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Socialismo en la Cuba de hoy y de mañana (II): los socialdemócratas

'Económicamente hablando, la socialdemocracia es la mutación más peligrosa de los muchos socialistas que aún viven y piensan Cuba.'

En el artículo anterior, dedicado a los «socialistas puros», dijimos que la segunda variante del socialismo que pretende sobrevivir al castrismo, la socialdemocracia, era la mutación más peligrosa —económicamente hablando— de los muchos socialistas que aún viven y piensan Cuba.

Esa afirmación podría parecer un innecesario alarmismo pues los socialdemócratas aceptan abiertamente que el libre mercado es imprescindible para el progreso humano y, además, abrazan la democracia como organización política; dos rasgos que los diferencian tajantemente —ideológica y moralmente— de los socialistas puros.

Pero es ese nadar en dos aguas lo que los convierte en un peligro potencial para el futuro de la nación, pues al contrario que los puristas, los socialdemócratas sí arraigarán políticamente en una Cuba plural, que necesariamente, tiene que dar cabida a todas las ideas. Lo funesto, es que sus concepciones económicas, basadas en el igualitarismo como ideal y camino de justicia, serían fatales para el sistema económico al que debe evolucionar, inmediata y necesariamente, una Cuba poscastrista.

Los socialdemócratas entienden al mercado como un ente irremediablemente defectuoso que necesita constante regulación, intervención y control estatal (de ahí su desplazamiento teórico desde Marx hasta Keynes). Para ellos, son los políticos quienes en última instancia deben repartir las riquezas que crea la nación, no el libre mercado, al cual consideran irracional e injusto: un mal necesario.

El punto de convergencia de los socialistas puros y los socialdemócratas es su desconfianza en las leyes del mercado para obtener el máximo de «justicia social» —término bastante indeterminado— que para ellos es equivalente a niveles altos de igualdad.

A diferencia de los socialistas puros, que no tienen nada que mostrar, los socialdemócratas tienen un paradigma concreto en el sistema nórdico. Se trata de una mezcla de productividad, innovación empresarial y facilidad para hacer negocios, con altos impuestos que redistribuyen la riqueza mediante servicios públicos aparentemente eficientes y otras transferencias gubernamentales, como subvenciones o ayudas familiares.

Por carencia de espacio, no abordaremos la cuestión ética de la redistribución y la igualdad como concepto de justicia. Centrémonos en los aspectos económicos y sociales del modelo socialdemócrata y sus consecuencias para la Cuba poscastrista.

El pecado original de los socialdemócratas cubanos es olvidar que la socialdemocracia solo es posible en ambientes de prosperidad económica y en culturas específicas. A la socialdemocracia —sea buena o mala— se llega luego de haber crecido económicamente. No es un camino para el crecimiento, pues está comprobado que sus políticas redistributivas modulan a la baja el crecimiento económico. Y esto es algo que pueden permitirse países que ya son ricos, con gran cantidad de capital fijo acumulado correctamente invertido, pero no países que necesitan hacer esa acumulación y que, además, no comparten las tendencias comunitarias típicas de las culturas ancestralmente desarrolladas alrededor de Escandinavia o Asia.

Lo que hoy conocemos como el Estado de Bienestar norteuropeo comenzó a gestarse en los años 30 llegando al máximo en los 80, pero antes, existió un larguísimo periodo económico de libre mercado con baja intervención estatal. Como contraparte, se puede afirmar que hoy, excepto en Noruega debido a sus vastas reservas petrolíferas, el resto de los países nórdicos (también Alemania) llevan décadas reduciendo su «Estado de Bienestar», porque estaban perdiendo competitividad y les era cada vez más económicamente insostenible.

En esa evidencia nos basamos para afirmar que Cuba necesita máxima libertad de mercado, mínima intervención estatal, enorme flexibilidad en el mercado laboral y minúsculos impuestos (por cierto, los socialdemócratas nunca explican que en los países nórdicos los impuestos recaen mayormente en los trabajadores, no en las empresas), para entrar en un periodo prolongado de rápido crecimiento y acumulación de capital correctamente invertido.

Lo que tras 200.000 años de estancamiento económico sacó al homo sapiens de la miseria más absoluta es el crecimiento económico comenzado hace apenas 250 años, cuando se instauró el libre mercado y los derechos de propiedad. Y no la redistribución socialdemócrata ni los supuestos derechos que esta propugna. Cuba necesita volverse a subir al tren del crecimiento, de donde la bajó Fidel Castro hace 63 años, cuando el país se acercaba a los primeros vagones.

No podemos dejar de reconocer que las ideas socialdemócratas tienen un profundo arraigo en Cuba. Para muchos se conciben como «centristas», una manera de salir del castrismo pero sin llegar al «capitalismo brutal». Para otros, es un modo de salvar los «logros» de la revolución en salud y educación, que no pueden concebirlos privatizados.

Creemos estar acertados si afirmamos que esta tendencia es incluso mayoritaria en la oposición cubana, aunque reconocemos —y tenemos la esperanza— que esa percepción puede estar sesgada por la visibilidad que ahora mismo tiene la oposición que está siendo más activa: la oposición que parte desde el mundo de la cultura que, por naturaleza, suele ser contrario al libre mercado.

La única cura posible contra la socialdemocracia es demostrar la eficiencia intrínseca del libre mercado y su justicia distributiva, progresivamente efectiva mientras menos intervenga el Gobierno. Más aun cuando nada hace pensar que tras el castrismo, tendrá la Isla un Gobierno tan eficiente e incorrupto como los nórdicos, por lo que en Cuba el poder estatal deberá ser minimizado (para evitar grandes corrupciones), y centrado en la protección de los derechos individuales como camino expedito para que más cubanos sean cada vez menos miserables.

Pero el economicismo no es suficiente, y aunque por falta de espacio no lo tratamos, la batalla ideológica sobre qué es justicia, igualdad, equidad y méritos, debe ser planteada para demostrar el sustento humanista del pragmatismo económico liberal.

Habrá muchos socialistas en la Cuba poscastrista, algo inevitable en la democracia a la que aspiramos todos, pero el progreso potencial que le reconocemos a esta enorme isla, llena de riquezas y ubicada maravillosamente cerca del mayor mercado mundial, dependerá de que las ideas socialistas no traten de convertir a un país extraordinariamente empobrecido y lleno de cubanos, en la Finlandia del Caribe, sin haber sido antes el Hong Kong o el Chile.

 

 

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