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Se van a perder otros dos años

Se van a perder otros dos años.

El discurso del Presidente Iván Duque en la instalación de las sesiones ordinarias del Congreso el pasado lunes ratificó que el gobierno no tiene dimensión histórica y que cuando se acabe su período, aún si logra cumplir lo poco que promete, nada habrá cambiado sustancialmente en Colombia como para ser recordado dentro de algunas décadas.

Ni reformas institucionales profundas, ni grandes obras de infraestructura, ni audacia para procurar el crecimiento económico, ni ofertas de programas sociales que modifiquen los indicadores de pobreza o desigualdad y ya ni siquiera promesas de mejoras en la situación de seguridad que ha sido una preocupación de su partido. Nada.

Este gobierno se ha caracterizado por no proponer una visión de la sociedad y el país, por no proyectarlo hacia ninguna parte, por eso, además de la falta de liderazgo presidencial, en el 2022 tendremos, en el mejor de los casos, cuatro años perdidos.

No será por culpa de la pandemia, que lo que hace es hacer más graves las carencias de conducción.

Al final de su gobierno, si nos va bien, Duque habrá inaugurado algunos kilómetros de vías modernas que estaban en construcción cuando llego, habrá puesto en funcionamiento el Túnel de La Línea, que será la única obra de infraestructura verdaderamente importante que se entregará en éste período y en la que el aporte de éste gobierno es marginal. El lunes prometió que aceleraría el metro de Bogotá y la construcción de un nuevo aeropuerto en Cartagena. Del primero no se habrá avanzado ni el 20% de aquí al 7 de agosto del 2022 y del segundo, ni qué decir, se trata todavía de una idea en borrador, una especie de globo, que no tiene nada de estratégico ni urgente, que se planeaba construir en unos predios que ahora resulta que eran de propiedad del Ñeñe Hernández.

Las reformas que celebra son la autorización de la imposición de la cadena perpetua y la prohibición de amnistiar como conexos a los delitos políticos el secuestro y el narcotráfico. La primera ni siquiera es de autoría del gobierno y la segunda, ya Francisco Santos, desde la sociedad civil había hecho aprobar algo similar en los años 90s.

Las modificaciones en el sistema judicial que ofrece son tan de poca monta que ni siquiera las mencionó en el discurso inaugural de las sesiones legislativas. Han dejado saber que modificarán la organización de las comisarías de familia y que fortalecerán los mecanismos de conciliación, es decir prácticamente nada.

De las oportunidades que abre la pandemia que son precisamente la innovación en las políticas de protección social mediante la renta básica, o alguna otra propuesta en ese sentido, y el aprovechamiento de la aceleración de la economía digital para buscar pescar al menos una pequeña parte de los nuevos empleos que se van a crear o se van a “reinventar” y que se podrán cubrir en forma remota, ni una palabra. Ofreció extender el programa de ingreso solidario precisamente para tratar de parar el debate sobre la renta básica garantizada que ha cogido fuerza.

Nada en materia de investigación, ciencia y tecnología, que ha sido la gran carencia que desnudó el covid, no solo en Colombia sino en la mayoría de los países del mundo salvo un puñado de los más ricos. La situación de la pandemia podría inducir al Presidente Duque a hablar de soberanía farmacéutica o algo que nos haga pensar que algo importante puede pasar, que éste período va a merecer siquiera una línea en los libros de historia, que la próxima pandemia no nos va a coger sin cómo hacer las pruebas, sin los equipos médicos, sin posibilidad de aportar a la vacuna. Esa enorme fragilidad que nos ha dejado dependiendo de que nos dejen algunos respiradores o de que algo quede de la vacuna después de que estén vacunados los estadounidenses, los ingleses, los alemanes y los chinos, debería haber merecido una palabra, una idea, un carretazo, algo, pero nada.

Nos hubiera podido ilusionar, aunque eso ya no ilusiona a nadie, con la creación de alguna comisión, algo como la comisión Lancet de la que forma parte Alejandro Gaviria y que preside Jeffrey Sachs, para ver qué hacemos, cómo reconstruimos, como aprovechamos las circunstancias, qué proponemos cambiar, pero nada.

En un test para definir las condiciones de éxito de un gobierno este se raja sin duda: no hay una propuesta de visión de la sociedad, quien tiene que liderar no ha demostrado tener las condiciones de liderazgo para hacerlo, no ha sido posible conformar un equipo, no construir las capacidades institucionales para administrar algo con éxito. La inexperiencia y falta de conocimiento se pone de presente todos los días en situaciones tan nimias como hacer firmar un  decreto. La promesa repetida desde el primer día de convocar a propósitos comunes tampoco se ha logrado y por tanto no hay nada parecido a una acción colectiva.

En medio de todo, la llegada de la mitad del período de gobierno es una buena noticia, ahora empezamos a descontar, cada día estará más cerca su terminación a ver si en las campañas nos ilusionan con algo. Llegar a la mitad de un gobierno sin propósitos es como pasar el pico de la pandemia, un descanso.

 

 

 

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