Sergio Pitol: «Una cosa es redactar y otra, muy distinta, escribir»
El escritor mexicano Sergio Pitol, nacido en Puebla en 1933, es la ilustración viva del concepto de caballero moderno. También es el vaciado más cabal del encanto, a un tiempo mundano y familiar, y de un humor tan fino que puede pasar desapercibido para quien no lo escucha atentamente. Ha publicado ocho volúmenes de relatos y cinco novelas que le han ganado prestigio universal. Diplomático de carrera con varias décadas al servicio de su país, ha traducido más de 50 libros del inglés, italiano y polaco.
Hace pocas semanas, Pitol estuvo en Caracas, invitado por la Fundación Atempo, para dictar un curso de escritura literaria y varias conferencias. En su disertación acerca del tema Libertad y Cultura, Pitol intentó condensar algunas de sus preocupaciones relacionadas con estos asuntos.
“En mi conferencia” dice “cito una famosa carta de Chejov a su editor donde habla sobre la libertad. En esa carta, escrita a finales del siglo XIX en un país autárquico, donde hasta hacía poco los hombres se podían vender o jugar a los dados y donde todavía el atraso en las libertades humanas era atroz, Chejov señala que un escritor, un ser humano, tiene que ganarse su libertad y ser libre. Pensar como hombre libre”.
-Cree usted que hoy, en otras condiciones sociales y jurídicas, seguimos en la necesidad de plantearnos esa opción?
-Necesitamos liberarnos de muchas cargas que nos hemos echado, de la concepción actual del dinero, de todo lo que nos impida encontrarnos a nosotros mismos, en libertad. Y a partir de eso, llego a la tolerancia. Para ser libre uno tiene que ser tolerante, respetar a los demás y aceptarlos como son, vengan de donde vengan, como contraparte al respeto que uno exige para sí mismo. En mi conferencia reúno citas de varios escritores acerca de la tolerancia, incluyendo una, magnífica, de Octavio Paz sobre nuestro ser mexicano, que dice: “España y México tienen pasados distintos pero en nuestra historia aparece un elemento desconocido en España: el mundo indio. Es la dimensión a un tiempo íntima e insondable, familiar e incógnita de mi país. Sin ella no seríamos lo que somos. La presencia del Islam y del judaísmo en la España medieval podría dar una idea de lo que significa el interlocutor indio en la consciencia de los mexicanos, un interlocutor que no está frente a nosotros sino adentro. La civilización mesoamericana nació y creció aislada, sin relación con el Viejo Mundo. El mundo indio fue, desde el principio, el mundo otro en la acepción más fuerte del término otredad, que para nosotros los mexicanos se resuelve en identidad y lejanía, que es proximidad”.
Los restos de la Gran Tenochtitlán
“Cuando Cristóbal Colón llegó a las Antillas se quedó maravillado con una humanidad jamás vista, que comparó con los primeros pobladores del mundo. Eran hombres y mujeres que andaban sin ropa, que comían los frutos que la naturaleza les proporcionaban. Eran tranquilos, ‘no belicosos’, apunta muchas veces y les atribuye todas las virtudes. Pero su tripulación, los españoles, con las cruces en la mano, los miraban aterrados porque no podían tolerar la visión de sus cuerpos desnudos. Nada más bajar de los barcos los obligaron a vestir la ropa de desecho que traían en las naves y ejecutaban a los que se negaban a cubrirse. Ese fue el primer tropiezo terrible de una cultura que no aceptaba a la otra, que estaba encontrando en ese momento”.
“Nada ilustra esto mejor que el relato de la llegada de Cortés a la Gran Tenochtitlán y todo lo que entonces ocurrió, según lo relata el maravilloso libro de Bernal Díaz del Castillo en La historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Cuenta Bernal Díaz del Castillo, sesenta años después de los acontecimientos, que él, como muchos otros soldados de Cortés, habían estado en las legiones españolas en Turquía, en Italia, en Amberes… y nunca habían visto nada tan extraordinario, tan armonioso ‘ante los ojos del hombre y de Dios’ como la Gran Tenochtitlán y habla de las bibliotecas, del zoológico, de los medios de transporte, del vestuario, de las maneras de los habitantes, y del horror que su refinamiento les producía a otros españoles, entre ellos a Cortés, porque no veían en esto sino señales de afeminamiento, sodomía y diabolismo. Para ellos, aquellos hombres ataviados con aquellos trajes, modelas y plumajes no podían sino ser hijos del infierno. Bernal Díaz del Castillo escribe que era tan fabulosa aquella ciudad que ellos al verla no sabían si es que habían llegado al reino de Merlín o si estaban entre sueños. Veinticinco años después, cuando volvió a verla, y ya no quedaba nada. Todo lo que habían admirado, los canales, los puentes, las fortalezas, las azoteas floridas, había sido destruido y en su lugar, en el centro de aquella gran ciudad ya arrasada, se encontraba un poblado de estilo español. Esta desdichada historia es producto de la intolerancia, contra la cual hemos estado luchando en los cuatro siglos siguientes”.
