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Socialismos familiares

Tras la caída de los Assad, ¿qué ocurrirá con las otras manifestaciones tiránicas familiares, consideradas igualmente reliquias vivientes? ¿Qué irá a ser de los Castro y los Ortega?

 

 

 

La caída de Assad en Siria tiene muchas lecturas. La principal, por lejos, se corresponde con los efectos geopolíticos en el Medio Oriente. Sin embargo, hay una lectura algo más marginal, pero no por ello menos impactante. El derrumbe de una nueva dinastía política. Esta vez, una asociada directamente con la Guerra Fría.

La familia Assad formó parte, efectivamente, de un núcleo muy singular de aquel mundo ya extinto. Constituyó uno de los emblemas de esa línea de desarrollo que combinaba ideas vagas sobre redención social con una actitud general algo secular, pero sin olvidar la mano dura frente a cualquier opositor. Fue un núcleo político orientado tanto a contener las profundas enemistades entre tribus y clanes, impregnados de odios históricos. Fue el llamado socialismo panárabe.

Este grupo de partidos y movimientos gobernaron de manera alternada países muy diferentes, como Túnez, Egipto, Argelia y Libia, en el norte de África, y Siria e Irak y en el corazón del Medio Oriente. Estos dos últimos componen lo que Robert Kaplan en su obra La Venganza de la Geografía llama la Arabia beduina, territorios desoladoramente inestables, poblados por tribus nómadas muy ariscas, donde el panorama es abrasivo en todos los sentidos. Fueron países que se hicieron viables gracias a unas fuerzas armadas y policías muy poderosas y una élite capaz de hacer ad eternum cálculos milimétricos para navegar entre herejías y belicosidades.

La inspiración política de este entramado de poder vino del egipcio Gamal Abdel Nasser, una de las estrellas más reverenciadas del firmamento tercermundista.

Este entramado ofreció otras singularidades. Por ejemplo, Siria e Irak -aquel de Saddam Hussein- fueron gobernados durante varias décadas por un único partido, el Socialista Baath. Una fórmula política bastante insólita. El mismo partido gobernando dos países. Ello sin contar las numerosas ramificaciones Baath repartidas por la región y que seguían las pulsiones de las familias gobernantes, tanto en Damasco como en Bagdad.

La explicación de ese curioso partido es su sustento en lo que se suele llamar hombres fuertes, con formación militar y dotados de una sagacidad extrema que los llevó a construir élites más cosmopolitas que en los otros países de la región. En cada asunto internacional se alinearon con la URSS.

Otro rasgo distintivo fue arrasar con cuanta oposición interna existiese. Se suele citar que los elementos que inclinaron la balanza en la administración Bush para sacar manu militari a Hussein en Irak fue el dato verosímil que éste había matado más gente que Milosevic en la ex Yugoslavia y que, al estar produciendo armas de armas nucleares, lo hacía especialmente imprevisible. Los resultados están a la vista.

El destacado politólogo e internacionalista, Sam Huntington nunca miró del todo mal a estos regímenes. Sostenía que eran sátrapas que ayudaban a evitar lo que llamaba “dispersión institucional”.

En este contexto, Siria estuvo gobernada por la familia Al Assad, cuyo fundador, Hafez, fue un piloto de la fuerza aérea siria formado en la URSS. Este entendió la aplicación del régimen socialista baath como un régimen dinástico.

En cuestiones políticas, Hafez fue un hombre sagaz y precavido, con sentido de la historia. Por eso, designó a su hijo mayor, Basil, como su sucesor, y lo preparó a imagen y semejanza de un príncipe heredero.

Pero como el hombre propone y Alá dispone, Basil murió en un accidente de tránsito y su otro hijo favorito, Majed, también murió muy joven, víctima de un cáncer. Recién ahí apareció Bachir, el tercero a bordo, a quien poco o nada le interesaba la política. Se había marchado a Londres a estudiar medicina y luego oftalmología.

Parecía deseoso de quedarse allí, desde donde empezó, además, a construir un imperio inmobiliario. Llevó a su familia y vivía placenteramente, cuando fue llamado con urgencia por su padre. Debía asumir la continuidad del régimen, pues la salud del patriarca se empezaba a debilitar.

Gobernó sin remordimientos desde que asumió, apenas falleció su padre el año 2000. Aunque no hay antecedentes públicos y fidedignos de que haya provocado ríos de sangre como los de los años 70 y 80, sí se sabe que dosificó los asesinatos con metódicas sobrepoblaciones carcelarias.

Se dice que siempre quiso evitar ser asociado a su tío Rifaat, quien ejecutó a inicios de los 80 una de las matanzas más escalofriantes de las últimas décadas en esa región y que curiosamente permanece algo olvidada. Decenas y decenas de miles, en su mayoría fieles sunitas y opositores al régimen, fueron exterminados. Se le conoce como la Masacre de Hama.

Bachir asumió los dos cargos centrales de la maquinaria de poder del régimen heredado, es decir Presidente de la República y secretario general del Partido Socialista Baath. Sin embargo, carecía de la astucia del padre, especialmente para arbitrar las rencillas locales. Tambaleó seriamente a propósito de la seguidilla de rebeliones ocurridas en varios países árabes en 2014 y 2015. El régimen, infectado, se estremeció hasta los cimientos. Se salvó únicamente por motivos geopolíticos. Bachir recurrió a tropas rusas.

Sin embargo, Rusia nunca quiso involucrarse en ese enjambre de inestabilidades. Simplemente necesitaba dos bases militares allí. Un aérea, en Latakia, y otra naval en Tartous. Esta última siempre la consideró fundamental, debido a su salida directa al Mediterráneo, algo que carece desde su propio territorio. También la necesita en su propósito de sofocar el peligro de ISIS.

Sintetizando -y mirada en perspectiva histórica- la caída del régimen era cosa de tiempo. Los Assad eran ya un fósil de la Guerra Fría. De tal constatación se desprenden dos preguntas claves.

¿Qué ocurrirá con las otras manifestaciones tiránicas familiares, consideradas igualmente reliquias vivientes?, ¿Qué irá a ser de los Castro y los Ortega?

Es interesante notar que, exceptuando al rumano N. Ceauscescu, en los regímenes pro-soviéticos nunca se coqueteó con la idea de sucesiones dinásticas. El destino de los Assad confirma la idea de que ver en los hijos propios a los más aptos para prolongar un régimen, ocurre principalmente en los experimentos socializantes del Tercer Mundo.

 

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