Stormy Daniels: «Quiero que Trump vaya a la cárcel porque, si se sale con la suya, no puedo ni imaginar lo que vendrá después de él»
Es la mujer que puede hacer descarrilar la carrera de Donald Trump hacia un segundo mandato. El 25 de marzo, Stormy Daniels sentará en el banquillo al expresidente en el primer juicio penal contra él, derivado de su intento de silenciar una presunta relación sexual. Stormy, actriz porno, republicana y crítica con el #MeToo, se ha convertido en la desconcertante 'bestia negra' de Trump.
Stormy Daniels está sentada en el sofá de una autocaravana. Vive en Florida con su marido desde hace dos años, Barrett Blade, pero durante los próximos dos días firmará fotos en una convención porno que se celebrará en Washington DC. Hoy, esta actriz –convertida en la ‘bestia negra’ de Donald Trump– lleva pantalones de chándal, y sus famosos pechos (bautizados por ella misma como Trueno y Rayo) están cubiertos por una holgada camisa de franela de cuadros. Su recato no durará mucho tiempo. En breve, dice, se pondrá el traje de animadora de los Dallas Cowboys para apoyar al equipo de su esposo. Mi marido me trata como una reina y me hace sentir segura, tiene una familia tan bonita y quiere tanto a mi hija…, dice sobre Blade, su cuarto esposo, que también ha trabajado como actor porno y a quien conoce desde los 19 años.
Daniels, de 44 años, está disfrutando estos días, consciente de que es la calma que precede a una monumental tormenta. En marzo será llamada como testigo en el primer juicio contra el expresidente Donald Trump. Trump es el primer presidente que se enfrenta a cargos penales: 91 hasta el momento, incluido el pago, una semana antes de las elecciones de 2016, de 130.000 dólares para que Daniels mantuviera silencio sobre una supuesta aventura que se limitó, según ella, a un breve y decepcionante encuentro sexual en una habitación de hotel en Nevada en 2006.
Pero, eso sí, en mayo de 2018 admitió haber «reembolsado completamente» a su entonces abogado, Michael Cohen, los 130.000 dólares que este le había pagado a Daniels. Si no hubo sexo, ¿entonces para qué era el dinero? Daniels se ríe. «No lo sé. Nunca ha respondido a esa pregunta».
Durante casi seis años –desde que The Wall Street Journal publicó la historia en 2018–, la vida de Daniels ha sido una telenovela bizarra y dramática. Ha soportado campañas de difamación, acoso, intimidación, amenazas de muerte e incluso, según ella, intentos de secuestro de su hija, que ahora tiene 13 años.
La perspectiva de enfrentarse a Trump en los tribunales es, dice, un arma de doble filo. «Llegué a temer que no me llamaran al estrado. Eso habría transmitido la idea de que no soy digna de confianza o una testigo creíble y habría sido una bofetada, así que estoy muy agradecida de tener esa oportunidad. Pero otra parte de mí piensa: ‘¿Servirá de algo? ¿Será determinante?’. No quiero hacerme ilusiones, aunque eso es lo que espero».
Esta mujer es más que consciente de la trascendencia del juicio. «La gente me pregunta –y con buena intención–: ‘¿No es genial que vayas a salir en los libros de historia?’. Y yo respondo: ‘Sí, por acostarme con el villano naranja. ¿Ese es mi legado? Genial’. La gente cree que eso define mi vida, pero solo fueron doce horas», dice. Aun así, está convencida de su deber de testificar. Y no teme enfrentarse al expresidente. «Lo he visto desnudo –bromea–. Nada que haga con la ropa puesta puede darme más miedo».
Aunque en abril Daniels llegó a afirmar que Trump no merecía ser encarcelado por su caso, en este momento piensa de otra manera. «Ahora que sé las otras transgresiones que ha cometido, es importante dejar claro que no está por encima de la ley», dice. «¿Qué precedente sienta para la gente si no hay consecuencias? Es una invitación a la anarquía. Así que sí, ahora quiero que vaya a la cárcel porque no puedo ni imaginar lo que vendrá después de él si se sale con la suya», cuenta.
La heroína imperfecta y republicana convencida
Hace cinco años, Daniels publicó sus memorias, Full disclosure, que recogían dos descarnados relatos: su encuentro sexual con Trump («Diría que el sexo duró dos o tres minutos. Puede que haya sido el sexo menos impresionante que he tenido nunca») y la inolvidable descripción de su pene («como el personaje champiñón del videojuego Mario Kart»). Con la escritura de ese libro, dice, «quería aclarar que no fui allí pensando que iba a tener sexo con una persona famosa, que no chantajeé ni extorsioné al presidente. Quería que la gente supiera que entonces estaba encantada de tener el acuerdo de confidencialidad. Me parecía bien no decir nada, es lo que hay que hacer. Pero (una vez que estalló el escándalo) no me parecía bien mentir». Para ella, más que el encarcelamiento de Trump, la victoria en los tribunales sería «que se supiera que yo no mentía».
