Stevie Wonder: 70 años de una leyenda
El mundo celebra a uno de los artistas afroamericanos más prolíficos, genio musical y activista.
En octubre pasado tuve el privilegio de asistir al homenaje que le hizo el pianista y productor Robert Glasper a Stevie Wonder en el Blue Note de Nueva York. El concierto estuvo dedicado a lo que Glasper llamó “el lado B” de su discografía, porque, como él mismo dijo, “no pretenderán que en una sola noche toque todos los putos ‘hits’ del lado A de Stevie”. Cuando él y sus músicos terminaron de tocar ‘Taboo to Love’ (a la que Luke James le puso su increíble voz), Glasper agregó: “La mayoría de los músicos encuentran su propia voz en un solo instrumento. Pero Stevie encontró su propia voz en cuatro: batería, armónica, teclados y voz. No conozco un artista que tenga esa voz propia en cuatro cosas al mismo tiempo. Solo Stevie Wonder”.
Cuando Glasper mencionó la palabra ‘armónica’, caí en cuenta de que la primera vez que tuve consciencia de lo bello que podía ser el sonido de ese instrumento fue gracias a la versión de ‘Alfie’ que grabó Stevie Wonder a finales de los sesenta. Ese sonido y esa “voz”, marcaron mi niñez musical. Había descubierto a un prodigio.
Inicios con Motown
Stevland Hardaway Morris (nombre real de Stevie Wonder) nació en Saginaw, Míchigan, el 13 de mayo de 1950. Fue un bebé prematuro que perdió la vista debido al síndrome de Terry, pero nada de eso detuvo su temprana inclinación por la música. Su madre, la compositora Lula Mae Hardaway, abandonó a su padre cuando él tenía cuatro años y, junto con sus cinco hermanos, se radicó en Detroit, donde pasó ratos amargos. Le dolía el desamor y le pesaba la carga económica de una familia grande. Pero nada la hacía llorar tanto como la ceguera del pequeño Stevie, que para ella, una mujer devota, era un castigo de Dios. En el culto, mientras lo escuchaba cantar en el coro de la iglesia baptista, lloraba lágrimas de piedad. A los cinco años, el niño la encaró diciendo: “Mamá, no te preocupes más porque yo sea ciego, porque soy feliz”. Y esa felicidad, que no era sino música en estado puro, le quitó a su madre la idea aquella del castigo divino y le cambió el semblante de pena por el de asombro. A los 11 años, Stevie Wonder ya dominaba el piano, la batería y la armónica. Era el genio de la casa. Algo solo comparable a la leyenda de Ray Charles.
Cuando Berry Gordy, dueño de Tamla-Motown lo escuchó, no tuvo que pensarlo mucho para que firmara de inmediato. Fue él quien lo llamó ‘Little Stevie Wonder’. Su primer álbum, ‘The Jazz Soul of Little Stevie’, fue un trabajo instrumental que llamó la atención de la radio y de los críticos. Luego vendría una larga lista de sencillos exitosos como ‘Fingertips’ (la versión en vivo del álbum ‘The 12 Years Old Genius’), ‘Up-Tight’ (‘Everything’s Alright’), ‘Contract of Love’, ‘A Place in the Sun’ y ‘Hey Love’. En 1967 lanzaría ‘I Was Made to Love Her’, del álbum homónimo, un tema en el que aparece su madre, Lula Mae, como coautora. Durante toda su adolescencia, ella contribuyó a la creación de varios ‘hits’, entre ellos ‘Signed’, ‘Sealed’, ‘Delivered I’m Yours’ y ‘I don’t Know Why I Love You’. En 1969 cerraría la década con uno de sus sencillos más emblemáticos: ‘My Cherie Amour’, dedicada a una novia de sus años de estudiante. Aunque ya se había hecho la parte instrumental dos años atrás, Stevie Wonder no pudo grabarla debido a los cambios en su voz.
La mayoría de los músicos encuentran su propia voz en un solo instrumento. Pero Stevie encontró su propia voz en cuatro: batería, armónica, teclados y voz.
Manolo Bellón, periodista e investigador musical, dice sobre este importante período de maduración musical: “Lo primero que debe destacarse es su virtuosismo como multiinstrumentista. Dos, que fue uno de los primeros músicos que hizo discos en los que tocaba todos o casi todos los instrumentos; y, tres, que se convierte en uno de los primeros artistas en lograr total independencia creativa en el reino de Motown, donde Berry Gordy controlaba absolutamente todo. Él decía quién era el productor, cuál era el repertorio, cuál era el título del álbum. Así que lograr esa independencia fue clave para su éxito como uno de los más influyentes músicos afroamericanos de la segunda mitad del siglo XX”.
La consagración
En la década del setenta, Stevie Wonder emprende un camino más introspectivo y amplía su concepción musical con una seguidilla de álbumes extraordinarios como ‘Music of My Mind’, ‘Talking Book’, ‘Innervisions’, ‘Fullfillingness’ First Finale’ y ‘Songs in the Key of Life’. Como instrumentista desarrolla una ‘voz’ propia en la batería, mientras que en los teclados está siempre a la vanguardia. No en vano se lo considera uno de los pioneros, dentro del R&B, el ‘funk’ y el rock, en la utilización del piano eléctrico y los sintetizadores.
