Stathis Kalyvas: «Muchos politólogos solo usaron Afganistán para medrar»
Considerado uno de los mejores estudiosos de su generación, Kalyvas, causó polémica esta semana al criticar a sus colegas que avalaron con estudios la refundación de Afganistán. «Una cosa es ser un demócrata y otra pensar que la democracia es lo que mueve al mundo», dice
Su libro ‘La lógica de la violencia en la guerra civil’, publicado en 2010, supuso una auténtica revolución conceptual sobre las motivaciones humanas. En él, Kalyvas (Corfú, 1964) postuló que la violencia era un proceso que obedecía más a la aversión humana a la misma antes que el resultado de la fascinación por ella. Esto explicaba la crueldad entre personas que se conocían bien (familiares y vecinos) en las contiendas civiles. Al final, no era el caos y la anomia lo que gobernaba estas guerras, sino una manifestación degenerada del exceso de capital social.
-¿Por qué nos ha conmocionado tanto lo ocurrido en Afganistán?
-Probablemente haya dos dimensiones, relacionadas pero independientes entre sí. Por un lado, la increíble velocidad a la que colapsó el gobierno. Muy pocas personas, si es que hubo alguna, lo previeron. La mayoría pensó que la situación se mantendría. El proceso se desarrolló en cascada, lo que creó una sensación de inevitabilidad que inmediatamente se convirtió en profecía autocumplida. De hecho, una característica clave de las cascadas es que son impredecibles ‘ex ante’. ‘Ex post’, sin embargo, todos tienen una explicación, ¡todos lo vieron venir! Por otro lado, la disparidad entre los talibanes, un grupo rebelde de aspecto medieval, y EE.UU es chocante. Siempre es difícil creer que la asimetría de poder pueda subvertirse, pero a veces es así.
-Tuiteó: «No puedo evitar preguntarme sobre las implicaciones de la debacle afgana para las ciencias sociales de la contrainsurgencia: ¿docenas de estudios generosamente financiados, decenas de artículos de vanguardia con datos afganos publicados en revistas top, para qué?» ¿Encontró una respuesta?
-Como puede imaginar, soy crítico con muchos de estos estudios. Tienden a usar técnicas estadísticas muy avanzadas y dicen identificar los efectos causales de forma rigurosa. Plantean cuestiones como que si la ayuda da forma a las actitudes, si la violencia produce efectos militares positivos, etc. Pero su aparente rigor oculta graves problemas.
-¿Cómo cuáles?
-Primero, como se basan en un aparato científico, proyectan el tipo de valores que a menudo encontramos en las ciencias duras. Sin embargo, las ciencias sociales son diferentes. Estos estudios tienen problemas de medición (por ejemplo, las encuestas en Afganistán eran notoriamente defectuosas, el entorno de seguridad introducía todo tipo de sesgos, etc.) y descansan en datos que están lejos de ser fiables; es decir, estos estudios se realizan en contextos que requieren condiciones de laboratorio, pero carecen de ellas. En segundo lugar, los resultados tienden a ser muy condicionales: la ayuda funciona unas veces, pero otras no; algunos tipos de ayuda funcionan mejor que otros. Además, el contexto es siempre fluido y complejo: por ejemplo, un estudio descubrió que, aunque la ayuda oficial mejoró la actitud hacia el gobierno, también atrajo los ataques talibanes, cancelando así el efecto progubernamental. En otras palabras, los resultados no suelen ser ejecutables ni escalables. Tampoco son muy interesantes desde una perspectiva teórica. De hecho, muchos estudios producen resultados triviales. Por ejemplo, los afganos tendían a juzgar a los talibanes locales con menos severidad en comparación con las tropas extranjeras porque, como la mayoría de la gente en todos los países, eran nacionalistas. ¡Sabíamos esto sin la necesidad de un estudio!
-Tras leer su tuit busqué los últimos estudios académicos sobre Afganistán. La mayoría (8 de cada 10 aprox.) tiene títulos muy optimistas sobre la posibilidad de construir una sociedad próspera y en paz. Muy pocos eran críticos.
-Gran parte de la investigación sobre Afganistán fue impulsada explícitamente por supuestos liberales. Comparto muchos de ellos, pero no creo que deban impulsar la investigación. Una cosa es ser demócrata, y otra pensar que el liberalismo la democracia mueve al mundo. Esto último lleva a ilusionarse. Muchos estudios criticaron lo que se estaba haciendo, pero en una dirección que no era muy productiva: es fácil y barato argumentar que siempre se necesita (mucho) más dinero o (muchos) más soldados, pero el impacto de las políticas debe tener en cuenta su viabilidad.
La distorsión del dinero
-¿Por qué pasó esto? ¿El mundo académico también quedó ciego como los demás?
-Aquí hay dos niveles. Uno es ideológico: la democracia liberal domina tanto la esfera intelectual de Occidente que inevitablemente genera reacciones; lo hemos visto recientemente con el populismo. También causa puntos ciegos importantes. El otro nivel es el profesionalismo académico. Los estudios científicos rigurosos conducen a la publicación y al éxito profesional. En mi campo, las ciencias políticas, hemos sacrificado la experiencia en áreas y contextos que requieren inmersión a largo plazo, habilidades lingüísticas, etc. a la creencia de que el análisis de datos es la única forma de encontrar la verdad. Por supuesto, los estudios tradicionales eran casi imposibles de validar, pero el análisis de datos producido por investigadores que normalmente saben muy poco sobre un lugar y un día estudian Nigeria, al día siguiente Afganistán y al otro Myanmar, también puede ser muy problemático. No debemos dejarnos cegar por estadísticas sofisticadas, aunque nuestro trabajo requiera una buena comprensión de éstas.
