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Sheila Blanco: Ne me quitte pas

Bueno, nuestra amiga Sheila Blanco se tiró a lo hondo; después de varios videos sobre los grandes autores clásicos, o su hermoso homenaje a grandes poetisas españolas, se decidió por una de las más grandes baladas sobre el amor y su abandono, el recuerdo y el despecho: del inmortal Jacques Brel, «Ne me quitte pas» (no me dejes).

Conviene recordar que Brel era no solo un cantautor belga que cantaba en francés, considerado por muchos de los cultores de la llamada «canción de protesta» como su iniciador y máximo exponente, sino además un poeta con una gran sensibilidad que se expresa como nunca en las palabras de esa poderosa canción, que finaliza con un desgarrador ruego:

«Laisse-moi devenir
L’ombre de ton ombre
L’ombre de ta main
L’ombre de ton chien
mais, Ne me quitte pas»

(Déjame convertirme 

En la sombra de tu sombra,

En la sombra de tu mano,

En la sombra de tu perro, 

Pero no me abandones». )

 

 

 

Su estilo en escena era como muchas de sus canciones: apasionado pero tierno, dramático pero sencillo, teatral pero emotivo.

 

Zizou

 

Toda gran canción tiene su historia y vida propias: ¿Cuáles fueron las de «Ne me quitte pas«?  En ella Brel busca expiar su tormentosa relación con «Zizou» (Suzanne Gabriello, una comediante y cantante). Jacques Brel la  amará y se entregará vehemente a ella durante todo un lustro. Cinco años repletos de encuentros desencuentros con la chica.

El 11 de septiembre de 1959 Jacques Brel graba su versión definitiva de ‘Ne me quitte pas‘. El tema se encuentra en el cuarto álbum del cantante belga, llamado ‘Le valse a Mille Temps’, quizá su mejor álbum, aparecido en el sello Philips.

Un año más tarde, el 13 de abril, Brel graba su versión de ‘Ne me quitte pas’ en el idioma flamenco, un guiño nacionalista a su país natal. ‘Ne me quitte pas’ se transforma en ‘Laat me niet Alleen’.

Edith Piaf opinó que la canción era un himno que mostraba como nunca antes nadie había hecho hasta dónde puede humillarse un hombre por el amor a una mujer. En realidad, es la pena que paga Brel por su terrible relación con ‘Zizou’, con quien rompe cuando ella le dice que está embarazada. Se produce entonces una ruptura trágica, porque la amaba como nunca amó a nadie más. Pero Brel decide regresar con su esposa y sus hijas.

Jacques Brel falleció muy joven (49 años) el 9 de octubre de 1978, de cáncer de pulmón en el hospital franco-musulmán de Bobigny, cerca de París. Murió de embolia pulmonar, su pena por ser un fumador incontrolado. Como última voluntad, Brel pidió ser enterrado en las islas Marquesas. No quiso verse enterrado ni en Bruselas ni en París. Conocía donde estaba enterrado su pintor favorito, Paul Gauguin. Sus restos descansan apaciblemente en la Polinesia francesa, en el Cementerio del Calvario, en Atuona, al sur de la isla Hiva Oa de las legendarias islas Marquesas. A pocos metros, está Gauguin.

 

La cantante brasileña Maysa Matarazzo, lamentablemente fallecida muy joven (a los 40 años, en enero de 1977), tiene una versión magnífica:

 

 

‘Ne me quitte pas’, ha sido considerada la mejor canción en francés del siglo XX. Luego, muchos afirman -y yo estoy de acuerdo- que es la más extraordinaria canción de amor de la historia. Es una de las expresiones máximas de alguien que más que un simple autor fue, repitámoslo, fundamentalmente un poeta. Un poeta que tuvo asimismo el don de componer hermosas melodías para acompañar sus poemas. Y es que, como acertadamente afirma Ricardo Bada en nota que publico a continuación, «en principio todo poema fue canción».

 

Réquiem gozoso por Jacques Brel

Ricardo Bada

nacion.com / 5 de octubre de 2003

 

En el 25 aniversario de la muerte del trovador francés

El 16 de octubre de 1978, el cardenal camarlengo anunció desde el balcón principal del Vaticano que la iglesia católica tenía un nuevo Papa, y pronunció su nombre empleando la correcta fonética polaca: «Woitigua». Un italiano de los miles que llenaban la plaza de San Pedro murmuró estupefacto: «¡Madonna, é un africano!». Esta reacción espontánea lo hubiese hecho reír a Jacques Brel, pero Brel había muerto exactamente una semana antes. El lacónico parte médico del Hospital Franco-Musulmán de París establecía, con fecha 9.10.1978:

«El cantante Jacques Brel ha muerto a las 4.30 de una embolia pulmonar. Tenía 49 años».

