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Serguéi Esenin. Aniversario de su nacimiento

Serguéi Esenin nacimiento

 

 

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Serguéi Esenin fue un poeta ruso de vida intensa y obra encuadrada en el movimiento imaginista surgido tras la Revolución de 1917. Nació el 21 de septiembre de 1895 en Konstantinov y, para recordarlo o descubrirlo, traemos esta selección de poemas de su obra.

Serguéi Esenin

Era de origen campesino, pero pronto marchó a Moscú, donde cursó estudios universitarios y también se introdujo en las tertulias literarias tanto de allí como de San Petersburgo. Después de la Revolución de 1917, su poesía trató sobre temas sociales, hasta que en 1920 se juntó con el grupo de los poetas imaginistas.

En 1922 se casó con la bailarina norteamericana Isadora Duncan, diecisiete años mayor que él, con la que recorrió Europa y Estados Unidos. Volvió a Rusia al año siguiente y en 1924 se fue a Persia. A su regreso se casó con una nieta de León Tólstoi.

Su poesía y obra en general está inspirada por la religiosidad, el misticismo y el medio rural, además de varias crisis personales que determinaron su vida y su muerte. También fue censurada y calificada de decadente por los estalinistas. Fue autor de títulos como El país de los canallas, Pugachov o El regreso al país natal.

Se suicidó el 28 de diciembre de 1925 en San Petersburgo.

 

Serguéi Esenin — poemas escogidos

La canción de la perra

Una mañana en la paja,
donde apilan el esparto,
parió la perra a siete,
a siete cachorros rojizos.

Hasta la tarde los acarició,
peinándolos con la lengua;
se derretía la nieve
bajo su barriga caliente.

A la noche, cuando las gallinas
se acomodan en la percha,
llegó el dueño hosco
y metió a los siete en un saco.

Corría la perra por la nieve
para no quedarse atrás…
Mucho tardó en calmarse
el agua del río sin hela

Y cuando se arrastraba de vuelta,
lamiendo el sudor del vientre,
creyó que la luna sobre el tejado
era uno de sus cachorros.

Al alto azul
miró sin cesar de aullar.
La luna resbaló fina
y se ocultó tras los cerros.

Y en silencio, como en un escarnio,
cuando le tiran una piedra con mofa,
rodaron los ojos de la perra
como estrellas doradas a la nieve.

Soy el último poeta del campo

Soy el último poeta del campo.
Es pobre en canciones un puente de tablas
en la misa final estoy, entre abedules,
que inciensan el aire con sus ramas.
Este cirio humano, de cera,
se extinguirá con áurea llama.
Y el reloj remoto de la luna
gruñirá mi postrer campanada.
Un huésped de hierro, rugiendo
saldrá a la senda del campo azulino;
recogerá con sus negruzcas manos
el grano que el alba ha vertido.
¡Manos muertas, manos extrañas,
no vivirán con vosotras mis cantos!
Sólo los caballos y las espigas,
echarán de menos a los amos.
El viento borrará los susurros,
preparando la funesta danza…
Y el reloj remoto de la luna,
gruñirá mi postrer campanada.

Voy cruzando el valle

Voy cruzando el valle, la gorra en la nuca.
En el fino guante, mi mano morena;
a lo lejos brillan estepas rosadas
y el río anchuroso tranquilo azulea.

Soy despreocupado, nada necesito,
sólo oír canciones y hacerles yo coro,
que emane tan sólo un frescor ligero,
que siempre esté erguido este talle mozo.

Salgo del camino, bajo la costana.
¡Cuánto campesino con ropa de fiesta!
Susurran rastrillos y silban los dalles.
“¡Eh, poeta, escucha!, ¿tienes o no fuerzas?

Baja de las nubes, mejor es la tierra.
Si al trabajo amaras como al valle nuestro…
¿No eres de la aldea, no eras campesino?
La guadaña empuña, muéstranos tu fuego.”

No es pluma el rastrillo ni tampoco el dalle,
mas el dalle traza estrofas sin par,
y en la primavera, con sol o con nubes,
las leen las gentes de cualquier edad.

¡Que se vaya al diablo mi traje a la moda!
¡Dadme la guadaña, ahora vais a ver!
¿No soy de los vuestros, no somos iguales,
pensáis que la aldea dejé de querer?

No me importan hoyos, tampoco terrones,
qué hermoso en la suave niebla mañanera
trazar en la hierba versos con el dalle
para que los lean caballos y ovejas.

Hay en esas líneas palabras, canciones,
y yo estoy alegre, sin pensar en nada,
puesto que leerlas cada vaca puede
y pagar por ellas con leche templada.

Ya nos vamos marchando poco a poco

Ya nos vamos marchando poco a poco
a un mundo de ventura y silencio.
Habrá que preparar las valijas
para tener un aire pasajero.

¡Añorados paisajes de abedules!
¡Tu, tierra y llanuras de arena!
Al lado de estos mudos viajeros,
no puedo ocultar tanta tristeza.

Demasiado quise en este mundo,
con un amor, que troca en carne el alma.
¡Paz al arce, que alarga sus ramas
para verse en el agua rosada!

¡Cuántos sueños soñé en silencio!
¡Cuánta canción compuse sobre mí!
En esta tierra triste, solamente
porque viví y respiré, soy feliz!

Soy feliz, porque besé a las mujeres,
mustié flores, dormí sobre la hierba
y a los animales, hermanos míos,
yo, nunca les pegué en la cabeza.

Sé que allí no veré estos paisajes,
no oiré susurrar al centeno;
por eso siento escalofríos
ante estos mudos pasajeros.

 

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