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Soledad Loaeza: Donald Trump y el fin del “excepcionalismo americano”

 

Es una ironía que probablemente se le escape a Donald Trump que, habiendo construido su presidencia con base en la idea de que Estados Unidos es un país excepcional, con su comportamiento durante todo el proceso electoral haya demostrado que su régimen político tiene las mismas debilidades que aquejan a otros. Donald Trump demostró a qué grado el sistema político estadunidense es vulnerable a las presiones de un demagogo antidemocrático y autoritario, y puso al descubierto la fragilidad de la democracia. Su conducta y sus acciones, y las respuestas que obtuvo de parte de su electorado, plantean muchas preguntas, entre ellas no pocas se refieren al régimen presidencial que permitió que Trump llevara al borde del precipicio a la democracia más antigua y más orgullosa del mundo contemporáneo.

 

Ilustración: Ricardo Figueroa

 

 

No sólo Trump cree en la excepcionalidad de su país. Uno de los cursos más importantes que se imparten en la licenciatura de Ciencia Política en las universidades estadunidenses es Sistemas Políticos Comparados; cubren Europa, América Latina, Asia y África, pero no incluyen el propio. Ése es un curso aparte, Política Americana, porque los estadunidenses piensan que su régimen es incomparable. Esa creencia se vino abajo el 6 de febrero, cuando la turba instigada por el presidente Trump invadió el Capitolio, intentó una insurrección y un golpe de mano que todos pudimos ver en televisión. Las escenas podían haber sido filmadas en algún país latinoamericano, pues entre nosotros hay muchos ejemplos de ese tipo de ataques a la democracia.

 

 

 

 

 

En 2018 fue publicado el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt,How Democracies  Die (Crown, Nueva York, 2018), que de alguna manera fue un avance de lo que ocurrió en Estados Unidos en la elección presidencial del 2020. La descripción del comportamiento del presidente Trump en los meses anteriores apuntaba inequívocamente al drama en el Capitolio. Como candidato, Trump dedicó buena parte de su tiempo a sembrar dudas en relación con la limpieza de los comicios y a desacreditar a las instituciones responsables de la organización de la votación. Asimismo, el candidato denunciaba una supuesta conspiración cuyo objetivo era robarle el triunfo. Esta acusación no tenía ningún fundamento, pero dejaba prever que, de ser derrotado, Donald Trump no reconocería los resultados oficiales, y que la transmisión del poder sería problemática, tal y como sucedió.

El libro está dirigido a un público estadunidense, y su objetivo es crear conciencia de que su sistema político no es excepcional, pues tiene mucho en común con otros sistemas políticos. Los autores también se proponían dar la voz de alarma ante los peligros que significaba un segundo mandato de Donald Trump. Sin embargo, las advertencias de Levitsky y Ziblatt están planteadas en términos generales. Lo que quieren subrayar es que muchos son los ejemplos de regímenes que se deslizan casi imperceptiblemente por la pendiente autoritaria, para llegar al punto en que sólo la voluntad y los empecinamientos de un individuo gobiernan un país entero en nombre del “pueblo”.

Las alusiones a Benito Mussolini y Adolfo Hitler son inevitables: ambos llegaron al poder vía elecciones; sus respectivos partidos no alcanzaron la mayoría en las urnas, sino que para formar gobierno tuvieron que negociar con otros partidos afines. Estos creyeron ingenuamente que podían beneficiarse de la movilización popular que había logrado el demagogo y, luego, deshacerse de él. Pero algo falló. El pacto fáustico que Mussolini y Hitler concluyeron, respectivamente, con “los partidos moderados” fue su acta de defunción, y selló la suerte de la democracia de Weimar y del parlamentarismo liberal italiano. Los líderes autoritarios del siglo XXI han seguido la misma estrategia: Levitsky y Ziblatt también identifican el camino al que los líderes del totalitarismo europeo recurrieron para subvertir la democracia, y es tan claro y regular que podría diseñarse un instructivo para futuros tiranos: desde pretender que respetan las reglas de la democracia electoral, hasta imponer un partido hegemónico o un partido único, que rechaza el pluralismo de la sociedad y destruye cuerpos intermedios que normalmente forman un vínculo entre la sociedad y el Estado. El objetivo es que nada se interponga en la relación directa entre el líder y el pueblo.

Para reforzar su argumento Levitsky y Zyblatt recurren a ejemplos que extraen de los sistemas políticos latinoamericanos y europeos, que son su especialidad, y que ilustran su advertencia general: “No permitas que el demagogo se incorpore a las instituciones de la democracia, si lo hace, utilizará los mismos instrumentos de la democracia para destruirla”. Así, para realzar las debilidades de la democracia presidencialista hacen referencia a Venezuela, que era considerada una democracia estable hasta que Hugo Chávez, con el apoyo ignorante de Rafael Caldera, fue elegido presidente y la destruyó. Viktor Orbán, en Hungría, siguió muy de cerca los pasos del venezolano, al igual que Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, o el expresidente de Polonia, Andrzej Duda. Empezaron como presidentes, ahora son dictadores.

El libro no está escrito con malevolencia, pero sugiere posibilidades aterradoras. Los autores llaman la atención sobre lo que puede ocurrir, y no sólo en Estados Unidos; porque el ejercicio también es una llamada de atención para otros que piensan que la solución más eficiente es dejar su país en manos de un líder que se encargue de todo.

Levitsky y Ziblatt observan que, a finales del siglo XX y en el primer tercio del siglo XXI, las democracias murieron gradualmente, poco a poco, mientras la mayoría de nosotros miraba en otra dirección. El recuento es inquietante. Los autores sostienen que la salvación de las democracias está en los partidos, pero después de lo ocurrido en el Capitolio uno se pregunta: ¿también en el Partido Republicano?

 

 

 

Soledad Loaeza
Profesora-investigadora emérita de El Colegio de México. Investigadora emérita del SNI. Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2010. Su más reciente libro es A la sombra de la superpotencia. Tres presidentes mexicanos en la Guerra Fría, 1945-1958 (en prensa).

 

 

 

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