Solo un año atrás había regresado a París, encastillándose para grabar en el apartamento de la discreta Juliette Gréco, y volvió a conquistarnos el corazón con su último disco, el de las canciones compuestas en su retiro voluntario de las islas Marquesas, en el lejano Pacífico: «Hablan de la muerte como tú hablas de un fruto / Miran el mar como tú miras un pozo / Las mujeres son lascivas bajo el temido sol / Y si no hay invierno tampoco es esto el verano / La lluvia es traversera golpea gota a gota / Algunos viejos caballos blancos que tararean Gauguin / Y por falta de brisa el tiempo se inmoviliza / En las Marquesas».

«Para quienes sucumbimos muy pronto a la fascinación de sus interpretaciones, su muerte fue como la de un pariente querido, un primo lejano y fabuloso»

La perla del disco, sin embargo, sigue siendo para los breladictos la elegía JaurËs: «Preguntaos bella juventud / El tiempo de la sombra de un recuerdo / El tiempo del soplo de un suspiro / Por qué mataron a JaurËs / Por qué mataron a JaurËs». A JaurËs, al líder socialista que se opuso con todas sus fuerzas a la masacre que fue la guerra del 14. ¿Recuerdas, Dulcehé, aquel día que peregrinamos hasta el 146 de la rue Montmartre, al Café du Croissant, a cuya puerta se encontraba sentado JaurËs, leyendo, cuando el vil Raoul Villain le disparó a quemarropa?

¡Jacques Brel!

Para quienes sucumbimos muy pronto a la fascinación de sus interpretaciones, su muerte fue como la de un pariente querido, un primo lejano y fabuloso que con su voz nos contaba la historia secreta de nuestra propia juventud («Íbamos a beber nuestros veinte años / Jojo se creía Voltaire / Y Pierre Casanova / Y yo que era el más orgulloso / Me creía yo mismo / Y cuando hacia media noche pasaban los notarios / Que salían del Hotel de los Tres Faisanes / Les mostrábamos el culo y nuestra buena educación»). Sí, Brel nos contaba nuestras propias secretas vergüenzas de novios plantados por la novia («Esta tarde esperaba a Madeleine / Pero he tirado mis lilas / Como todas las semanas / Se fregó lo de ir al cine / Me quedo con mis ´Te quieroª / Madeleine no vendrá»). Sí, Brel nos contaba nuestra fiera ternura para con los amigos («A seis pies bajo tierra Jojo cantas todavía / A seis pies bajo tierra Jojo esperas todavía / A seis pies bajo tierra Jojo hermaneas todavía / A seis pies bajo tierra Jojo no has muerto / A seis pies bajo tierra Jojo todavía te amo»).

En suma, Brel era nuestro, como no lo ha sido ningún otro cantante, con la posible excepción de su amigo Georges Brassens, solo que a Brassens lo amábamos como a un tío, no como a un primo, veíamos en él un cierto reflejo de nuestro padre agnóstico y soñador, no al compinche alegre y melancólico, divertido y desgarrado, anticlerical y casi místico: porque ese era Brel.

En una entrevista con José Luis Atienza Merino, el biógrafo español de su padre, France Brel le confesó: «Se sentía muy español. Le gustaba imaginarse descendiente de algún bravo soldado de los Tercios de Flandes. Quería ser Don Quijote». Y lo fue, sobre las tablas, interpretando de un modo inolvidable al caballero de la Triste Figura, en el musical El hombre de La Mancha. Como también fue la voz del narrador en una versión de Pedro y el lobo, de Prokofiev, que se cuenta entre los discos más codiciosamente buscados -¡auténticas joyas esos Barclay 80.406!- por todos los melómanos del mundo.

Aún recuerdo la cara de desconcierto, y el consiguiente desdén, de muchos interlocutores que al preguntarme cuáles eran los poetas franceses actuales que más me gustaban, oían de mis labios esta respuesta: «Primero un flamenco, Jacques Brel, y a su lado Georges Brassens». Ninguno de aquellos sabios parecía haberse enterado de que la venerable Académie Française (harto más sabia en su decisión) ya le había discernido su premio de poesía a Brassens en 1967. En lo que a Brel se refiere, cualquiera que lea y oiga Le plat pays, o ese prodigio bilingüe que es Marieke, o ese impresionante treno que es Ne me quitte pas, se da cuenta enseguida de que está leyendo y oyendo algunas de las cumbres de la poesía francesa del siglo XX. Y redescubre otra cosa: que la poesía, en un principio, fue canción.

Hace 25 años que murió Jacques Brel. La alegre paradoja es que sigue tan vivo como siempre: y como Carlos Gardel, cada día canta mejor.

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Finalicemos estas líneas oyendo a Sheila y su versión de «Ne me quitte pas»…

 

 

 

 

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