«Un vecino abusaba de ella de niña. Lo contó y no la creyeron. Ser una superviviente de violación no me define, pero se me grabó a fuego que nadie me ayudaría»
Hoy, cuando el expresidente se enfrenta a casi cien cargos penales –incluyendo los de crimen organizado, conspiración para anular las elecciones de 2020 y siete delitos federales por su manejo de documentos clasificados–, el foco está menos centrado en Daniels. Pero, si los Estados Unidos –como algunos creen– han tenido en Trump al presidente que se merecían, quizá también han encontrado en Daniels al adversario que necesitaban. Sus críticos no la pueden descalificar por ser demócrata, ya que su historial de voto es firmemente republicano, o por ser una izquierdista radical: se ha declarado total «defensora del capitalismo». También es un enemigo duro de pelar: disfruta de sus constantes peleas con los trolls: «Twitter (X) es mi deporte favorito», dice entusiasmada.
Daniels es una mujer compleja, una heroína imperfecta y a menudo involuntaria, que se ha negado a identificarse como feminista y que ha afirmado que el #MeToo se había «convertido en algo fuera de control».
Por lo menos ese era su pensamiento hasta 2019, año en el que, como ella cuenta, inició «un viaje» mental. Al ver la película El escándalo –sobre las mujeres que se enfrentaron a Roger Ailes, el difunto director ejecutivo de Fox News, acosador sexual y abusador–, dejó de ver aquella noche con Trump como una historia lamentable pero consentida.
«Diría que el sexo con Trump duró dos o tres minutos. Puede que haya sido el sexo menos impresionante que he tenido nunca»
«Él no era agresivo y sé con certeza que podría haber huido si lo hubiera intentado, pero no lo hice», escribe en Full disclosure. Y en una de las frases más deprimentes y más cercanas del libro añade: «Mientras estaba encima de mí, repasé las tres horas anteriores para ver cómo podía haberlo evitado».
Asegura que Trump la atrajo a la suite con la oferta de darle un puesto en el concurso The celebrity apprentice y que hasta llegó a prometerle que lo amañaría para que ella ganara. Pero, al ver la cinta El escándalo, «se me encendió una bombilla», afirma. De repente vio la dinámica de poder que hubo en aquella habitación y que hacía imposible la noción misma de consentimiento. «La gente dirá: ‘Fuiste a la habitación del hotel. ¿Qué pensabas que iba a pasar? La culpa es tuya’». Pero ahora ella está segura de una cosa: «No fue culpa mía».
Lo que lleva peor es no haber hablado antes. Ha leído los relatos de muchas mujeres que han acusado a Trump de agresión sexual hasta 2013, y al menos uno de ellos, dice, es «idéntico al mío». «Al leerlo, tuve un ataque de nervios: ¿es mi culpa que todas esas mujeres que han venido después de mí se hayan visto en esa situación? Eso es algo que nunca podré perdonarme».
Stephanie Clifford nació en Baton Rouge (Luisiana) y tuvo una infancia pobre y disfuncional, con un padre que se largó a Alaska cuando ella tenía 4 años y con una madre cuyo interés por su hija, o por cualquier cosa doméstica, disminuyó rápidamente a partir de entonces. «Llegaron las ratas… pero el verdadero problema eran las cucarachas», escribe Daniels en sus memorias. «Tengo cicatrices en las piernas de sus mordiscos. Tuve tan malas cartas en la vida que debería estar viviendo en una caravana con seis hijos y sin dientes». Sin embargo, tenía un as en la manga: era brillante, una estudiante de sobresaliente. Consiguió una plaza para estudiar Veterinaria, pero desde los 17 años ya trabajaba haciendo striptease y necesitaba el dinero. Renunció a la universidad y optó por trabajar a tiempo completo como stripper.
Daniels fue agredida sexualmente por un vecino desde los 9 años hasta los 11. Cuando finalmente se lo contó al orientador escolar, la riñeron: «¿Por qué mientes?», le preguntaron. «Ser una superviviente de violación no me define –afirma–. Pero me grabaron a fuego que, si alguna vez pedía ayuda, no me creerían».
«¿Cómo no hay una norma que impida que se pueda ser presidente desde la cárcel? ¡Porque nunca, ni en un millón de años, pensamos que eso podría ser posible!»
Daniels dudó mucho si incluir o no el abuso sexual en sus memorias. «Sé lo rápido que sería utilizado en mi contra por personas que quieren demostrar que las mujeres en el negocio del entretenimiento para adultos están todas ‘dañadas’».
Ella nunca se ha disculpado ni remotamente por su profesión y acepta que su trabajo ha dado margen a Trump y a otros para desacreditarla. Pero, dice, a veces también ha jugado a su favor. «Porque no me podían avergonzar. No se me podía amenazar con fotos de desnudos, están por todas partes», se ríe.
Su infancia y sus primeros años serán revisados en un próximo documental que se estrenará en breve. Además, Daniels acaba de lanzar un pódcast en el que mezcla la política, el porno y lo paranormal, una de sus obsesiones. Un crítico podría señalar que no parecen acciones propias de una mujer deseosa de pasar inadvertida. Pero Daniels no quiere ocultarse. Ni dejar de opinar. Sobre las encuestas que dan a Trump como ganador frente a Biden asegura: «Es aterrador. ¿Cómo no hay una norma que impida que se pueda ser presidente desde la cárcel? ¡Porque nunca, ni en un millón de años, pensamos que eso podría ser posible!».
¿Si Trump es reelegido…? «Nos vamos», sentencia su marido. «Todo el mundo dijo eso la última vez», advierte Daniels, que, a pesar de ser aficionada a la lectura del tarot, se niega a hacer predicciones sobre la carrera presidencial. «No quiero desafiar al universo», comenta.