Tablero endemoniado
Puede que no esté todo perdido. El buen resultado de Ciudadanos abre ante Sánchez la posibilidad de redirigir el tiro. Un pacto con Rivera le permitiría blanquear su primer año de gobierno y fijarse el barniz de la moderación
Escribo esta columna con el recuento aún caliente. No ha habido grandes cambios a la tendencia general que pronosticaban los sondeos. El resultado nos devuelve al punto de partida. Ya están sobre la mesa las cábalas sobre pactos. Con estos mimbres ahí van los primeros apuntes:
Polarización. Estás elecciones han constatado la división profunda de la sociedad española. Pedro Sánchez, émulo de Rodríguez Zapatero, ha terminado por dinamitar el consenso de los partidos constitucionalistas, más importante que nunca para afrontar el desafío independentista. Su alianza con aquellos que deploran “el régimen del 78”, los nacionalistas y la izquierda radical, desbrozó un camino inédito en la democracia española. Los resultados de anoche auguran la repetición de esa amalgama inestable.
Volatilidad. Puede que no esté todo perdido. El buen resultado de Ciudadanos abre ante Sánchez la posibilidad de redirigir el tiro. Un pacto con Cs le permitiría blanquear su primer año de gobierno y fijarse el barniz de la moderación. Más de uno respiraría aliviado ante la posibilidad de que ese acuerdo ayudara a reconducir el rumbo errático del líder socialista, tanto en economía como en política territorial. Albert Rivera ha descartado reiteradamente esta posibilidad y no se le puede culpar. Embarcarse con alguien que es capaz de encamarse con fuerzas antagónicas e hipotecar el futuro del país con tal de aferrarse al poder no brinda garantías de un final feliz. Y Rivera siempre piensa a más largo plazo.
Da la impresión de que los votantes tradicionales han pegado en el trasero de Pablo Casado la patada que le tenían reservada a Mariano Rajoy
El misterio del PP. El desplome del Partido Popular requiere un análisis a fondo, no sé si por parte de politólogos o de expertos en psicología. Da la impresión de que los votantes tradicionales han pegado en el trasero de Pablo Casado la patada que le tenían reservada a Mariano Rajoy, lo cual resulta desconcertante. Fue Rajoy quien alimentó el fenómeno de Vox y dio impulso a Ciudadanos por su pusilanimidad en Cataluña. Quien dejó a Sánchez como herencia con su negativa a dimitir y convocar elecciones anticipadas. Y sin embargo, ha sido Casado, con un discurso político mucho más elaborado, quien se ha llevado las bofetadas. Solo faltaría que los principales causantes del desgaste resucitaran y acabaran imponiéndose. Se avecinan tiempos turbulentos en Génova.
Momento Vox. El partido de Santiago Abascal no ha sacado el resultado arrollador que se prometía, pero 24 escaños no es tampoco mala marca, viniendo de cero. Parece confirmarse que Vox ha crecido a costa del PP, su casa matriz, y ha servido a la candidatura de Sánchez, que con el espantajo de la ultraderecha de antorchas y brazos en alto ha alentado el voto del miedo. En realidad el votante de Vox es normalito (conozco a un señor que dedica parte de su tiempo al voluntariado en Cáritas, ayudando a inmigrantes; a una enfermera lesbiana y a una abuela pensionista, además del ya famoso currante de la plancha de pladur…). Tal vez Abascal se mire en el espejo de Francia o Italia, pero las posibilidades de que lo conseguido ayer sea su techo electoral son altas. La fragmentación le ha pasado factura a la derecha y eso debería llevar a sus líderes a la reflexión (como también tendrían que ir puliendo actitudes que contradicen su discurso “liberal”, como vetar a los medios de comunicación).
Tal vez Abascal se mire en el espejo de Francia o Italia, pero las posibilidades de que lo conseguido ayer sea su techo electoral son altas
Hartazgo. La campaña ha puesto de relieve el hartazgo profundo de una parte importante de la sociedad. De repente, la mayoría silenciosa ha decidido hacerse oír. Reivindicar su derecho a plantar cara. A poder expresarse sin tener que pedir permiso ni perdón. Lo hemos visto con Cayetana Álvarez de Toledo, Inés Arrimadas y Maite Pagazaurtundúa. Ellas y los correligionarios y ciudadanos que las acompañaron en Barcelona, en Vic, en Rentería, y que dejaron hiperventilando, ahí sí, a los fascistas. Y también lo hemos visto con Vox, claro, tal vez la manifestación más palpable de ese español medio que está harto del supremacismo nacionalista y harto de que el hombre correcto de la progresía (feminista, vegetariano, atormentado, que dice “nosotras” y va en bici o patinete) le diga cómo pensar y cómo hablar. Hartura que sin duda se habrá agudizado ante el espectáculo bochornoso de los Artistas Abajofirmantes Petulantes, que se arrogaron el “voto culto” y “la bondad democrática”. Sin sonrojarse.