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Sergio Ramírez: Abril es el mes más cruel

Devolvió el país a los jóvenes, quienes aún impedidos de marchar por las calles ante la amenaza de persecución y cárcel no dejan de pugnar por un cambio a fondo y la recuperación plena de la democracia

Abril es el mes más ardiente y desolado de lo que en Nicaragua llamamos el verano, ausencia de lluvias y sequedad de los campos, los ríos agostados y el sol a plomo que funde las visiones del paisaje en una bruma candente, desolación y también muerte.

Desde los tiempos de mi aprendizaje literario supe que abril era el más cruel de los meses gracias a las lecturas de La tierra baldía T.S. Elliot. Lo dice en la primera estancia, El entierro de los muertos: «Abril cría lilas en la tierra muerta, mezcla memoria y deseo».

En esa desolación caliginosa de abril se dio la persecución y muerte de un puñado de conspiradores que en 1954 se alzaron contra el viejo Anastasio Somoza, fundador de la dinastía, asesinados en las cámaras de tortura.

Era una rebelión de militares y civiles, y fueron especialmente crueles con los militares, uno de ellos Adolfo Báez Bone, de quien el viejo Somoza había sido padrino de bodas. Cuando Somoza hijo, que dirigía los interrogatorios, se acercó a él para insultarlo, amarrado de pies y manos a una silla como estaba lo escupió y la sangre manchó la guayabera blanca recién planchada del aprendiz de tirano, porque iba para una fiesta esa noche.

Montes quemados para preparar las siembras, porque en mayo empiezan las lluvias, va recordando Cardenal en el poema Hora O este paisaje sollamado por la naturaleza y por la historia de violencia de arriba y rebeliones abajo que cíclicamente hemos padecido.

La repuesta policial y paramilitar fue espantosa. Las cuentas de los organismos de derechos humanos no bajan de 500 asesinados

En abril de 2018, hace un año, estalló la rebelión popular contra Daniel Ortega, un alzamiento juvenil que habría de durar en las calles al menos seis meses. Una rebelión desarmada, pero reprimida con crueldad marcada por la venganza, igual que más de seis décadas atrás bajo otra dictadura.

El 4 de abril los estudiantes habían dejado las aulas para salir a protestar por un incendio provocado por depredadores, con la impunidad de siempre, en la reserva selvática Río Indio-río Maíz, y fueron reprimidos por las fuerzas de choque amparadas por la policía.

“Las calles son del pueblo”, había sido la consigna convertida en regla por años, y esto quería decir, las calles son de las organizaciones del régimen. Un monopolio impuesto por la violencia y por el miedo.

Y poco después, el 18 de abril, ante un decreto que gravaba las magras pensiones de la seguridad social, prendió toda la pradera. Cuando los ancianos salieron a protestar, fueron agredidos por las turbas oficiales, y entonces los estudiantes se lanzaron a respaldarlos.

La repuesta policial y paramilitar fue espantosa. Las cuentas de los organismos de derechos humanos no bajan de 500 asesinados, centenares de heridos, más de 600 prisioneros políticos, miles de desterrados, medios de comunicación clausurados, sus propietarios y directores en prisión o en el exilio.

Y la economía se halla en ruinas. Sacarla del abismo tomará años, y tendría que ser un emprendimiento concertado por un nuevo gobierno democrático, porque Ortega perdió ya todas las posibilidades de futuro. Se niega a reconocerlo, y en cambio se empeña en ganar tiempo, cuando el tiempo ya se agotó. Ni tiempo, ni espacio para maniobrar.

Ortega se comprometió a lo que de todos modos estaría obligado: cumplir con la Constitución; pero ha burlado esos acuerdos

Abril devolvió el país a los jóvenes, quienes aún impedidos de marchar por las calles ante la amenaza de persecución y cárcel no dejan de pugnar por un cambio a fondo y la recuperación plena de la democracia. Y no han cesado los esfuerzos por hallar una salida concertada, que impida más derramamiento de sangre.

La Alianza Cívica, que representa a las fuerzas democráticas, logró firmar con los delegados del régimen en la mesa de negociaciones algunos acuerdos fundamentales, entre ellos la libertad de todos los presos políticos en un plazo de tres meses, y el restablecimiento inmediato de las libertades democráticas y el cese de la persecución.

Ortega se comprometió así a lo obvio, y a lo que de todos modos estaría obligado: cumplir con la Constitución; pero ha burlado esos acuerdos. Los presos siguen en las cárceles, y todo el que intenta manifestarse es apresado. Miles de policías y paramilitares siguen desplegados en las calles.

Y se ha negado a discutir el restablecimiento de la democracia, que empieza por la convocatoria a unas nuevas elecciones con fecha anticipada, con nuevas autoridades electorales, reglas transparentes, y observación internacional; con lo que, un año después del estallido liberador de abril, la crisis está lejos de resolverse.

Pero la hierba verde renace de los carbones, dice Cardenal en Hora O.

 

Sergio Ramírez es escritor y Premio Cervantes 2017.

 

 

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