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Si es justa, es buena: 10 verdades sobre la globalización

2346En el International Herald Tribune pudimos leer la siguiente columna del Premio Nobel de Economía Amartya Sen. La tradujimos por considerar de gran interés para nuestros lectores un análisis por fin aplomado del problema.

Aun cuando nuestro mundo es incomparablemente más rico de lo que nunca fue en el pasado, también es un mundo con extraordinarias penurias e impresionantes desigualdades.
Debemos tener en cuenta este elemental contraste cuando consideramos el escepticismo generalizado que existe sobre el orden económico global y la paciencia que exhibe el público general con los así llamados enemigos de la globalización, pese a que con frecuencia resultan energúmenos y violentos.

Los debates sobre la globalización exigen una mejor comprensión de los temas subyacentes, que tienden a ser obviados por la retórica de la confrontación, de un lado, y por las apresuradas réplicas, del otro. Algunos puntos generales ameritan atención especial.

Las protestas antiglobalización no ponen en cuestión a la propia globalización. Los así llamados enemigos de la globalización no pueden estar, en general, contra ella, ya que sus protestas se cuentan entre los fenómenos más globalizados del mundo contemporáneo. Los manifestantes de Seattle, Melbourne, Praga, Quebec y demás lugares de confrontación no son apenas jóvenes de la localidad, sino hombres y mujeres de todo el globo que viajan a los sitios en que se celebran los respectivos eventos ante los que quieren sentar su protesta globalizada.

La globalización no es nueva, ni es apenas una forma de occidentalización. Durante miles de años, la globalización ha progresado a través de los viajes, el comercio, la emigración, la diseminación del conocimiento y de la comprensión (inclusive de la ciencia y la tecnología).

La globalización en sí misma no es ninguna locura. La globalización ha enriquecido al mundo científica y culturalmente y ha beneficiado a mucha gente en términos económicos. Una pobreza generalizada y vidas “penosas, brutales y breves”, como decía Thomas Hobbes, eran la norma en el mundo hace pocos siglos, en contraste con unos cuantos focos de rara afluencia. En el proceso de superar tal penuria, la tecnología moderna, así como las interrelaciones económicas, han sido influyentes. Las dificultades de los pobres del mundo no se pueden resolver sin recurrir a las grandes ventajas de la tecnología contemporánea, a la bien establecida eficiencia del comercio e intercambio internacionales y a los méritos tanto sociales como económicos de vivir en sociedades abiertas, en vez de cerradas. Lo que se requiere es una distribución más equitativa de los frutos de la globalización.

El tema central es la desigualdad. El principal reto tiene que ver con la desigualdad, tanto al interior de los países como a nivel internacional. Las desigualdades pertinentes incluyen diferencias en riqueza, pero también grandes asimetrías en los poderes político, social y económico. Un punto crucial tiene que ver con la repartición de las ganancias potenciales derivadas de la globalización, al interior de los países y entre los diferentes grupos de cada país.

El asunto principal es el nivel de desigualdad, no su cambio marginal
.
Al afirmar que los ricos se están enriqueciendo más y los pobres se están empobreciendo más, los críticos de la globalización han escogido, con frecuencia, el campo de batalla equivocado. Aunque a muchos sectores pobres de la economía del mundo les ha ido mal, es difícil demostrar que se trata de una tendencia generalizada y definida.

Pero la existencia de esta tendencia no se tiene que aceptar como precondición para seguir con el debate del tema central. Las preocupaciones básicas se relacionan con los niveles masivos de desigualdad y pobreza, y no con el hecho debatible de si están o no aumentando en forma marginal.

El quid está en si la distribución de las ganancias es justa. Si se hace a un lado el prospecto de no cooperación, las ganancias de la cooperación pueden derivar en múltiples arreglos alternativos que benefician a cada participante. Es necesario, por lo tanto, preguntarse si la distribución de las ganancias es justa y aceptable; y no si simplemente se da alguna ganancia para todos los involucrados.

El recurso a la economía de mercado puede tener diferentes resultados. El tema central no puede ser recurrir o no a la economía de mercado. No es posible tener una economía próspera sin el recurso extensivo a ella. Establecido esto, la discusión comienza, no termina. La economía de mercado puede generar resultados muy diferentes, dependiendo de cómo se distribuyen los recursos físicos, de cómo se desarrollan los recursos humanos, de qué reglas prevalecen y así; en todas estas esferas el Estado y la sociedad tienen papeles qué desempeñar, tanto en un país determinado como en el mundo.

El mercado es apenas una institución entre muchas. Aparte de la necesidad de políticas públicas que protejan a los pobres (relacionadas con la educación y la salud básicas, con la generación de empleo, con la reforma agraria, con las facilidades de crédito, con la protección legal, con el empoderamiento de las mujeres y otras más), la distribución de los beneficios de las interacciones internacionales depende también de otra variedad de arreglos globales.

El mundo ha cambiado mucho desde que se celebró el pacto de Bretton Woods
. La presente arquitectura económica, financiera y política del mundo (que incluye al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y a otras instituciones) fue en buena medida construida en la segunda mitad de la década de 1940, tras la conferencia de Bretton Woods en 1944. En ese entonces la mayor parte de Asia y África todavía padecía del dominio imperialista; la tolerancia frente a la pobreza y la inseguridad eran mucho mayores; la noción de los derechos humanos era todavía muy precaria; el medio ambiente no parecía muy importante; y la democracia definitivamente no era vista como un derecho global de los pueblos.

Se necesitan cambios de política y cambios institucionales. Las instituciones internacionales existentes, en diversos grados, han intentado responder a las nuevas situaciones. El Banco Mundial, bajo la batuta de James Wolfensohn, ha revisado sus prioridades. Las Naciones Unidas, en particular bajo el liderazgo de Kofi Arman, han querido desempeñar un papel más preponderante, pese a la estrechez presupuestal. Pero se necesitan más cambios. De hecho, la estructura del poder que subyace a la arquitectura institucional debe ella misma ser reexaminada a la luz de la nueva realidad política, de la cual las crecientes protestas globalizadas son apenas una expresión de importancia bastante relativa.

Una construcción global debe responder a las dudas globales. Las protestas antiglobalización se inscriben ellas mismas en el proceso general de globalización, del cual no hay escapatoria. Pero mientras tenemos razones más que suficientes para apoyar la globalización en el mejor sentido de la idea, también hay cruciales temas institucionales y de política que deben ser abordados al mismo tiempo. No es fácil aclarar las dudas sin enfrentar con seriedad las preocupaciones que están en la base de la actitud de quienes dudan.
 

AMARTYA SEN: Economista de origen indio, profesor de la Universidad de Cambrige. Recibió el premio Nobel de Economía en el año de 1998.

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