“Tengo ganas de llorar”
Colombia necesita muchos triunfos pacíficos como el de Egan Bernal para poder unirse y sobrevivir
Cuando Gabriel García Márquez llegó a Zipaquirá, a los 16 años, en 1943, los patios fríos del Liceo Nacional, en el antiguo claustro de San Luis Gonzaga, le parecieron una injusticia. De ese pueblo sabía solamente que tenía minas de sal y en un principio creyó que ganarse una beca para estudiar allí era como si le hubieran «echado la sal», es decir, una condena de su mala suerte. Una beca en ese pueblo helado de Cundinamarca, a 2.650 metros sobre el nivel del mar, dijo, había sido como ganarse un tigre en una rifa. Y sin embargo, como reconoció más tarde en sus memorias, una de las mayores fortunas de su vida fue que lo mandaran a «ese antiguo convento del siglo XVII, convertido en colegio de incrédulos,» porque en esa «villa soñolienta no había más distracciones que estudiar.»
Más de medio siglo después, en 1997, cuando ya los viejos socavones de las minas de sal se habían convertido en una imponente catedral subterránea, Egan Bernal, el nuevo fenómeno del ciclismo colombiano, vio la luz en ese mismo pueblo de Zipaquirá. Y es posible que crecer a esa altitud, con la extraordinaria capacidad pulmonar y torácica de los indígenas de las cimas de los Andes, haya sido también para él una gran fortuna. Germán, su padre, que había probado más los sinsabores que las dichas del ciclismo profesional, quiso evitar que su hijo siguiera por el mismo camino. Pero a lo mejor, bien sea porque «en esa villa soñolienta no había más distracciones que pedalear», o bien porque sus condiciones físicas eran tan excepcionales que ganaba las pruebas de ciclismo aun sin querer, el caso es que este muchacho de 22 años, el ganador más joven del Tour de Francia de la era moderna, es considerado hoy como un superdotado del deporte en bicicleta, una especie de Messi del ciclismo mundial.
El pasado viernes 26 de julio, el mismo día en que Egan Bernal se convirtió en líder del Tour, en Colombia asistíamos a una marcha para protestar por los líderes sociales asesinados. En nuestro país es normal que haya invierno y verano el mismo día, sol y granizo, vergüenza y alegría, dolor y felicidad hasta la cima más alta de las montañas. Egan Bernal se convirtió en líder, y se pudo poner la camiseta amarilla, en uno de los días más calientes de la historia de Francia, que, sin embargo, se convirtió en tormenta y granizo en las cimas de los Alpes. Era sin duda una de las etapas más bellas y épicas del Tour, pero de repente la sal del granizo, a 2.700 metros de altitud, como en Zipaquirá, nos aguó la fiesta de Egan Bernal y no pudimos verlo cruzar la meta con los brazos en alto, como ganador de la etapa que merecía, porque un derrumbe de lodo se interpuso entre él y la felicidad.
Al día siguiente, sin embargo, la primera página del periódico más antiguo de Colombia, El Espectador, fue impresa en amarillo. Y sobre ese fondo, más amarillo, el de la camiseta de Egan, vestido con el color de las mariposas de García Márquez, y de las flores que la madre del ciclista, de nombre Flor, cultivaba en Zipaquirá cuando su hijo nació. La felicidad por el líder Egan, borró la tristeza de la primera página del día anterior, la de la marcha por los líderes asesinados. Y así, con estas sensaciones contradictorias y discordantes, como una tempestad de granizo en medio del calor, los colombianos llegamos a este domingo con esa felicidad sin partido político de ver por primera vez a uno de los nuestros coronado como campeón en una competencia que es como el premio Nobel del ciclismo: el Tour de Francia.
Símbolo de unión
En este julio y este agosto se celebran en Colombia los 200 años de la independencia. Doscientos años de soledad no nos han bastado para unirnos y reconciliar nuestras contradicciones. La bandera escogida por la nueva república está divida en tres partes. La mitad superior es amarilla; la otra mitad se la reparten equitativamente el azul y el rojo. Azul es el color de los godos (los conservadores); rojo el de los progresistas (los liberales). Esa polarización entre rojos y azules, entre izquierda y derecha, ha sido muchas veces el origen de nuestras guerras civiles. Es posible que a muchos de los líderes los maten porque los ven como rojos, o como una amenaza para los azules. Pero desde hace años se defiende en Colombia una opción pacifista, no sectaria, que se identifica con la franja amarilla. Ese amarillo tiene que ver con algo que dijo Bolívar: «que cesen los partidos y se consolide la unión».
Para nosotros el triunfo de Egan es un símbolo de unión. Godos y liberales estamos felices, derechistas e izquierdistas, católicos y matacuras, ateos y evangélicos. Es una gran suerte que el triunfo en el Tour se vista de amarillo. Queremos que el líder Egan viva y triunfe muchos años más; que lleve siempre el amarillo. El último color que vio Borges al quedarse ciego; el color que García Márquez ponía siempre en su mesa, porque alejaba la sal, ya que es el símbolo de la convivencia y la reconciliación de un país que necesita muchos triunfos pacíficos como el de Egan para poder unirse y sobrevivir. Este triunfo de Egan Bernal es mucho más que el Tour de Francia. Es un triunfo del esfuerzo, de la alegría, del dolor, de la reconciliación. Por eso cuando Egan dijo, al vestirse por primera vez de amarillo, «tengo ganas de llorar», la inmensa mayoría de los colombianos sentimos lo mismo y compartimos el mismo nudo en la garganta y la misma emoción. La sal de las lágrimas es también felicidad.