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Soy la primera ministra de Estonia. Y Putin no puede ganar esta guerra

TALLIN, Estonia — A cualquiera que haya vivido bajo la ocupación soviética, las informaciones que llegan desde Ucrania nos traen de nuevo escenas que pensábamos que no volveríamos a ver. El bombardeo de civiles y la destrucción gratuita de edificios recuerdan las matanzas desencadenadas en el continente europeo por Hitler y Stalin. En Mariúpol, una ciudad portuaria sometida a un despiadado y terrible asedio, los habitantes están siendo presuntamente deportados a lugares remotos de Rusia, donde les aguarda un destino incierto.

Mi familia sabe lo que es eso. Mi madre era un bebé de solo 6 meses cuando, en 1949, los soviéticos la deportaron, junto con su madre y su abuela, a Siberia. Mi abuelo fue enviado a un campo de prisioneros siberiano. Ellos tuvieron la suerte de sobrevivir y regresar a Estonia, pero muchos no la tuvieron. Hoy el Kremlin está resucitando las técnicas de una auténtica barbarie. Los que han escapado de Mariúpol lo describen como el infierno en la tierra.

Para poner fin a estos horrores, los analistas más optimistas han puesto su esperanza en un acuerdo de paz. Pero la paz no surgirá de la noche a la mañana. Debemos confrontar el hecho de que el concepto que tiene el Kremlin de la seguridad europea y mundial está en total discordancia con el del mundo libre. Y Vladimir Putin está dispuesto a matar y a reprimir en masa solo porque sí.

En la OTAN, deberíamos concentrarnos en algo muy simple: Putin no puede ganar esta guerra. Ni siquiera puede pensar que la ha ganado, o tendrá ganas de más. Tenemos que hacer una demostración de voluntad y dedicar recursos a defender el territorio de la OTAN. Para mantener a raya la agresión rusa, debemos implementar una política de contención inteligente a largo plazo.

En primer lugar, debemos ayudar a Ucrania de todas las formas posibles. El pueblo de Ucrania no ha cedido al cansancio, y tampoco podemos hacerlo nosotros. Es cierto que la invasión total de Ucrania por parte de Rusia nos ha llevado a actuar. Los aliados y socios hemos tomado decisiones con una determinación y unidad notables. Pero es el momento de esforzarnos más.

Los soldados ucranianos son combatientes muy capaces, pero necesitan armas y equipamiento militar, incluidos recursos de defensa aérea y misiles antitanques para proteger mejor sus cielos. La ayuda militar para la defensa ha de ser nuestra máxima prioridad, y debemos comprometernos a ello en el largo plazo.

En Estonia, un país de 1,3 millones de habitantes, hemos proporcionado a Ucrania ayudas por valor de 250 millones de dólares hasta la fecha. Gran parte de ellas son de carácter militar, pero incluyen ambulancias, mantas y alimento para bebés. El mundo libre debería redoblar sus esfuerzos para ayudar al pueblo ucraniano como sea posible, mediante la entrega de armas, alimentos y productos básicos.

En segundo lugar, debemos mostrar al agresor que estamos preparados para defendernos y, si fuese necesario, para luchar. A veces, la mejor manera de lograr la paz es estar dispuestos a emplear la fuerza militar.

Para ello, tenemos que reforzar nuestra defensa colectiva, sobre todo en el flanco oriental de la alianza que limita con Rusia. Por eso en Estonia estamos aumentando el gasto en defensa. Este año, gastaremos el 2,3 por ciento del PIB; en los años siguientes, esa cantidad crecerá al 2,5 por ciento. Todos los países de la OTAN, al margen de su ubicación geográfica, deberían hacer lo mismo: el 2 por ciento del PIB debería ser un absoluto requisito mínimo. Al aumentar cada país su gasto, podemos proteger mejor la seguridad colectiva.

En la OTAN tenemos una base sólida a partir de la cual trabajar. Los miembros están comprometidos con la defensa de todo el territorio de la OTAN, y en los últimos años la alianza ha dado algunos pasos audaces, y necesarios. Entre ellos, el establecimiento en 2016 de una presencia avanzada reforzada de las tropas aliadas —grupos multinacionales listos para el combate— en Polonia, Lituania, Letonia y Estonia. El miércoles, la alianza anunció que probablemente duplicará la cantidad de grupos de batalla en su flanco oriental.

Pero tenemos que ir más lejos. La presencia avanzada tiene que convertirse en una defensa avanzada de tierra, mar y aire. Eso significaría el despliegue permanente de más tropas aliadas listas para el combate en los países bálticos, respaldadas con artillería de largo alcance, defensa aérea y otras capacidades de refuerzo. Eso significaría más combatientes de la OTAN en nuestros cielos preparados para pasar de las normas aéreas en tiempos de paz a la defensa aérea en tiempos de guerra. Y eso significaría más barcos de la OTAN patrullando el mar Báltico.

En tercer lugar, debemos paralizar la máquina de guerra del Kremlin. No solo debemos hacerlo para poner fin a los derramamientos de sangre y a la ocupación en Ucrania, sino también para desarmar económicamente a Rusia, para impedir que Putin amplíe la guerra.

En el corazón de la máquina están el petróleo y el gas. Las exportaciones de hidrocarburos equivalieron el año pasado a alrededor del 40 por ciento del presupuesto nacional de Rusia, y es probable que este año se conviertan en su mayor recurso. En lo que debemos centrarnos es en cortar esos ingresos. La Unión Europea ya ha anunciado sus planes de reducir en dos tercios las importaciones de gas ruso para finales de este año. Pero podría y debería ir más allá. También deberíamos depositar parte de los pagos por el petróleo y el gas de Moscú en una cuenta especial externa, para que sus ingresos no se destinen a la financiación de la guerra. Y deberíamos dirigir una parte considerable de esos fondos a un futuro plan de reconstrucción para Ucrania.

Nada de esto será fácil o sin costos. Y llegará un momento en que oiremos llamamientos a suavizar las sanciones. Pero debemos —la OTAN, la Unión Europea y cada país— ser pacientes y mantenernos firmes. Los negocios con la Rusia de Putin no pueden ser los normales. De hecho, no puede haber negocios en absoluto.

En cuarto lugar, debemos ayudar a los ucranianos a huir de la guerra.

Moscú quizá piense que obligar a millones de ucranianos a marcharse y buscar refugio en toda Europa desestabilizará nuestras sociedades. Esto también es parte de los objetivos bélicos de Putin, y una de las herramientas de su guerra híbrida. Debemos demostrarle que se equivoca.

Los países vecinos ya han mostrado una extraordinaria acogida en muy poco tiempo, y la Unión Europea concedió de inmediato a los ucranianos el permiso de residencia y trabajo en el bloque. En Estonia hemos acogido a muchos refugiados ucranianos, que ahora representan en torno al 1,6 por ciento de nuestra población. Todos los países deberían hacer todo lo que puedan por proporcionar un lugar seguro a los refugiados ucranianos hasta que puedan volver a casa.

Todo sumado implica un auténtico reto. Frenar la agresión del Kremlin requerirá tiempo y mucho esfuerzo. Pero en cuanto miembros de la OTAN, europeos y seres humanos, es una tarea en la que no podemos flaquear.

 

Kaja Kallas (@kajakallas) es la primera ministra de Estonia.

 

 

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