Si esta es mi última columna aquí, es porque estoy preso en Cuba
Mientras sentía el metal frío de las esposas que se me clavaba en las muñecas e intentaba acomodar mi cuerpo, porque me habían obligado a encorvarme hacia adelante, miraba mis zapatos y pensaba en cómo es posible que un gobierno le tenga tanto miedo a que su propia realidad salga a la luz, que es capaz de atropellar a alguien con semejante impunidad por tan solo contar esa realidad. Antes, tres agentes vestidos de civil de la Seguridad del Estado ya me habían desnudado para registrarme, ya me habían puesto de cara a una pared para llevarme las manos a mi espalda y esposarme, y en ese momento me trasladaban en un auto hacia su sede para interrogarme. Uno de los tres agentes durante parte del viaje, para obligarme a no levantar la cabeza, tuvo su brazo derecho haciéndome presión encima de mi cuerpo.
Aunque fui sometido a un grave acto de violencia el pasado 1 de octubre, lo que me ocurrió no es ni siquiera la peor de las detenciones arbitrarias que con frecuencia sufren opositores políticos, activistas de la sociedad civil, artistas contestatarios y mis colegas de la prensa independiente en Cuba. Es un hecho que muchos de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como la libertad de expresión, prensa y asociación, en Cuba no son permitidos, porque el régimen es incapaz de convivir con personas que piensen distinto a sus preceptos.
Pero el régimen cubano no solo comete sistemáticamente violaciones flagrantes a los derechos humanos, sino que luego, con total desenfado, quiere integrar el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas.
En Cuba, los únicos periodistas autorizados por el Estado para ejercer la profesión son aquellos que deciden hacerlo en los medios de comunicación del Partido Comunista, que a su vez es el único partido admitido por el Estado. Así lo declara la Constitución. Por ende, el régimen tiene la potestad de acosar y reprimir a los periodistas que laboran fuera de esa sombrilla legal, en el ecosistema de medios independientes.
La Seguridad del Estado es quien corre con la encomienda de hacer de nuestras vidas un yogurt bien espeso. Es ella la encargada del régimen para secuestrar la realidad de Cuba.
La Seguridad del Estado puede expulsar a tu madre de su trabajo y dejarla sin empleo. La Seguridad del Estado puede citar a tu padre para interrogarlo. La Seguridad del Estado puede escribirle a tu pareja, en medio de un embarazo, mensajes con calumnias. La Seguridad del Estado puede meter en un calabozo y luego llevar a interrogatorio a un vecino solo porque es tu amigo. La Seguridad del Estado puede dejarte arrestado en tu propio domicilio cuando le plazca. La Seguridad del Estado puede prohibirte salir del país hasta que estime. La Seguridad del Estado intercepta el teléfono de tu casa, tu teléfono móvil y te corta el internet cuando desea. Todo eso lo puede la Seguridad del Estado, que es más o menos el resumen de lo que me ha hecho en los últimos años, pero vuelvo a aclarar que ni siquiera soy la peor de las víctimas.
Ahora, la Seguridad del Estado no quiere que tenga esta columna, no quiere que cuente lo que yo cuento acá. Porque esos retazos de Cuba que publico cada mes, son algunos de los paisajes que el gobierno cubano quiere guardar bajo llave, para que no se les derrumbe la imagen de país que Cuba no es, a los que no conocen esta realidad. Y porque una de las esencias de los regímenes totalitarios es silenciar las voces que narran la cotidianeidad más subversiva.
Por eso me desnudaron, por eso me esposaron y por eso me advirtieron que si volvía a escribir una columna más, o sea, esta, me llevarán a prisión. ¿Bajo cuál delito? No tiene sentido ponerse a buscar, no importa el que sea: la Seguridad del Estado lleva más de seis décadas construyendo causas judiciales en contra de personas inocentes solo por serles incómodos. Entonces, si finalmente deciden concretar la amenaza, buscarán la manera de hacerme violar la ley y embarrarme con algún artículo del código penal para criminalizar mi actuar y castigarme por ello.
Hace unos días, el presidente Miguel Díaz-Canel, para demostrar que su gobierno seguirá fiel a la ideología castrista, colocó en Twitter una foto y una frase de un sonriente Fidel Castro: “La ridícula pretensión de imponer soluciones por la fuerza es incompatible con todo razonamiento civilizado y los principios esenciales del derecho internacional”.
Fuera de contexto, la cita es congruente. Pero pensemos de nuevo por un momento en mi detención arbitraria y en mi posterior interrogatorio: dónde está el civismo, dónde está el respeto a mis derechos, todo fue una despótica imposición. Incito al presidente de Cuba a no vender esa frase como una consigna de humo y a que cumpla, verdaderamente, con uno de los principios esenciales del derecho internacional: informar no es delito. Si voy a prisión por escribir esta columna, quedará su palabra en evidencia.