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Solo la democracia puede acabar con la amenaza nuclear iraní

Irán: contestación doméstica y retos regionales | Nueva Sociedad

 

 

STANFORD – Cuando un loco tira una piedra a un pozo, según un antiguo aforismo iraní, se necesitan diez hombres y mujeres sabios para sacarla. El ayatollah Ali Khamenei, el líder supremo de Irán hoy recluido, era ese loco, y hoy muchas personas en Irán y en todo el mundo intentan salvar el pozo.

Gracias a Khamenei, Irán ha pasado casi cuatro décadas encaminándose hacia una guerra contra Israel, al que define como un “cáncer” en la región que debe ser aniquilado. Al mismo tiempo, el régimen consiguió evitar un enfrentamiento no deseado por el pueblo iraní e injustificado por el interés nacional de Irán. Los gobernantes iraníes pudieron recurrir a la fanfarronería, a aliados como Hezbollah, Hamas y el régimen de Assad en Siria, a la reticencia de muchos israelíes a arriesgarse a una guerra a gran escala y a su capacidad para utilizar su programa nuclear para arrancarles concesiones a las potencias occidentales.

Hasta ahora.

El régimen tenía muchas señales de advertencia sobre su debilidad sin precedentes en el país y su aislamiento en la región. Estaba el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, la brutal pero eficaz destrucción de Hezbollah en el Líbano y Hamas en Gaza por parte de Israel, el colapso económico -evidente en la fuerte depreciación de la moneda, una huelga de camioneros y la escasez generalizada de gas y electricidad- y una creciente marea de desobediencia civil de las mujeres por el velo forzado.

Pero, en lugar de suavizar su postura, los dirigentes iraníes recurrieron a sus viejos trucos: alardear de ser capaces de construir una bomba nuclear mientras insistían con cara seria en que su programa nuclear nunca tuvo un componente militar. Y perdieron mucho tiempo en la cuestión tonta de si las negociaciones con la administración Trump sobre un nuevo acuerdo nuclear eran “directas” o “indirectas”. Después de todo, Khamenei había dictaminado que no debía haber conversaciones directas con el “Gran Satán”.

El régimen, en su laberinto de autoengaño, no supo apreciar el alcance de su debilidad. No fue el caso del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Enfrentado a un creciente coro de israelíes que exigían el fin del desastre humanitario que él había contribuido a provocar en Gaza, Netanyahu encontró el momento oportuno para lanzar un ataque largamente esperado y cuidadosamente preparado. La notable infiltración de Israel en el aparato de seguridad iraní le permitió decapitar las defensas iraníes en poco tiempo, con cerca de dos tercios de los altos mandos militares y de inteligencia del país muertos en los dos primeros días. E, intencionadamente o no, la oferta de Trump de negociar parece haber adormecido al régimen.

El régimen y sus secuaces ideológicos han culpado sistemáticamente a otros, en particular a Occidente, Israel y Arabia Saudita, de todos sus fracasos. Y ciertamente cada uno de ellos ha cometido a veces errores atroces. La violencia continuada de Israel en Gaza contra palestinos inocentes -que, como los iraníes, son rehenes de una ideología radical nihilista- es un ejemplo de ello. También Netanyahu ha envenenado un pozo que otros, con mayor sabiduría y prudencia, tendrán que salvar.

Como en el caso de los palestinos, hay que salvaguardar la vida de los ciudadanos iraníes inocentes. El pueblo iraní y sus aspiraciones democráticas son la única esperanza para cambiar el régimen. Israel, Estados Unidos o Rusia no pueden ni deben determinar el futuro de Irán, pero Occidente e Israel sí necesitan una estrategia clara a corto y largo plazo para avanzar hacia este objetivo.

Dicha estrategia debería incluir el cese inmediato de la violencia contra la población civil. Sin duda, al igual que Hamas en Gaza, el régimen ha situado muchas instalaciones militares y centros de enriquecimiento en barrios residenciales. Instar a los 14 millones de ciudadanos de Teherán a evacuar para que Israel pueda destruir estas instalaciones es administrar un remedio que es peor que la enfermedad.

Por otra parte, cualquier acuerdo con este régimen brutal e hipócrita se romperá en cuanto sus dirigentes crean que han salido de su aprieto actual. La única solución al rompecabezas nuclear iraní es un Irán democrático, lo que implica el apoyo a las voces democráticas dentro de Irán, con la ayuda de las voces de la diáspora iraní.

Hace más de diez años, junto con mi colega Siegfried Hecker escribimos un artículo en el que sugeríamos que Irán, empezando por el sha en la década de 1970, debería haber seguido los pasos de Corea del Sur y haber renunciado al uranio altamente enriquecido en favor de la tecnología nuclear. El enriquecimiento, argumentábamos, solo genera dudas sobre los objetivos pacíficos de un programa nuclear.

No se puede prever cómo una sociedad democrática podría abordar una cuestión tan espinosa incluso en los mejores tiempos, pero solo un Irán democrático puede resolver este debate. Sin un cambio de régimen por parte del pueblo de Irán, para el pueblo de Irán, no puede haber estabilidad ni prosperidad a largo plazo ni allí ni en la región.

Las sociedades democráticas son mucho más proclives a optar por lo que Aristóteles llamaba el justo medio, la búsqueda del término medio entre los extremos. En cualquier caso, Irán, un referente regional del último siglo donde la edad media de la población es de 32 años, no puede sino beneficiarse del fin de un régimen sumido en el dogmatismo de una cábala nonagenaria.

Abbas Milani

Abbas Milani

Writing for PS since 2017

Abbas Milani is Director of the Iranian Studies Program at Stanford University and a research fellow at the Hoover Institution.

 

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