“Como baterista, infunde un ingenio y entusiasmo únicos a su forma de tocar, algo que recuerda a Benny Benjamin (uno de sus mentores en Motown) y a Bernard Purdie (baterista de sesión de Stax), pero con un estilo único. Los sonidos altos de Wonder son particularmente expresivos y han influenciado a una generación de bateristas. Basta escuchar ‘Superstition’ y ‘Sir Duke’. También es admirado como un tecladista sin igual, que ejecuta frases increíblemente difíciles con una facilidad que las hace parecer simples hasta que uno intenta copiarlas. Además, popularizó el uso del bajo en el teclado y sus líneas rivalizan con las del mejor bajista eléctrico”, escribió Daniel Levitin, músico, neurocientífico y sicólogo de la Universidad de Stanford.
Son de este período algunos de sus éxitos más importantes, como el ya mencionado ‘Superstition’ y ‘Higher Ground’, esta última, una obra maestra del ‘funk’ incluida en el álbum ‘Innervisions’, que escribió y grabó en una sesión de tres horas en mayo de 1973. ¡Tres horas! Para lograr el sonido del ‘wah-clavinet’ utilizó un pedal de filtro y para la línea de bajo, un sintetizador Moog con ‘overdubs’. En este clásico, Stevie Wonder toca todos los instrumentos musicales. Entre 1974 y 1977 se llevó catorce premios Grammy, incluyendo tres galardones consecutivos en la categoría de mejor álbum del año.
Por esta misma época, empieza a perfilarse como baladista, un talento que afinaría mucho más en los ochenta: ‘Send One Your Love’, ‘You Are the Sunshine of My Life’, ‘You and I’, ‘Lately’, ‘Overjoyed’, ‘With Each Beat of My Heart’ y ‘Ribbon in the Sky’ son resultado de esa preciosa cosecha.
Los setenta y ochenta también estarían marcados por su activismo en la defensa de los derechos humanos y por sus colaboraciones con artistas de otros géneros como el jazz, la música brasileña y la salsa. Su trabajo con los músicos y productores Malcolm Cecil y Robert Margouleff, muy influenciados por la música latina, no solo hizo posible que Stevie Wonder se presentara en el concierto de antesala a la pelea Alí-Foreman en Zaire (África), en 1974, sino que allí se cocinara una posterior colaboración suya con la Fania All Stars. Ray Maldonado, hermano del pianista Ricardo ‘Richie’ Ray, se convertiría en su director musical. En 1984 lanzó la banda sonora de la película ‘The Woman in Red’, que incluyó uno de sus éxitos comerciales más sonados: ‘I Just Called to Say I Love You’, que le valió un Globo de Oro y un Óscar a la mejor canción original.
“Creo que él ha sabido balancear muy bien eso de ser un músico comercial y a la vez un músico innovador. Pero también ha jugado un rol muy importante como activista utilizando su fama para enviar un mensaje de igualdad, de no a la guerra y de defensa de los derechos civiles en una sociedad tan fragmentada y racista como la de Estados Unidos. Eso es algo admirable y un ejemplo, sobre todo en los días que corren”, dice el periodista cultural Eduardo Arias.
La faceta comercial de Stevie Wonder en los ochenta, vale decirlo, dejó grandes canciones como ‘Ebony and Ivory’, con Paul McCartney, y ‘That’s What Friends Are For’, con Dionne Warwick, Gladys Knight y Elton John, y le sirvió para romper récords de ventas gracias a nuevos públicos y largas giras internacionales. A lo largo de su carrera, ha ganado 25 Grammys y ha vendido más de 100 millones de discos.
Creo que él ha sabido balancear muy bien eso de ser un músico comercial y a la vez un músico innovador
Durante los últimos veinte años publicó menos álbumes (el último fue ‘A Time to Love’, de 2005), pero sigue siendo una influencia directa para los nuevos artistas y un hombre comprometido a fondo con las causas humanitarias como mensajero de paz de la Organización de las Naciones Unidas. Después de realizar varias giras cortas por Estados Unidos y Europa entre 2007 y 2008, participó en grandes eventos deportivos y políticos, como la celebración inaugural del presidente Barack Obama, en 2009. También ha regresado a los estudios para hacer colaboraciones junto a Snoop Dog, Pharrell Williams, C. J. Hilton, Ariana Grande y Raphael Saadiq, entre otros.
Luego de superar un trasplante de riñón en septiembre del año pasado, se rumora que hará un álbum de jazz con Quincy Jones y Tony Bennett. Y que tiene ganas de otra gira. También, de un disco propio. Como si no bastara con sesenta años dedicados por completo a la música. Como si no fuera ya una leyenda viva. “Stevie es la plenitud de la experiencia negra. Es el documentalista negro de la década de 1970”, dice Zandria Robinson, profesora de estudios afroamericanos en la Universidad de Georgetown. Pero también es el artista que ha marcado a varias generaciones con gustos y culturas diferentes. Sus canciones tienen el poder de levantarnos y ponernos otra vez en sintonía con la vida. De conectarnos con algo supremo. De hacernos sentir que estar aquí y ahora sigue valiendo la pena. Como dice el bajista Christian McBride: “Stevie ha filtrado el dolor y la ira de nuestras vidas a través de un lente de gracia, esperanza y optimismo”. Justo lo que más necesitamos por estos días.