Se estrecha el cerco a la libertad
China, Rusia, Hispanoamérica, UE, países árabes, España... Se mire donde se mire, el panorama es desolador
Pertenezco a una generación privilegiada, que no ha conocido la guerra y ha vivido en democracia, gozando de la mayor época de progreso que ha conocido la Humanidad. Una generación mimada por el destino, lo suficientemente próxima a épocas terribles, no obstante, como para ser consciente del valor de la libertad y asistir con lucidez a su agonía. Nuestros padres sufrieron su ausencia tras haber padecido el horror del odio fratricida y seguramente por eso fueron capaces de regalarnos, en España, esa formidable obra política llamada Transición. Algunos años antes, el resto de Occidente había protagonizado una hazaña más prodigiosa aún al convertir las cenizas de la segunda gran conflagración mundial en una tupida red de alianzas económicas, militares, culturales e ideológicas, cuyo propósito era evitar repetir los errores del pasado. Incluso los países musulmanes, como el propio Afganistán, conocieron un paréntesis de apertura y pluralismo al amparo de gobiernos laicos que, con sus carencias o excesos, garantizaron a sus ciudadanos unos derechos inconcebibles a día de hoy, en especial para la población femenina. La tiranía vigente al otro lado del Telón de Acero constituía el revés oscuro de este cuadro colorista, pero la caída del comunismo, derrotado por el coraje de líderes como Thatcher, Wojtyla o Reagan y por su propia incapacidad para competir con nuestros valores, supuso un triunfo de la luz sobre las sombras que actualmente, sin embargo, se antoja mero espejismo. Porque esa victoria ha sido efímera y la libertad retrocede, acosada en todos los flancos por la desmemoria, el populismo, la corrupción, el integrismo, el nacionalismo supremacista, el sectarismo creciente, la carencia de escrúpulos en la lucha por el poder y la inepcia de una clase política cada vez más mediocre, que ha sustituido la meritocracia por la sumisión como vía de ascenso a las alturas.
Se mire donde se mire, el panorama es desolador. Hacia el este, China conquista posiciones en el tablero sin aflojar un ápice el garfio de hierro con el que atenaza a su gente, mientras Rusia encumbra a un alumno aventajado de Beria. Hacia el oeste, la dictadura se extiende cual mancha de aceite por Hispanoamérica, infecta Venezuela o Perú y desestabiliza al resto de naciones hermanas, acallando a golpes la voz de los cubanos que gritan en vano «¡patria y vida!». Hacia el sur, África se desangra en conflictos tribales y es presa del fanatismo musulmán, que avanza imparable. En Europa, la ilusión de una federación de estados unidos en torno a sólidos principios e intereses comunes se diluye en un magma de burocracia tan costosa como inoperante. Y España, nuestra patria, soporta un Gobierno Frankenstein rendido al chantaje separatista, que no hace ascos ni a golpistas ni a terroristas y se ha propuesto dinamitar la Constitución del consenso. ¿Cómo no iban a entrar los talibanes en Kabul?