-¿Qué papel ha jugado el dinero en este fenómeno?
-Esta ha sido una característica clave de los estudios sobre Afganistán: varias agencias estadounidenses (sobre todo el Pentágono y USAID), pero también organismos internacionales, lanzaron enormes cantidades de dinero para atraer investigadores al tema afgano. No hay nada intrínsecamente malo en ello: es un incentivo importante. Pero al mismo tiempo, produce distorsiones. Atrajo a personas que tenían poco interés en aprender de manera significativa sobre Afganistán. En cierto sentido, muchos investigadores «utilizaron» Afganistán para medrar sin producir necesariamente una investigación de alta calidad.
-Un profesor estadounidense respondió a su tuit afirmando que «un fracaso político no significa un fracaso de las Ciencias Sociales». Vivimos en tiempos en los que es difícil separar la ciencia de la política (por ejemplo, la pandemia). ¿Qué deberían hacer los científicos para evitar esta confusión?
-Creo que los científicos deberían hacer ciencia al más alto nivel posible, sin preocuparse por si su investigación puede ser aplicable de inmediato. Algunos de los avances científicos más importantes han surgido de una investigación básica que en principio parecía tener muy pocos aspectos prácticos. Mi posición en la ciencia política es que debemos esforzarnos por lograr el nivel más profundo posible de comprensión de una cuestión, independientemente de las implicaciones políticas. Si llegas al pacto fáustico de decirle a los políticos que tu investigación puede brindarles las soluciones que buscan, tendrás que compartir la responsabilidad si eso no sucede. No puedes tenerlo todo, el dinero para investigar políticas, pero al mismo tiempo distanciarte de sus resultados.
El umbral del pacifismo
-¿Cree que esta confusión tendrá otras consecuencias tanto en la política como en la evolución del conocimiento científico?
-Si las ciencias sociales se mezclan demasiado con la política, los fracasos de la política se reflejarán negativamente en las ciencias sociales, lo que sería desastroso. Ésta es la razón por la que las universidades son tan importantes para la investigación: pueden proporcionar un entorno propicio para ella. Sin embargo, cuando las universidades se vuelven dependientes de la financiación externa, empujan a los investigadores a buscar constantemente dinero, lo que a menudo distorsiona la investigación de la manera que hemos visto en Afganistán.
-Europa Occidental lleva 76 años en paz. Es difícil encontrar una opinión pública en el continente que no se declare pacifista. ¿No cree que es angustioso encontrarse ante una situación en la que la solución es el uso de la fuerza?
-No nos gusta librar guerras, en parte debido a la experiencia pasada institucionalizada de guerra, ocupación y destrucción. EE.UU. se diferencia de Europa en ese sentido: no experimentó una destrucción generalizada desde la Guerra Civil ni una ocupación extranjera y es más propenso a la guerra en términos de opinión pública (y, en general, acepta más la violencia; véase su actitud frente a la pena de muerte). Sin embargo, existe un umbral más allá del cual incluso las personas pacifistas pueden llegar a aceptar el uso de la fuerza. Por supuesto, cuál es este umbral es difícil de predecir ex ante.
Expansión democrática
-¿De dónde viene la noción de que las instituciones democráticas se pueden exportar a un país sin tradición democrática?
-Creo que este es el legado de la II Guerra Mundial y la exitosa experiencia de Alemania y Japón. Estos ejemplos se utilizaron ampliamente para justificar la invasión de Irak de una manera que fue a la vez ingenua y manipuladora. Al mismo tiempo, hemos sido testigos durante los últimos 30 años de una increíble expansión global de la democracia. A pesar de los desafíos, esta expansión es real y ha sido una combinación de factores internos e incentivos externos.
-Para el debate entre institucionalistas y culturalistas, ¿lo qué sucedió en Afganistán debería ofrecernos alguna lección?
-Siempre he sido escéptico con las dicotomías. Claramente, las instituciones no se construyen en un vacío cultural; al mismo tiempo, sin embargo, la cultura no es un obstáculo, de lo contrario, nada cambiaría ya que la cultura cambia muy lentamente. Me preocupa mucho que el mensaje que surja de la debacle afgana sea que algunos países nunca podrán tener un régimen democrático. Tal punto de vista sería igualmente engañoso que lo contrario, es decir, que la democracia puede imponerse en cualquier lugar y en cualquier momento. Durante muchos años, hace no mucho tiempo, existió la creencia de que los países del sur de Europa como España, Portugal y Grecia no eran culturalmente propicios para las instituciones democráticas. Eso era un error. La construcción de un Estado y el diseño institucional se parecen más a un arte que a una ciencia: aunque obviamente es más probable que prosperen en un entorno social y económico propicio, también pueden desarrollarse en espacios más difíciles si se implementan de forma creativa y sensible al contexto. Una vez que las instituciones echan raíces, también pueden cambiar las prácticas culturales de una manera que pocas personas creían posible de antemano.