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Tendrán que acordonar a perpetuidad el Ministerio de Cultura

La persistencia del 27N va a echar abajo los límites entre revolucionarios y contrarrevolucionarios de una famosa frase de Fidel Castro.

Cuando el pasado 27 de enero el viceministro Fernando Rojas invitó, no una sino tres veces, a entrar a la sede del Ministerio de Cultura a un grupo de integrantes del 27N, ¿acaso no estaba invitando a personas acusadas por los medios oficiales de llevar una agenda oculta y trabajar a las órdenes de Washington? ¿No habían sido tildados de mercenarios? ¿No eran considerados contrarrevolucionarios?

En noviembre pasado, al día siguiente de la reunión que sostuviera con una treintena de ellos, el viceministro Rojas resumió los hechos en un transmisión especial de la televisión cubana. «Fue una discusión difícil, por supuesto», reconoció. «No fue complaciente». Y quiso subrayar: «Una discusión, yo lo afirmo, en esencia entre compañeros […], entre revolucionarios».

Sin embargo, esta apreciación fue desautorizada inmediatamente. Rojas quiso tranquilizar a los superiores, tranquilizarse a sí mismo y tranquilizar a los televidentes, pero la maquinaria policial-propagandística comenzó a sostener que entre los reunidos apenas había o no había ni un solo compañero. Que apenas había o no había ni uno solo que pudiera considerarse revolucionario.

Medios oficiales se encargaron de volcar las consabidas acusaciones. El exministro de Cultura Abel Prieto lo expresó con esa ramplonería suya: «Se coló la contrarrevolución en el tejido de la cultura (…) Se nos mezcló una cosa con la otra y en una coyuntura realmente perversa».

¿Qué ocurrió entre la frase de Rojas y la frase de Prieto para que la apreciación oficial de los integrantes del 27N cambiara de tal modo? ¿El trabajo de recopilación de datos a cargo de la policía política hasta delimitar quién era quién entre esos jóvenes? No. Bastó simplemente que Seguridad del Estado siguiera sus tácticas de disgregación para casos semejantes.  En un primer paso, se avisó de que entre los reunidos iban contrarrevolucionarios. Gracias a este aviso, se esperaba que el miedo hicierea su labor entre esos jóvenes. Comenzarían a sospechar unos de otros, emprenderían declaraciones de fe revolucionaria y el grano iba a separarse de la paja.

Cuando al ministro de Cultura Alpidio Alonso le pusieron delante la lista en la que el 27N proponía sus participantes para la reunión pactada con Fernando Rojas, el ministro pudo clausurar toda posibilidad de encuentro bajo el pretexto de que veía ahí nombres con «apoyo logístico y respaldo propagandístico del Gobierno de EEUU y sus funcionarios».

No convenía declarar la identidad de los nombres, por supuesto. La cuestión residía en crear culpa y confusión. La cuestión estaba en dejar claro que revolucionarios de verdad eran los convocados por el ministro Alonso para una reunión,  el sábado 5 de diciembre. (Vale apuntar aquí que los intelectuales y artistas que se prestaron a esa reunión contribuyeron a reforzar la condena sobre los integrantes del 27N. No importa lo que dijeran en esa reunión, al asistir se hicieron cómplices de las autoridades.)

Considerado todo lo anterior,  ¿cómo es que Fernando Rojas invita a los del 27N a entrar al Ministerio y dialogar? ¿En qué sitio deja esa invitación el legado del comandante en jefe Fidel Castro? ¿Qué respeto le depara al  apotegma de «Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada»? Si como acusa la maquinaria propagandística estatal, los del 27N no están dentro de la revolución, ¿cómo iban a caber en una sede ministerial y en el intercambio de opiniones con un viceministro?

A este punto han llevado las cosas los integrantes del 27N, que han sabido no dejarse barrer y persistieron a la puerta del Ministerio y persistieron en transmitir sus acciones a través de medios y redes sociales no controladas por el régimen.

Luego de echar a andar su campaña de desprestigio y disgregación, los dirigentes del Ministerio de Cultura y sus jefes del Ministerio del Interior debieron creer que no habría allí más plantones. Sin embargo, tuvieron otra vez en la puerta a un grupo de jóvenes, exigiendo y filmando.

Esos integrantes del 27N plantados ante el Ministerio de Cultura fueron cercados policialmente, agredidos por el ministro y su séquito, detenidos y golpeados, pero volvieron. Insistieron y, al parecer, insistirán.

El profesor Esteban Morales, defensor del ministro agresor y el resto de victimarios en una «Declaración» publicada en el blog del cantautor Silvio Rodríguez, ha avisado en su texto: «debemos estar muy alertas. Sobre todo porque se trata de situaciones que se repetirán, de manera incansable. Hasta que nosotros logremos superar el conjunto de dificultades coyunturales que estamos enfrentando».

Si, como supone el profesor Morales, el empecinamiento del 27N va a durar hasta que el régimen supere la actual coyuntura, habrá 27N para rato.

La persistencia de sus integrantes en reclamar pacíficamente el diálogo empieza a echar abajo los límites del campo artístíco (y político y ciudadano) trazados por la socorrida frase de Fidel Castro en «Palabra a los intelectuales». El solo hecho de que Fernando Rojas tuviera que salir tres veces para invitarlos a entrar en la sede ministerial erosiona ese trazado de exclusiones del castrismo.

Tal como vaticina un contrariado Esteban Morales, parece que los jóvenes del 27N estarán de manera incansable a la entrada de ese ministerio. Ya han empleado contra ellos la maquinaria de difamación y de violencia de Estado. Pero, si no quieren volver a tenerlos allí, las autoridades no tendrán más remedio que acordonar a perpetuidad la sede del Ministerio de Cultura.

 

 

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