Temporada de patria
Adquirí por una nadería en un tenderete aeroportuario un ejemplar de la Feria universal del disparate, libro de fea carátula que compendia dos obras – Tous des cancres y Le rire en herbe– de un autor francés, coleccionista de “perlas involuntariamente humorísticas”, que firma sus trabajos simplemente como Jean–Charles, y fueron resumidas y vertidas a nuestra lengua por un tal Julio Guerrero; el volumen en cuestión recoge barrabasadas propias de estudiantes que no oyen campanas ni saben por quién doblan, esos que confunden epifanía con epitafio y son capaces de afirmar que Lutero inventó el laúd, que un contrabandista es alguien que lucha contra los bandidos o de asegurar que los accidentes del relieve se explican por la emoción. Sería cuestión de nunca acabar transcribir aquí los dislates recogidos en tan curiosa publicación; nos interesa, sí, destacar uno que engrana con nuestro propósito de sintonizar con la presente temporada de patria (“en pleno desarrollo”, diría un cíclope versión bonsái si acaso conserva el cambur televisual) en la que el componente civil no figura y, sin veda para la cursilería, la devoción al imaginario castrense alcanza inusitadas cotas de fervor.
Afirma un desbarrado colegial que Isabel la Católica era mujer de Louis Aragón, relacionando una castellana reina del siglo XV con un poeta galo del XX, lo que es rebuznar con brío. ¿Qué tiene que ver semejante burrada con nuestras pretensiones? Pues que, de acuerdo con el calendario eclesiástico, hoy domingo 12 de julio sería día consagrado a Hermágoras, Partiniano e Isabel. No precisa el santoral consultado, que suponemos apócrifo, a cual de las Chabelas (¿o Chavelas?) canonizadas corresponde la celebración, razón por la cual y de manera arbitraria, si se quiere, hemos decidido que se trata de la de Aragón, evocada en Las Celestiales–“tan humilde y tan sencilla que entre morcilla y jamón se queda con la morcilla”–, y a ella, aunque no sea santa de la devoción escarlata, encomendamos la pluma (o el teclado) para anotar que, también, tal día como hoy, pero un siglo antes del advenimiento de Jesús, nació el hombre cuya gracia adorna el mes, Cayo Julio César, encomiado estratega y político romano, que fue víctima de celebérrimo magnicidio, y de quien la historia, Shakespeare y Hollywood nos han contado que se hizo nombrar dictator perpetuus, encumbramiento que hubiesen querido para sí tres venezolanos –Bolívar, Gómez y Chávez– cuyos natalicios se celebran por estos días y sirven, al menos los de Simón y Hugo, de aderezo al belicismo verbal de quien, desde que se encaramó en la presidencia, está en guerra con un enemigo armado con las leyes de la oferta y la demanda, guerra anunciada que no mata soldados, ¡ay qué dolor, qué dolor qué pena!, y, por tanto, reclama, atrevimientos para encandilar a esa “prefabricada venezolanidad patriotera” aludida por Sanoja Hernández en algún ensayo literario.
“Los discursos inspiran menos confianza que las acciones” es frase reputada de aristotélica. Sabia y certera, esta sentencia podría explicar por qué el oficialismo ha abierto, simultáneamente, dos frentes de conflictividad pura pinta para beligerante júbilo de un oficial subalterno que comanda la Asamblea Nacional y jefea al generalato, disputándole protagonismo a una hipotética eminencia gris –¿Padrino (FANB), Arreaza o Adán (clan Chávez), El Aissami (plutocracia emergente)?– que no termina de perfilarse aunque a su peluda mano atribuyen peligrosa disposición a halar la cuerda por los más delgado con miras a un malvinazo de padre y señor nuestro. De prosperar tal empresa, entonces, sí: la conflagración no sería fantasía sino posibilidad que, convenientemente manipulada, encendería las antorchas del chauvinismo con escarceos diplomáticos y veladas amenazas a una nación a la que reclamamos tres cuartas partes de su superficie; y, con encendidos llamados a la unidad nacional, se avivaría una disputa ennegrecida por el petróleo y saldrían a flote hipócritas y hasta pavosos sentimentalismos para aclamar a un “glorioso ejército”, forjador de tiranías y no de libertades como preconizan sus slogans. Por fortuna para los halcones rojos, el gobierno guyanés ya no está en manos de socialistas, lo que les libera de compromisos con internacionales populistas y permite que los Castro se desentiendan del asunto, sobre todo ahora que, con los ojos puestos en Washington, la geopolítica cubana es otra.
rfuentesx@gmail.com