En economía, los precios son el mecanismo por el cual el mercado entrega una señal relativa de escasez de un determinado bien o servicio. Si se incrementa la cantidad demandada de un bien o servicio y la oferta no cambia, o bien si la cantidad ofrecida de un bien o servicio disminuye y su cantidad demandada no varía, el bien es relativamente más escaso y por lo tanto sube su precio. De este modo, para un observador externo, es fácil saber que el bien es más escaso, no porque se esté midiendo la cantidad ofrecida y demandada, sino simplemente observando los precios.
Son estas señales las que permiten que los consumidores tomen sus decisiones de compra, lo que a su vez implica que los precios alimentan con señales al mercado para que este funcione en forma eficiente.
Sin embargo, a nivel de políticas públicas no existen precios que nos entreguen señales respecto de las decisiones que tomarán las autoridades, y dado ello, los inversionistas, consumidores y/o ciudadanos buscan en otras partes estas señales.
En la época de Greenspan como presidente de la Reserva Federal en Estados Unidos, los agentes de mercado buscaban en sus expresiones, así como en el color de su ropa, señales de cuáles serían los próximos pasos de la FED. En Chile, hasta el día de hoy analizamos los cambios en las palabras y redacción de las minutas de política monetaria, con el mismo objetivo.
En todos los casos, lo que se buscan son señales que indiquen cuál es el pensamiento y por tanto, cuáles serán los pasos y/o decisiones de la política, con el propósito de tomar decisiones de consumo e inversión futuras.
El nuevo Ministro de Hacienda conoce bien de este tema. Estuvo muchos años en el Banco Central, entregando señales al mercado, como una forma de guiar el comportamiento de los agentes económicos, y como tal, se ha preocupado de ser claro en las señales económicas que ha entregado a la ciudadanía como el dueño de la billetera fiscal, indicando que los cambios que el Presidente prometió realizar deben ser aplicados en forma paulatina, escuchando a las partes implicadas, y respetando los límites de las arcas fiscales.
No obstante, parece que el Ministro Marcel es el único en el Gobierno que entiende este concepto. Mientras el programa del Presidente Boric es explícito en que respetaría la propiedad de los ahorros de pensiones de los trabajadores, y el Presidente ha reiterado lo mismo en varias ocasiones, sus ministras del Trabajo y del Interior parecen no haber escuchado al Presidente, ni haber leído su programa de gobierno, pues una indicó claramente y la otra insinuó, que esos fondos que están depositados en las cuentas individuales de los trabajadores serán utilizados para financiar la reforma de pensiones que el gobierno pretende realizar.
Y el Presidente, que debería llevar la batuta en las señales que hacen los ministros, parece haber quedado mudo, o enfermo, o haber sufrido de una repentino acto de magia, pues ha desaparecido del mundo y brillado por su ausencia.
El gran problema de lo anterior no es sólo que no sabemos QUIÉN es el Presidente, el de la primera vuelta o el de la segunda, sino que además, en condiciones económicas complicadas, cuando la economía está en proceso de desaceleración, la inflación alcanza máximos no vistos en muchos años, el empleo crece demasiado lentamente y el mundo enfrenta las consecuencias de la invasión de Rusia a Ucrania, las señales de política económica del gobierno son -por decir lo menos – confusas, pareciendo delinear dos bandos al interior del mismo, el bando Marcel y el bando Jadue, con objetivos y políticas diametralmente distintas y contrapuestas, aumentando aún más la incertidumbre de mercado y poniendo aún más en riesgo la inversión, el crecimiento económico y el empleo.
Al parecer, entonces, no sólo sería un problema de señales, sino más bien uno de definiciones. Y por mientras el director de la orquesta no se decida, los que sufrirán las consecuencias de menores tasas de inversión, menos crecimiento, mayor desempleo y menos ingresos, serán los chilenos, y en especial, aquellos de menores recursos.
*Michèle Labbé es economista