Ética y MoralPolítica

Solo ha faltado que se destituyese a sí mismo

Se trata de una reinvención del sanchismo, de un torpedo en su propia línea de flotación

El sanchismo se superó anteayer con una enmienda a la totalidad de sí mismo. La remodelación del Gobierno que ha acometido Pedro Sánchez, confirmando así las irreconducibles tensiones internas y desmintiendo otra vez su propia palabra, no es una crisis cosmética, sino producto del enorme desgaste que el jefe del Ejecutivo nunca ha reconocido con la pandemia. Ha sido una sacudida con guillotina incluida para tratar de poner a la desesperada su contador a cero. Y, sobre todo, es la consecuencia del creciente desencanto de sectores del PSOE con los riesgos asumidos por la deriva soberanista emprendida para garantizarse la legislatura, y de la incapacidad para sumar un solo voto de Podemos.

La crisis de Gobierno es solo un nuevo intento de reinvención de Sánchez, una manera de poner orden interno en un Gabinete desguazado de ministros que se despreciaban entre sí, y que han mantenido agrios pulsos en público que ni siquiera Sánchez conseguía maquillar con las maniobras de ‘marketing’ ideadas por Iván Redondo. Hace tiempo que se había deteriorado gravemente la convivencia en Moncloa, tanto en la mesa del Consejo de Ministros como en la propia coalición con Podemos, porque siguen siendo dos partidos que desconfían uno del otro. Y si mantienen viva la coalición es por puro instinto de supervivencia y no por encarnar un proyecto común, salvo el de ceder al separatismo, que en eso Sánchez ha decidido no transigir reafirmando el peso del PSC en el Ejecutivo. En lo demás, las discrepancias habían llegado a un punto de no retorno que dañaba seriamente la imagen del Ejecutivo. La ridiculización que Sánchez hizo hace tres días del ministro Alberto Garzón fue sintomática y solo demuestra que si Podemos continúa con carteras intocables es por dos motivos: porque son irrelevantes, y porque Sánchez cree que las excentricidades de sus ministros terminarán beneficiando al PSOE cuando se rompa la coalición.

Teóricamente, Sánchez asume la crisis de Gobierno para impulsar un cambio de ciclo que reactive al PSOE hacia una precampaña eterna de dos años. Necesita recuperar credibilidad, y por eso se rectifica a sí mismo con un golpe letal a su propio proyecto. Nadie en el PSOE o en La Moncloa puede sustraerse a la evidencia de que los dos últimos resultados electorales han sido demoledores para Sánchez. Primero, los del 14-F en Cataluña, donde la apuesta por Salvador Illa era decidida. Ganó los comicios, pero no gobierna, y ese era el objetivo primordial. Segundo fracaso, los resultados del 4 de mayo en Madrid, donde el PSOE, por primera vez, quedó relegado a tercera fuerza política. La demolición progresiva de Podemos no fue suficiente. Al contrario, Sánchez no solo no recuperó un solo voto, sino que tuvo una fuga hacia el PP calculada en 100.000 votantes. Eso encendió las alarmas en Moncloa, por más que Sánchez haya disimulado manejar los tiempos y acelerar las negociaciones con el independentismo a través de los indultos. De facto, Cataluña y Madrid solo han confirmado el miedo que marcaron hace un año las elecciones vascas y gallegas, y la incomprensión de su trato de favor a los indultados.

El sacrificio de Carmen Calvo, de Iván Redondo y de José Luis Ábalos supone un cambio de ciclo radical, una reinvención del sanchismo y un torpedo en su propia línea de flotación. Es en definitiva un ejercicio de aventurerismo y resiliencia hacia un sanchismo 4.0 en el que, por primera vez, se rectifica a sí mismo. Jamás hasta ahora Sánchez lo había hecho de modo tan nítido y retratando tanta debilidad. Los demás, en cierto modo, eran ministros residuales, peones utilizados oportunamente por Sánchez para agitar su proyecto de ingeniería social y atacar al poder judicial con carteras de quita y pon, y con ministros irrelevantes y sin peso político. En cambio, con Nadia Calviño reforzada, primarán las condiciones que impone la UE para la llegada de dinero a España. Es por el bolsillo por donde el PSOE está perdiendo votos cruciales.

El ascenso de un ‘fontanero’ como Félix Bolaños es un reconocimiento personal para mitificar, en sustitución de Redondo, a quien no obstante ha fracasado en operaciones cruciales para el PSOE como la ‘operación Murcia’ o la negociación de órganos constitucionales con el PP. Redondo queda como un icono más de esa galería de meritorios olvidados del sanchismo, odiados por medio Gobierno y por todo el PSOE. Atrás quedan la realidad virtual del Gobierno bonito y de las sonrisas, y la mercadotécnica demagógica. Solo ha faltado que Sánchez se destituyese a sí mismo.

 

 

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