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Teoría del patíbulo

Ninguna igualdad proviene del agravio a otro

Trazabilidad: los 3000 del patíbulo

 

 

Una buena idea puede conducir a desenlaces equivocados. Quién en su sano juicio podría estar en contra de la igualdad de oportunidades, pero si ésta estuviese condicionada al apoyo irrestricto a un disparate, una maldad o inequidad para con otros, la idea de bienestar quedaría en entredicho. A lo largo de la historia hemos visto ejemplos, algunos de registro muy reciente. Para que los catalanes sean objeto de una hacienda justa –¿cuándo no ha sido así?– tendrán de ahora en adelante una competencia fiscal distinta a la del resto de los españoles. ¿Por qué ellos sí y el resto no? ¿Qué libertad es esa que a unos los hace vivir mejor que a otros?

El uso arrojadizo de un reclamo identitario, que puede venir de lugares muy loables y de causas muy justas –el género, la integración, el ecologismo–, corre el riesgo de trazar fronteras entre los seres humanos, límites que no sólo son terriblemente contraproducentes, sino que pueden incluso castrar nuestra capacidad para la empatía, la solidaridad y para la lucidez. ¡En nombre de mi igualdad, de mis ideas de lo bueno, lo correcto y lo deseable, yo te repudio! ¡Sólo los votos a mi favor cuentan, el resto es sospechoso!

Una persona puede defender legítimamente su derecho a sentirse un gato, pero en algún momento la realidad física y jurídica contradirá ese deseo para reconducirlo a la realidad. Decir que un hombre es un hombre, porque sus cromosomas así lo indican, se convirtió en un objeto de exégesis durante las olimpiadas. Creer firmemente en algo o desear que sea cierto no lo convierte en un hecho, tampoco en un derecho o un agravio, de la misma forma que profesar una ideología o tener determinadas ideas ni condena ni absuelve a nadie de manera preventiva.

Ejemplos hay muchos. Se puede ser liberal y feminista. ¿Acaso es esa actitud vital exclusiva de un único espectro? También se puede ser racista y amar a los animalesEn otras palabras, se puede ser de izquierdas y criticar a Nicolás Maduro, de la misma forma en que se puede ser socialista y repudiar la corrupción de su dirigencia. No es la adhesión sino la reflexión lo que nos hace parte completa y orgánica de un proceso social.

La mesura, la declaración parsimoniosa o meditada no tiene ninguna fuerza en el ágora contemporánea. Las  redes sociales tienden a excitar nuestros peores lados. El lenguaje y el proceder de esos lugares de enjuiciamiento constante acabaron permeando en la vida real e instalándose incluso en el hala de representantes y gobernantes. Condenamos o absolvemos según un comportamiento predominante. El ciudadano tiene certezas y defiende ideas políticas, pero no por ello ha de renunciar a su constatación. El interés ilustrado, la capacidad de juicio y contraste es el lugar desde el cual refrendamos y contradecimos un discurso de poder. Ninguna idea es dogma. Es justo ese momento que separa la verdad de su refutación lo que convierte al ciudadano en masa y a los proyectos comunes en patíbulos.

 

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