“Sin prisas”… que no hay prensa
Un paquete de nuevas medidas anunciadas desde Washington –no por casualidad en vísperas de la llegada del papa Francisco a Cuba– flexibiliza más aún el embargo contra la Isla, pese a que el Gobierno del General-Presidente, Raúl Castro, insiste en que se está produciendo un «fortalecimiento del bloqueo».
Las recientes disposiciones del Gobierno estadounidense favorecen el incremento de viajes de sus ciudadanos a Cuba y amplían las facilidades de comercio con la Isla, incluyendo la autorización a ofrecer servicios de telecomunicaciones, la apertura de cuentas bancarias y de negocios, como una manera de «apoyar al sector privado cubano emergente», según comunicado de la secretaria de Comercio de EE UU, Penny Pritzker.
Estas medidas permitirían que las compañías estadounidenses autorizadas por el Gobierno de su país tengan presencia física en Cuba y contraten trabajadores cubanos, e igualmente sería posible ofrecer préstamos a los emprendedores independientes. A la vez, fueron eliminados los límites impuestos a las remesas familiares, y quedó allanado el camino para las compañías de transporte interesadas en realizar viajes a Cuba.
Con este nuevo paso de acercamiento del presidente Barack Obama, el tan cacareado «bloqueo» no pasa de ser un cascarón vacío de contenido, y queda en evidencia la falta de voluntad política del régimen cubano
Con este nuevo paso de acercamiento del presidente Barack Obama, que amplía las posibilidades de beneficios tanto para los estadounidenses como para los cubanos, el tan cacareado «bloqueo» no pasa de ser un cascarón vacío de contenido, y queda en evidencia la falta de voluntad política del régimen cubano para permitir la prosperidad de sus «gobernados». Literalmente, «el Rey está desnudo«, por más que el discurso oficial trate de cubrir con su vieja retórica de trincheras las intimidades expuestas.
La distensión y el entendimiento son armas mortales para el castrismo, por eso –pese a que en la Isla no han sido publicadas las nuevas disposiciones de Washington– la respuesta oficial a las recientes medidas no se hizo esperar: «A pesar de las medidas anunciadas por el presidente Barack Obama, y su declarada disposición a involucrarse en un debate con el Congreso para levantar el bloqueo, las leyes y regulaciones que sustentan esta política continúan vigentes y son aplicadas con todo rigor por las agencias del Gobierno de EE UU (…)». («No es posible normalizar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos mientras exista bloqueo», periódico Trabajadores, 21 de septiembre de 2015).
A despecho de la inoperancia –prácticamente nulidad– de muchas de las viejas legislaciones que dictaron por décadas la política del embargo, el referido periódico hace referencia a diez de ellas, incluyendo la Ley Torricelli (1992) que virtualmente ha quedado sin efecto tras las medidas aprobadas por el gobierno de EE UU desde enero último, aunque esto no ha redundado en beneficio de los cubanos debido a los obstáculos que interpone el bloqueo interno del gobierno de la Isla contra los gobernados.
Uno de los pretextos que utilizan las autoridades cubanas ante su par norteño es que las flexibilizaciones privilegian al sector privado, no así a las empresas estatales, eufemísticamente llamadas «de propiedad social», que son las que emplean a la mayor parte de los trabajadores. Esto es asumido por el régimen –no sin fundamentos– como una amenaza a su poder, al favorecer el empoderamiento de una potencial clase media que eventualmente constituiría una fuerza capaz de influir hacia cambios políticos.
Así, frente a las propuestas de Barack Obama, el Gobierno cubano ha quedado entrampado en su propia (i)lógica, enajenando el discurso oficial y colocando el enemigo de Cuba dentro de casa. Ahora es el propio Gobierno «revolucionario» el principal obstáculo a la prosperidad de los cubanos.
Lástima en Cuba todavía no gocemos de libertad de prensa, ese derecho fundamental que permitiría una información amplia y completa sobre las propuestas de Washington y propiciaría un verdadero debate público sobre los beneficios que se abren
Por demás, los tímidos amagos aperturistas implementados por Raúl Castro fueron suficientes para demostrar las ventajas del incipiente empresariado privado por sobre los empleados estatales, una alerta que ha disparado las alarmas del poder omnímodo, determinando el freno al crecimiento de un sector autónomo.
La mala noticia para el Palacio de la Revolución es que, con la inminente entrada del capital estadounidense en Cuba se abrirán las puertas al temido «carril 2″ y, en consecuencia, a su nefasta influencia ideológica sobre «las masas». Un peligro contra el que se nos alertaba en los ya lejanos años 90. Sería el principio del fin del proyecto socialista tras medio siglo de descalabros y sucesivas e infructuosas actualizaciones.
Queda así expuesta la efectividad de la política de acercamiento que propugna ahora la Casa Blanca, al poner en evidencia que la principal debilidad del sistema político cubano radica precisamente en lo que parecía su mayor fortaleza: la estructura monolítica sobre la que se asienta, estar concebido solo para el control absoluto de un grupo de poder y su claque, y sustentarse sobre un soporte ideológico falsamente nacionalista, con un discurso de beligerancia incapaz de sobrevivir una política de distensión en un ambiente de libertades para los ciudadanos.
Lástima en Cuba todavía no gocemos de libertad de prensa, ese derecho fundamental que permitiría una información amplia y completa sobre las propuestas de Washington y propiciaría un verdadero debate público sobre los beneficios que se abren a la iniciativa privada nacional, así como la opinión de los potenciales beneficiarios al respecto. Solo así se podría vislumbrar con toda claridad esa fuerza social que hasta ahora permanece oculta, y que marcaría una decisiva diferencia en el cansino ritmo «sin prisas» de los octogenarios y tozudos gobernantes cubanos.