Siria después de Assad: Entre la esperanza y la desconfianza
Tras 53 años en el poder, la dinastía Assad ha dejado tras de sí solo ruina, corrupción y miseria. Cuando los rebeldes avanzaron hacia Damasco el 8 de diciembre, el ejército del régimen se desvaneció en el aire; ya no quedaban motivos para luchar por Bashar al Assad. Más tarde, los sirios, empobrecidos por su régimen, contemplaron asombrados los palacios abandonados. De sus prisiones salieron personas destrozadas, parpadeando; algunas ya ni siquiera recordaban sus propios nombres. La pregunta que me surge es: ¿adónde conducirá esta liberación?
En una parte del mundo plagada de violencia étnica y luchas religiosas, muchos temen lo peor. La primavera árabe de 2010-2012 mostró que los países de la región que derrocan a sus dictadores, a menudo terminan siendo dominados por hombres no menos despóticos. Esto hace aún más urgente el deseo y la necesidad de trabajar por algo mejor en Siria.
Lo que podría parecer un avance hacia la estabilidad, se perfila, en realidad, como el inicio de una etapa incierta. Las tensiones internas entre las distintas facciones que participaron en el derrocamiento de Assad, así como la maraña de intereses internacionales, podrían complicar aún más la situación. Siria es un mosaico de pueblos y religiones que surgió del imperio otomano. Nunca ha tenido una democracia estable. Los Assad pertenecen a la minoría alauita, que representa entre el 10 y el 15% de la población, y durante décadas impusieron un régimen ampliamente laico sobre la sociedad siria utilizando la violencia.
Tras 13 años de guerra civil en un país repleto de armas, algunas facciones querrán ajustar cuentas. También lo harán algunos hombres peligrosos que acaban de salir de la cárcel. Bajo las manos de los esbirros de los Assad, muchos de ellos alauitas, chiitas y sunitas sufrieron actos de crueldad, como ser gaseados con cloro y otros agentes químicos nerviosos.
Me temo que los nuevos dirigentes sirios tampoco son hombres de paz. Un ejemplo de ello es la facción dominante en el reciente avance, Hayat Tahrir al-Sham (HTS), conocida anteriormente como Jabhat al-Nusra, la rama siria de al-Qaeda. Su fundador, Ahmad al-Sharaa, luchó contra los soldados estadounidenses como miembro del Estado Islámico (ISIS) en Irak bajo el nombre de guerra de Abu Muhammad al-Jolani. HTS y Sharaa juran que han dejado atrás esos días. Sin embargo, si en medio del caos estos grupos se proponen imponer un régimen islámico rígido, los países que han intervenido en el conflicto sirio financiarán a otros grupos para que se levanten en armas contra ellos.
Es importante destacar que los países que han participado activamente en el conflicto sirio ya están luchando por promover sus propios intereses. En el norte, los aliados de Turquía se enfrentan a los kurdos que desean un gobierno autónomo. En el centro de Siria, Estados Unidos está bombardeando campamentos del ISIS, por temor a que el grupo reavive su yihad. Israel ha destruido material militar y armas químicas, y se ha adentrado en los Altos del Golán, ocupando más territorio sirio.
Con tantos conflictos, no es de extrañar que muchos compartan la creencia fatalista de que Siria está condenada a sumirse de nuevo en una guerra civil, convirtiéndose en una especie de «Libia» más. Como consecuencia, Siria podría exportar nuevamente refugiados, yihadistas e inestabilidad más allá de Medio Oriente, afectando incluso a Europa.
Sin embargo, más allá de todo este sufrimiento, hay buenas noticias: como mínimo, la caída de los Assad significa el repudio a Irán y Rusia, dos actores que han avivado el caos global.
La condición esencial para que Siria sea estable es la instalación de un gobierno tolerante e integrador. La lección que se desprende de los años de guerra es que ningún grupo puede dominar sin recurrir a la represión. Ni siquiera la mayoría sunita quiere ser gobernada por fundamentalistas.
Pero ¿qué sigue para este país en crisis?
La guerra civil en Siria ha dejado un rastro de destrucción y sufrimiento sin precedentes. Desde su inicio en 2011, el conflicto ha causado la muerte de más de 500.000 personas y el desplazamiento de más de 12 millones de sirios, lo que representa más de la mitad de la población del país. La crisis humanitaria es una de las peores de la historia reciente y más de 11 millones de sirios dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir. La mayoría de los niños sirios han perdido al menos un año de educación. La economía siria se encuentra al borde del colapso, y la infraestructura del país está severamente dañada. La producción de petróleo, que era una de las principales fuentes de ingresos del país, ha disminuido drásticamente, y la moneda nacional, la libra siria, ha perdido más del 90% de su valor. La inflación está descontrolada, y la mayoría de la población vive por debajo del umbral de pobreza. La situación es especialmente crítica en las áreas rurales, donde la falta de acceso a servicios básicos como electricidad, agua, alimentación y educación es común.
