Steven Pinker: «Los intelectuales odian el progreso, y los progresistas aún más»
El ensayista debatió ayer en el Ateneo de Madrid sobre «Los dilemas del progreso» con Luis Garicano
Steven Pinker (Canadá, 1954) es algo así como un rock star del ensayismo, y no solo porque su último libro, «En defensa de la ilustración» (Paidós), fuera aupado por el mismísimo Bill Gates -−fundador de Microsoft y legendario millonario, además de influencer planetario−, sino también por esa melena plata y clara que gasta, esa que pasea por medio mundo para cantar que los tiempos cambian, pero no precisamente para mal. De hecho, según sostiene, las cosas están mejor que nunca. Porque el progreso, y esta es la idea clave de su pensamiento, no se ha frenado: más bien todo lo contrario.
El psicólogo, profesor en el MIT y en Harvard, estuvo ayer en el Ateneo de Madrid para explicar precisamente eso: por qué el mundo avanza innegablemente y por qué nos empeñamos negarlo. «Los intelectuales odian el progreso, y los que se hacen llamar a sí mismo progresistas aún más», espetó, con guasa, antes de lanzar el aluvión de datos que demostraban que vivimos la mejor época de la historia. La clave, tal y como comentó, es mirarlo con perspectiva.
Si nos alejamos un poco, y observamos todo desde los siglos, vemos que hay menos pobreza, menos guerras, más esperanza de vida, mejor salud, más educación… Y así hasta que nos aburramos. «¡Incluso muere menos gente que nunca por catástrofes naturales! Y no es que Dios esté menos enfadado con nosotros», bromeó. Sin embargo, parece que los seres humanos estamos diseñados «para recordar lo peor», y de ahí viene parte de la «progresofobia» que denuncia Pinker. En España, por cierto, cultivamos esta naturaleza más que nunca. El nuestro es uno de los pocos países donde la gente que se dice feliz ha disminuido en los últimos años: de casi el 90% en el 2008 hasta el 85% del 2015. Aunque ahí está la crisis, claro.
Garicano y Pinker, ayer durante el debate – MAYA BALANYÁ
Pesimismo
Tampoco frenan el pesimismo los medios de comunicación, porque «las buenas noticias no son noticias», reza el dicho. «Es que las noticias se escriben sobre sucesos repentinos, no sobre cambios graduales», argumentó Pinker. Y también aludió a los prejuicios intelectuales: «El pesimismo suena serio, y el optimismo suena frívolo». Y eso es un problema, porque el pesimismo nos lleva, insistió, a dar por perdidas causas que solo parecen imposibles, o peor aún: a preferir tirarlo todo abajo y empezar de cero.
«El progreso es innegable, pero no inevitable. No es un milagro, es el resultado de usar el conocimiento para solucionar los problemas del mundo», sentenció. Y ahora, ese conocimiento debe centrarse en luchar contra el cambio climático y en evitar una posible guerra nuclear. «Son los dos grandes peligros de la humanidad», remató.
Tras su turno, tomó la palabra el economista Luis Garicano (Valladolid, 1967), autor de «El contrataque liberal»(Península) y responsable económico de Ciudadanos. Partiendo de Pinker y del progreso, se fue a un lugar bien distinto: al presente más inmediato.
«A pesar de que el progreso es innegable, tenemos una enorme subida de los populismos y de la gente que no cree en estas cosas. La primera vez que lo vi fue con el Brexit», recordó nada más empezar. Y lanzó las preguntas que despierta la actualidad ante el discurso del progreso: «¿Si el mundo está mejorando, si las cosas están mucho mejor, por qué la gente está dispuesta a echarlo todo a perder? ¿Por qué hay demanda de populismo? Cuando la gente busca esas soluciones es por algo».
La respuesta, en su opinión, pasa por el cambio tecnológico, que todo lo trastoca y alimenta la bestia de la incertidumbre. El progreso, en los últimos años, se ha vuelto más intangible, porque todo está en la nube. «La actividad económica se concentra en menos empresas y en menos lugares. Y la riqueza se genera en metrópolis», explicó, poniendo un gran pero al progreso. El reto está ahí.