«Yo era solo una niña, pero recuerdo que la tarde de ese domingo fuimos a pasear para ver la alambrada de la que hablaban en la radio. Vimos un coche que embistió, se la llevó por delante y consiguió pasar a la zona francesa. A mi padre le pareció una exageración, estaba convencido de que todo volvería a la normalidad pronto y descartó una salida de ese tipo. Pero se arrepintió toda su vida. No volvió a ver a mi abuela, que murió sola, cinco años más tarde». El relato de Gisela es uno de los mile sobre las vidas que quedaron partidas por el Muro que comenzó a levantarse tal día como hoy hace 60 años y que
dividió el mundo el dos bloques, convirtiéndose en el epicentro de una tensión geopolítica que llegó a situarnos al borde de un conflicto nuclear. Pero para los berlineses la herida no es geopolítica, sino íntima y muy personal, puesto que familias y amigos quedaron separados hasta la caída del Muro, en noviembre de 1989, y todos ellos sienten que aun hoy siguen sufriendo las consecuencias de aquel atropello.
En la madrugada del domingo 13 de agosto de 1961, las autoridades comunistas de la Alemania del este empezaron a construir el Muro de Berlín, sin previo aviso y dividiendo la ciudad en dos. Durante la noche, fueron instaladas alambradas de púas y los puntos de cruce fueron bloqueados. El viernes anterior, el Parlamento del Pueblo de la República Democrática Alemana (RDA) había dado luz verde a medidas para contener el éxodo de su población hacia el oeste, debido a que, a lo largo de los últimos 12 años, más de tres millones de ciudadanos habían huido. Pero la población no contaba con una medida tan drástica ni tan inminente. «Nadie tiene intención de construir un muro», habían sido las últimas palabras al respecto, pronunciadas el 15 de junio, del presidente del Consejo de Estado Socialista, Walter Ulbricht.
A las 04:01 horas comenzaron a concentrarse 3.000 agentes de la Volkspolizei y 7.000 efectivos del ejército en las líneas fronterizas. A las 04:28 el consejo de ministros anunció su intención de establecer controles; a las 04:36 se informó que «una orden del Ministerio del Interior de la RDA prohíbe a partir de ahora a los habitantes del país ir a Berlín oriental si no trabajan allí»; y a las 04:50 horas que «los habitantes de Berlín oriental no podrán trabajar en Berlín occidental, según decisión de las autoridades de la ciudad de Berlín oriental».
«Hoy sabemos que aquel cierre no fue del todo hermético», dice el historiador Hanno Hochmuth, «sobre todo en los primeros días, los policías fronterizos ayudaron a que las familias se comunicasen unas con otras, hasta que el gobierno les apretó las tuercas y dejaron de hacer esas excepciones, unas semanas más tarde». El Museo del Muro, en la capital alemana, conserva algunas de las notas que los alemanes orientales lanzaban a través de la alambrada, pidiendo ayuda o para hacerse con los productos que escaseaban en el lado este. «Tengo un petición. ¿Sería usted tan amable de arrojarme un par de medias sin costuras por encima del muro? Aquí solo las hay de muy mala calidad. Talla 9,5, no demasiado oscuras. Por adelantado muchas gracias», dice uno de esos papeles ya amarillentos, con marcas de haber sido doblado una y otra vez hasta cobrar peso suficiente para ser lanzado a través de la frontera.
Constantemente mejorado durante sus 28 años de existencia, aquel ‘Muro de contención antifascista’ terminó en más de 100 kilómetros de bloques de cemento armado de 3,60 metros de altura, coronados por un cilindro sin agarre. Unas 5.000 personas lograron escapar, al menos 140 murieron intentándolo. «Así es como se implantan las medidas de opresión a los pueblos: sin información ni debate, demonizando al supuesto enemigo y no dando oportunidad a la ciudadanía para reaccionar», señala el fotógrafo y diseñador berlinés Alexander Kupsch, que acaba de inaugurar la exposición ‘El Muro. ¡Se levanta de nuevo!’. Ha fusionado imágenes históricas del Muro con fotografías actuales realizadas con drones, logrando bellos y escalofriantes montajes sobre lo que sería Berlín si el Muro siguiese hoy en pie. Ahora, los turistas se fotografían ante los restos de la Bernauerstrasse, desde cuyos edificios de fugó toda una familia el 20 de agosto de 1961. Lanzaron a los niños y a la abuela desde un cuarto piso, mientras en el suelo, que pertenecía a la parte occidental, voluntarios sujetaban las mantas con las que mitigar el golpe. Pocos días después, las ventanas del edificio fueron también selladas.