“Alfonso Reyes escribió, hacia los años 30, que ‘en tanto que el europeo no ha necesitado asomarse a América para construir su sistema del mundo, el americano estudia, conoce y practica a Europa desde la escuela primaria. La experiencia de estudiar todo el pasado de la cultura humana como cosa propia es la compensación que se nos ofrece a cambio de haber llegado tarde a la llamada civilización occidental. Estamos en postura de hacer síntesis y de sacar saldos sin sentirnos limitados por estrechos orbes culturales, como otros pueblos de mayor abolengo. Para llegar a su consciencia del mundo, el hijo de un gran país europeo no necesita casi salir de sus fronteras. Para llegar a Roma, nosotros tuvimos que ir por muchos caminos, no así el que vive en Roma. Y luego, hemos tenido que buscar la figura del universo contando especies dispersas en todas las lenguas y todos los países. Somos una raza de síntesis humana, somos el verdadero saldo histórico, todo lo que el mundo haga mañana tendrá que contar con nuestro saldo’. Mi conclusión es que nos hemos puesto en movimiento, como preveía Reyes. Y eso lo debemos a un tenaz anhelo de libertad y a una permanente concepción de cultura como única, última, Tule o tierra posiblemente firme”.
-En el curso que usted dictó en Caracas se refirió en varias oportunidades a la literatura light . ¿A qué se refiere con este término?
-La literatura light ha existido siempre. Al lado de Dickens, Balzac o Flaubert hubo otros escritores que hacían novelas dulzonas e irreales. Cada generación ha producido estos escritores, cuando yo era joven estaban A. J. Cronin, Vicky Baum y Lin Yu Tang, por ejemplo, quienes se dedicaban a lo suyo con una profesionalidad notable y no sentían competencia de Thomas Mann, de Virginia Woolf o de William Faulkner. Ni se molestaban porque no se hicieran tesis sobre ellos, ni por quedar fuera de las historias de la literatura. Tenían su público (ése que ahora ve telenovelas o lee la actual literatura light) ganaban mucho dinero y no creaban ningún conflicto en el mundo literario, los límites estaban muy claramente definidos y ningún escritor verdadero los hubiera insultado porque hubiera sido una villanía. Cada quien estaba en su feudo. Pero ahora las editoriales han hecho una combinación macabra: convertir a escritores que podrían ser serios, escritores de verdad, en escritores light. Y, en el camino contrario, algunos escritores –y escritoras- que nunca hubieran tenido ningún prestigio porque son muy malos y sólo se manejan en los límites de lo light, son impuestos como si fueran Lampedusa o Stendhal y hablan de James Joyce como de un consanguíneo. No mencionaré a ninguno por no incurrir en villanía con esas pobres almas enfermas de vanidad.
-¿En qué consiste la diferencia que usted percibe entre escritura y redacción?
-La redacción tiende a la claridad, está sujeta a reglas fijas y se utiliza para describir un asunto. Un tratado o un manual tienen que estar bien redactados porque se necesita que todo se entienda claramente. La escritura, en cambio, no está sujeta a ninguna regla (excepto las de ortografía) y se alimenta de la parte irracional del individuo. El periodismo debe estar bien redactado; un texto literario no puede no estar bien redactado, pero además debe tener una gran pasión interna. La redacción es siempre visible, la escritura tiene varias capas, tiene un subsuelo y mientras vas leyendo el lenguaje te va sugiriendo otras lecturas. La redacción apunta al orden y la escritura a la locura.
-¿Qué hace usted cuando detecta que se ha deslizado hacia la mera redacción?
-Me deprimo muchisisisisisimo. Y no continúo con eso. Una de las cosas que no hace un escritor light es tirar las páginas al basurero. Y una de las cosas obligadas para un escritor de verdad es desechar lo insuficiente.
-¿Cuántos escritores ha sido?
-Tres. Comencé a escribir, bajo la sombra de Faulkner, a los 23 años. Eran cuentos que tenía que sacarme de adentro, acerca de mi niñez y mi familia. Éramos una familia italiana, arruinada, golpeada fuertemente por la Revolución. Yo tenía una salud fatal, estaba siempre enfermo y por eso no podía asistir a la escuela. Aprendí a leer muy precozmente y fui un lector de tiempo completo. A los doce años leí La guerra y la paz y me cambió la vida. Mi hermano y yo éramos huérfanos (mi padre había muerto de una enfermedad en la columna; dos años después, cuando yo tenía siete, mi madre murió ahogada en un río y a los pocos días mi hermanita pequeña falleció también) así que vivíamos con mi abuela y estábamos casi siempre presentes cuando ella recibía a sus amistades. En estas charlas sólo se hablaba del pasado. Mi infancia estuvo marcada por esta permanente evocación y a través de la literatura me zafé de este mundo que ya me resultaba opresivo.
El segundo escritor retoma al joven sano, porque el milagro se hizo y ya a los 16 años yo estaba perfectamente bien. Entonces me entregué a los viajes por todo el mundo. Mi segunda etapa literaria, surgida de esta experiencia, se volvió mucho más dinámica y ágil; a ella pertenecen mis libros de cuentos y mi primera novela. Y el tercer escritor, de 50 años, abandona las historia de mexicanos en el extranjero que entretuvieron al segundo y entonces vienen las novelas de mi etapa de madurez que integran el Tríptico de Carnaval. Entonces me tomé libertades que antes no me había atrevido a soñar. La estructura de las tramas se hizo más compleja pero el acto de escribir se me convirtió en un placer más intenso y sencillo.
Publicado originalmente en: «Verbigracia», El Universal, 12 de agosto de 2000.