¿Se hunde el PP?
O Casado empieza a soltar lastre y se rodea de ganadores, o perderá su oportunidad y arrastrará con él a España
Sí, el Gobierno ha emprendido una deriva bolivariana que ignora el imperio de la Ley y supedita los intereses nacionales a los de su propia supervivencia. Sí, la presidenta del Congreso se ha constituido en brazo armado del Ejecutivo a costa de abusar de su posición para imponer decisiones arbitrarias. Sí, la Justicia resiste a duras penas la embestida de la política, empeñada en someterla. Sí, la igualdad de los españoles se ha quebrado a fin de pagar el chantaje independentista. Sí, en nuestro país corren grave peligro la nación y la democracia. Precisamente por eso resulta tan alarmante la clamorosa impotencia de la que hace gala el PP, primer partido de la oposición, cuya falta de estrategia, táctica, equipo solvente y liderazgo amenazan seriamente la posibilidad de armar una alternativa capaz de desalojar a Frankenstein del poder.
Todas las encuestas referidas a Castilla y León publicadas ayer auguran un escenario nefasto para los fontaneros de Génova. Unos comicios adelantados con el propósito de aupar a Alfonso Fernández Mañueco hasta la mayoría absoluta, como lanzadera de Pablo Casado hacia una holgada victoria en las generales, presentan un desenlace incierto y cada día más alejado del resultado buscado. La campaña ha sido mala. La intención no lo era menos. Se trataba de restar mérito a la hazaña electoral protagonizada por Isabel Díaz Ayuso en Madrid, atribuyendo su tirón personal al de las siglas de la gaviota, no tanto con el afán de ayudar al número uno cuanto con la pretensión de bajar a la lideresa del pedestal conquistado e impedir que pudiese hacer sombra a otros mucho más mediocres. De ahí la campaña de desgaste desatada contra ella por tierra, mar y aire, cuyo efecto ha resultado letal para las expectativas populares no solo autonómicas, sino nacionales.
En Valladolid Mañueco tendrá que pactar con Vox si quiere conservar la silla, igual que habrá de hacerlo Moreno Bonilla en Andalucía cuando se decida a convocar, suponemos que sin prisas, después de ver pelar las barbas de su compañero. Si el PP se empeña en presentar ese acuerdo como un fracaso, una decisión vergonzante o una derrota, solo conseguirá facilitar las cosas a Sánchez, quien contempla el espectáculo como Nerón el incendio de Roma, sin un ápice de culpa por el destrozo causado.
A Casado le van mal las cosas. Es su obligación asumirlo y cambiar cuanto antes el rumbo. El ridículo sufrido con el voto erróneo de Casero, cuya dimisión ya está tardando en producirse, ha sido un capítulo más de esta debacle, no el único. El declive viene de lejos. O empieza a soltar lastre, prescinde de un secretario general incapaz, se rodea de gente eficiente, recupera la experiencia desechada, traza una hoja de ruta sólida y apuesta por los ganadores, o perderá su oportunidad y arrastrará con él a España.