicios focalizados en gran medida en la clase media metropolitana, viajes baratos por el mundo, producciones culturales y cargos públicos para miles y miles de hijos de esas familias, etc, etc.
Todo para recoger una menos que magra cosecha: es esa clase la que está encabezando una rebeldía electoral inesperada, soliviantando con sus ideas “antipopulares” a los mismos sectores populares. ¿Puede imaginarse una peor traición?
Se entiende por ello tanto el despecho como el desconcierto. Y que los márgenes para que los peronistas reaccionen y hagan una campaña más o menos razonable en este contexto sean muy escasos. Han quedado atrapados por propia voluntad en un proyecto que nunca entendió las razones de sus eventuales éxitos, por lo que menos va a entender los motivos de su fracaso.
En esa circunstancia está Scioli, que fue siempre y nunca dejó de ser, finalmente, un auténtico político porteño. Uno de esos referentes civilizados que necesita desde 1983 el peronismo para atraer la cuota mínima de votantes metropolitanos imprescindibles para completar su mayoría. Trabajo que hay que reconocerle siempre hizo muy bien. Hasta que le dieron el desgraciado encargo de salvar de sí misma a Cristina.
La trampa en la que lo han metido quedó a la vista en el acto del viernes en el Polo Científico: miles de jóvenes vivando a la presidenta, sin la memoria necesaria para recordar los valiosos servicios electorales de Scioli al proyecto en 2003, en 2009, etc., y con el ánimo de despreciarlo que les insufla Cristina, quien como reina en su corte le concedió que se adelantara brevemente para saludar a su lado, antes de seguir despotricando contra los salvajes unitarios de Cambiemos.
Para seguir espantando al resto de los porteños, y como están las cosas también a los votantes del resto del país, que si algo entienden es que el ser unitarios y petulantemente clasemedieros en sus gustos e ideas es algo que resultaría imposible para Macri y los suyos hacer mejor de lo que han hecho estos años los kirchneristas. Aunque quisieran.
MARCOS NOVARO es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Liderazgos, representación y opinión pública” y adjunto regular de la materia “Teoría Política Contemporánea”.