A medida que esta crisis en Siria continúa, es cada vez más claro que la solución requiere no solo ayuda humanitaria, sino también un compromiso político a largo plazo para abordar las causas profundas del conflicto, como la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades. Solo entonces podrá la población siria comenzar a reconstruir su país y a recuperar su futuro.
Sin embargo, esto no será fácil de lograr, ya que la transición hacia un gobierno más representativo podría ser complicada, debido a las demandas y expectativas de las diversas facciones que han estado involucradas en el conflicto. La reconstrucción del país será un proceso lento y difícil, dado que es necesario abordar la destrucción de la infraestructura, la economía y la sociedad. En particular, la estabilidad política en Siria podría verse amenazada por:
- La falta de consenso entre las diferentes facciones y grupos sobre la forma de gobierno y la distribución del poder.
- La presencia de grupos armados y milicias que podrían seguir siendo una fuerza significativa en la política siria. A este respecto, es relevante señalar a los grupos comprometidos en la lucha contra Assad, como:
- Hayat Tahrir al-Sham (HTS): Una organización islamista sunita que ha jugado un papel importante en la guerra y que dirige el gobierno nacional provisional, formado exclusivamente por leales al HTS.
- Frente para la Liberación Nacional (FLN): Incluye facciones como Ahrar al-Sham, que operan bajo el apoyo de Turquía.
- Hezbolá: Apoyado por Irán, este grupo libanés ha sido una fuerza clave en el conflicto.
- Kurdos: Varias milicias kurdas han recibido apoyo de Estados Unidos y la coalición internacional en la lucha contra el Estado Islámico (ISIS).
- La falta de instituciones fuertes y efectivas que puedan garantizar la estabilidad y la seguridad en el país.
- La presencia de desafíos económicos y sociales, como la pobreza, el desempleo y la falta de acceso a servicios básicos, que podrían generar más inestabilidad y malestar.
No se debe olvidar la presencia de actores externos como Rusia, Turquía, Estados Unidos, Israel y China, cuya intervención podría seguir siendo un factor de inestabilidad, no solo en Siria, sino en toda la región. Estos actores persiguen intereses y objetivos contradictorios, lo que podría generar nuevas tensiones y conflictos.
La caída de Assad marca el fin de una era, pero no garantiza la estabilidad en Siria. El país enfrenta retos internos complejos y un juego de intereses globales que podrían prolongar su sufrimiento. Para que Siria avance, será esencial que las facciones opositoras muestren flexibilidad política y trabajen hacia un proyecto común. Solo entonces podrá comenzar la reconstrucción de una nación que ha soportado décadas de opresión y conflicto.
Sin duda, hay mucha alegría en las calles. Sin embargo, todo en la vida es más complejo de lo que parece a simple vista, y es probable que existan consecuencias de diversa índole. Las preguntas que surgen son: ¿Es esta realmente la situación de Siria? ¿Permanecerán unidas las fuerzas que combatieron y triunfaron, o se enfrentarán unas a otras?
No podemos ignorar que Siria ha sido un actor clave en la geopolítica del Medio Oriente, debido a su ubicación estratégica y a su influencia en las dinámicas regionales. Situada en el cruce de Asia, Europa y África, Siria controla rutas comerciales y energéticas cruciales, además de ser una zona de conflicto y poder entre potencias regionales como Irán, Turquía, Arabia Saudita e Israel. Su proximidad a Israel y Líbano, así como su relación con grupos como Hezbolá, ha mantenido a Siria en el centro de la rivalidad regional. Además, el régimen sirio, bajo el liderazgo de Bashar al-Asad, fue un importante aliado de Irán y de Rusia, lo que añadió una dimensión internacional a los conflictos que han afectado al país. Esto generó intervenciones extranjeras directas e indirectas que no solo buscaban influir en el futuro político de Siria, sino también en el equilibrio de poder en la región.
La guerra en Siria también trajo la intervención de potencias extranjeras por diversas razones, que van desde la lucha contra el terrorismo hasta la rivalidad por el control geopolítico. Estados Unidos, por ejemplo, ha estado involucrado principalmente en la lucha contra el Estado Islámico (ISIS) y en apoyo a las fuerzas kurdas, mientras que Rusia e Irán han respaldado al gobierno de Asad para mantener su influencia en la región. Estas intervenciones han provocado un complejo juego de alianzas y confrontaciones, donde los intereses estratégicos de las potencias globales se entrelazan con las dinámicas locales. Además, la crisis humanitaria derivada del conflicto ha provocado un éxodo masivo de refugiados, lo que también ha tenido repercusiones en países europeos y en la política migratoria global, ampliando aún más la importancia internacional del conflicto sirio.
Luis Velásquez