Sorpresas te da la mar
En la isla indonesia de Sumatra parecen haber topado con el tesoro de la fabulosa Isla Dorada, desde una estatua de Buda de tamaño natural del siglo octavo decorada con piedras preciosas, hasta monedas de todas las épocas y las joyas extraordinarias que lucieron alguna vez los potentados del imperio de Srivijaya.
Así informa el fascinante Wreckwatch Magazine del maná que el río Musi ha comenzado a ofrendar a los pescadores de Palembang, una riquísima civilización sobre palafitos, versión asiática de nuestro El Dorado, que prosperó hasta sucumbir con sus casas de madera, sus templos y palacios.
Entre tanto, durante trescientos años, Srivijaya había controlado los caminos de la Ruta Marítima de la Seda y vio entrecruzarse las caravanas agobiadas de productos árabes y chinos que le reportaron un enorme bienestar y, precisamente, las joyas, las estatuillas búdicas en bronce y oro, los anillos ceremoniales ornados de rubíes, las inscripciones enigmáticas que adornaban los bastones de mando, aretes, brazaletes y aldabas con rostros mitológicos de las leyendas hindúes.
Quizás, como en Pompeya, la erupción de un volcán de los muchos que sacuden el archipiélago barrió con aquel esplendor, aunque es algo que poco importa a los lugareños; o que fuese sepultada por una crecida del propio Musi, donde ahora se sumergen con rudimentarios equipos para extraer reliquias que luego venderán a precios irrisorios para sobrevivir.
En cualquier caso, han corrido con más suerte que sus vecinos de las islas Maldivas que si bien navegan ahora más tranquilos, en armonía con los tiburones que otrora amenazaban sus actividades turísticas, enfrentan un peligro mucho más ominoso: la basura en sus playas paradisíacas.
La constatación del carácter amable de los enormes cetáceos demonizados por Hollywood, indujo a los nativos a protegerlos y basar en su observación el boom turístico que les proporciona su ganapán, después que la UNESCO declaró a Fuvahmulah una reserva de la biosfera.
Hamna Hussain, una escultural submarinista, la única mujer en el oficio, recuerda que cuando era niña las aguas costeras se hallaban infestadas de esos animales y que siempre se zambullía con el temor de ataques que nunca se hicieron realidad, pero el tránsito a una sociedad basada en los visitantes extranjeros ha devenido una pesadilla aún más angustiante.
Y es que -como apunta el GUARDIAN londinense, las remotas Maldivas en el Océano Indico tienen una de las densidades poblacionales más elevadas del globo y capacidad casi nula para procesar los residuos plásticos que no cesan de crecer, arruinando sus prístinas playas y, una vez en el mar, estrangulando literalmente la vida de los arrecifes coralinos.
Para atenuar sus efectos, los vecinos han creado una fundación conservacionista con apoyo de las autoridades municipales, con el objetivo básico de seleccionar con regularidad los desechos que procesan parcialmente allí mismo mientras otra porción se transporta a Malé, la capital, con igual propósito.
Simultáneamente, para cortar por lo sano, se han introducido bolsas reciclables, pitillos confeccionados con arroz o papel y contenedores de basura, incentivando a visitantes y locales a sustituir el consumo de agua que dejaba más de 120 mil botellas plásticas semanales por líquido purificado en los hoteles, y en un frente de similar importancia se extremarán las medidas para proteger a las pacíficas ballenas que aportan a los ribereños los recursos de su vida cotidiana.
Varsovia, octubre 2021