Tensión y amenaza de violencia en Miami ante el nuevo arresto de Trump
El expresidente se entregará este martes en la ciudad de Miami por el caso de los documentos clasificados para que le sean leídos los cargos y luego será liberado
Miami tiene rascacielos refulgentes, moles de acero y cristal en su centro, pero no es Nueva York. Donald Trump tiene previsto entregarse este martes en la principal ciudad de Florida a las autoridades por su imputación federal –la primera para un expresidente– en el caso de los documentos clasificados. El expresidente ya se entregó por la imputación de otros delitos –de naturaleza estatal, relacionados con pagos para silenciar una relación extramatrimonial con una actriz porno poco antes de las elecciones de 2016– el pasado abril en la Gran Manzana. Allí se formó el habitual circo que aparece con Trump en Nueva York: curiosos, turistas, personajes excéntricos que buscan aparecer en prensa, un puñado de seguidores, otro puñado de contramanifestantes y un ejército de prensa. En Miami podría ser diferente.
Nueva York es una burbuja ‘progre’, una ciudad que en su mayoría odia a Trump, neoyorquino y fijo en los grandes saraos hasta su ascenso al poder. Excepto en Staten Island y el sur de Brooklyn, no es una plaza amable con Trump, ni sus votantes ni sus autoridades. Este es ‘territorio Comanche’ para el trumpismo radical, el que se abalanzó contra el cordón policial del Capitolio el 6 de enero de 2021 y firmó una jornada histórica, trágica y bochornosa.
En el arresto de abril, la mayoría de trumpistas delante de los juzgados de Manhattan eran los miembros del Club de Jóvenes Republicanos de Nueva York, tranquilos y formales. Florida y Miami son otra historia. Está previsto que Trump comparezca hoy por la tarde en la sede del juzgado federal del sur de Florida, en el centro de Miami, donde la jueza del caso, Aileen Cannon, le leerá los 37 cargos de los que le acusa la fiscalía. Trump llegó ayer por la tarde en su avión privado –el que bautizó como ‘Trump Force One– desde su club de golf en Bedminster, New Jersey, donde pasa buena parte del verano. Esta misma tarde está convocada una protesta del club local de los Proud Boys, un grupo violento de extrema derecha, que suele presentarse en público con aspecto de paramilitares, y que estuvo entre los principales agitadores en el Capitolio.
Territorio trumpista
El que fue líder del grupo, Enrique Tarrio, fue condenado por sedición a comienzos del mes pasado por su implicación en aquel episodio. Tarrio es de Miami e integrantes de su grupo han logrado colarse entre los dirigentes del Partido Republicano de la ciudad. Miami fue durante mucho tiempo un fortín demócrata en un estado bisagra, de esos donde las fuerzas entre demócratas y republicanos están equilibradas y que deciden elecciones. Eso ha cambiado. Florida lleva varias elecciones teñida de rojo republicano; su gobernador, Ron DeSantis, es una figura nacional que disputa las primarias a Donald Trump; y el condado Miami-Dade por primera vez en dos décadas cayó del lado republicano.
Más allá de los Proud Boys, Florida es una plaza fuerte de trumpistas. Es un estado donde Trump es adorado por los republicanos –en especial, por algunas comunidades hispanas, como los cubanos y venezolanos– y donde el expresidente tiene su residencia: Mar-a-Lago, hora y media al norte de Miami, en Palm Beach.
«El país tiene que protestar», dijo Trump el domingo en una entrevista con Roger Stone, que fue asesor de campaña y muñidor de asuntos sórdidos. Es algo que también hizo antes de su entrega en Nueva York, pero no hubo grandes incidentes.
No está claro que en Miami ocurra lo mismo.
Calma Tensa
La situación allí ayer era de calma tensa, con multitud carpas de las televisiones apostadas en la zona desde el día anterior y con mucha actividad policial. «No habrá una zona específica para protestas», explicaba a este periódico un agente federal, entre las decentas de policías que vigilaban los alrededores. «No va a haber problema, todo va a estar seguro».
Es el mismo mensaje que lanzaba poco antes Manuel Morales, jefe de la policía de Miami, en una comparecencia conjunta con el alcalde de la ciudad, Francis Suárez. «Tenemos efectivos suficientes para gestionar manifestaciones de entre 5.000 y 50.000 personas», dijo Morales. «Estamos listos».
Ayer el juzgado apenas estaba protegido por una cinta policial amarilla, pero se espera que hoy esté fortificado. Una de las principales preocupaciones es que al menos un grupo ‘antifa’, de izquierda radical, ha convocado una concentración aquí, lo que podría desatar enfrentamientos con los Proud Boys -hay antecedentes trágicos, como los disturbios de Charlottesville (Virginia) en 2017- y con un problema añadido: desde el pasado abril, la normativa de armas de fuego es más laxa en Florida y cualquiera puede llevar una pistola en público, siempre que no la muestre, aunque no tenga permiso de armas.
Las protestas y concentraciones no estaban previstas solo en la zona de los juzgados. Al menos estaba convocada otra este lunes mismo en el Trump National Doral, un resort propiedad del multimillonario neoyorquino en Doral, una localidad al oeste de Miami con gran presencia de la comunidad venezolana. Allí se esperaba que Trump pasara la noche antes de ir a entregarse.
Otra protesta estaba convocada para el lunes por la noche en Palm Beach por Kari Lake, que fue candidata a gobernadora de Arizona en noviembre –perdió frente a su rival demócrata– y se ha convertido una de las voces más agresivas ‘pro Trump’ en todo el país.
«Si vais a por Trump, vais a tener que pasar por encima de mí, y por encima de 75 millones de estadounidenses como yo», dijo Lake este sábado en un discurso en Georgia, donde no se olvidó de mencionar que ella y otros seguidores de Trump son miembros de la Asociación Nacional del Rifle, el principal ‘lobby’ de las armas en EE.UU. «Estamos en guerra, gente, estamos en guerra», dijo como reacción a una imputación que considera «ilegítima».
Quizá sin esa dialéctica volcánica, es la misma posición que expresan muchos republicanos, incluidos la mayoría de rivales en las primarias, que están en la difícil posición de defender a Trump a la vez que necesitan robarle votantes. Una de las excepciones fue una voz autorizada en la materia que ocupa a Trump: William Barr, que fue su fiscal general y un gran escudero en las batallas legales de su Presidencia, como la investigación de la relación de su campaña con el intento de Rusia de interferir en las elecciones de 2016. «Si la mitad de lo que está ahí es verdad, está acabado», dijo Barr el fin de semana sobre el escrito de imputación, que detalla cómo Trump retuvo de forma deliberada documentos clasificados que debería haber entregado tras dejar la Casa Blanca, cómo trató de engañar a las autoridades al respecto y cómo buscó obstruir la acción de la Justicia. «No tiene agallas», clamó contra él Trump en su entrevista con Stone.
Lo que es indiscutible es que Trump seguirá agitando la maquinaria de atención a su alrededor, más engrasada que nunca por estas batallas judiciales. «Nombraré a un fiscal especial para que vaya contra el presidente más corrupto de la historia de EE.UU., Joe Biden, y toda la familia criminal Biden», dijo ayer en su red social. Hoy seguirá ese discurso: en cuanto pase por los juzgados, sea arrestado, le lean sus cargos y le dejen libre sin fianza, volará de vuelta a Bedminster, donde aprovechará otro día histórico para dar un discurso televisado.