TGIF: Sir Michael Caine cumple 83 años
Michael Caine acaba de cumplir unos muy bien llevados 83 años, de los cuales más de la mitad los ha dedicado al cine (según su compatriota la actriz Rachel Weisz, y quien hiciera el papel de su hija en la más reciente película del director italiano Paolo Sorrentino, «Youth» (juventud), él pronuncia su nombre de esta manera: ‘my cocaine» -maikokein-). Y, como las buenas maltas escocesas, con el paso de los años sus esencias rinden cada vez mejores frutos.
A fin de cuentas, como le gusta repetir: «To me, growing old is great. It’s the very best thing – considering the alternative.» (A mí envejecer me parece de maravillas. Es lo mejor, si se considera la alternativa».)
Un trailer de «Youth» (donde destaca su duelo actoral con Harvey Keitel, otro muy buen actor, inolvidable, por ejemplo en «Mean Streets», de Martin Scorsese; «Reservoir Dogs», de Tarantino; o «The Piano», de Jane Campion):
Como se destaca en la nota que incluimos a continuación, Michael Caine tiene una característica que lo diferencia de sus pares actuales: sus maneras son las de un actor clásico, de la llamada época dorada del cine, en la misma liga de grandes compatriotas británicos, como Laurence Olivier, John Gielgud, Ralph Richardson o el recientemente fallecido Alan Rickman.
Pero sus orígenes fueron muy proletarios. Un perfecto cockney,nacido en Londres, en Rotherhite, al sur del Támesis, que afirmara alguna vez: «I come from the slums; I come from a hard background; I come from a poor family; and I was a soldier» (vengo de los barrios marginales; con antecedentes duros; de una familia pobre; y era un soldado».)
Lo del acento cockney es en serio. Agregamos ahora un par de minutos de una entrevista en el New York Times, titulada: «Michael Caine – un acento que rompió diferencias de clase», y en la cual, el entrevistador, luego de reconocer que «Alfie» (1966) fue la película que lo dio a conocer al pueblo norteamericano, y que en ella su acento cockney era evidente, le pregunta: ¿por qué, si otros actores de su generación, como Roger Moore, Sean Connery o Peter O’Toole, adoptaron un acento «posh», es decir, el acento de las clases altas, usted no lo hizo? Su respuesta:
«Es cierto; de hecho, el acento que uso en esta entrevista o en cualquier otra, es un «londinense ortodoxo», no es mi acento natural, el que uso en situaciones normales; pero es que yo lo hice deliberadamente. Yo siempre estuve muy consciente del sistema clasista inglés; no es fácil de explicar a un norteamericano el asunto. De hecho, cuando yo era joven todos los actores hablaban con acento «posh», y los temas de las películas eran sobre asuntos de la clase media o de las clases altas. En mi clase social, nadie pensaba en ser actor, sencillamente porque nadie pronunciaba el inglés correctamente. Todos me lo decían, que yo no podía ser actor por mi acento cockney. Yo, en cambio, insistí, y quise transmitir el mensaje de que la forma de hablar no era importante para ser un actor». Todo un pionero, Mr. Caine. El primer gran actor británico que no solo no se deshizo de su acento proletario, sino que lo ha exhibido orgullosamente cada vez que puede.
Ahora, el pedacito de la entrevista:
En 1969 lo veremos en el papel de «Charley Crocker», un criminal recién salido de la cárcel, que prepara el robo del siglo; el problema es que no es en Inglaterra, sino en Italia, en Turín, donde tiene que enfrentarse con la policía, pero asimismo con la mafia, celosa de que unos ingleses invadan sus territorios…¿la película? la comedia «The Italian Job» -donde podemos ver en el papel del jefe de la banda inglesa al reconocido dramaturgo Noel Coward, quien dirige la operación desde una cárcel, donde recibe atención V.I.P.-. La película tendría un remake (adaptado el robo a Los Angeles, California), en 2003, titulada en español «La estafa maestra«, y fue protagonizada por Mark Wahlberg, Charlize Theron, Donald Sutherland y Edward Norton. Pero veamos un trailer del original, con el malandro cockney Michael Caine…
Por cierto, dentro de su muy variada lista de filmes, lo recuerdo de joven, en una auténtica joya actoral: la adaptación al cine de una exitosa y muy premiada (incluso con el «Tony», premio máximo en Broadway) obra de teatro de Anthony Shaffer: «Sleuth» (la palabra significa en español «detective», pero la titularon «La Huella», 1972). Es una obra donde solo hay dos actores fundamentales. En este caso Caine, quien hace el papel del joven -y muy «lower class» con pretensiones de ascenso social- amante de la esposa de un longevo terrateniente de mucho alcurnia, quien consigue destruir la confianza y el ánimo de su joven rival en un diálogo, en su mansión, que es como un enfrentamiento de espadas entre un maestro de esgrima y alguien que toma el acero en sus manos por primera vez. Pero no todo concluye allí. Un muy buen thriller. Para Caine era asimismo un salto de proporciones olímpicas. Tenía casi diez años de éxitos taquilleros, sobre todo en películas de aventuras («Zulu», 1964), espionaje («Ipcress, 1965), o comedia («Alfie», 1966, y la ya mencionada «The Italian Job», 1969). Un trailer de «Alfie»:
Volviendo a «Sleuth«: era otro tipo de reto: una obra teatral llevada al cine, ganadora de premios, y en la cual, por poco más de dos horas, en escena estarían prácticamente solo dos actores: Michael Caine (el espía, el aventurero, el playboy), y quien algunos consideran el más grande actor de la historia. Y si bien cada quien es cada cual, y todos tenemos derecho a nuestros propios gustos, nadie puede negar que es al menos uno de los más grandes: Sir Laurence Olivier.
Tanto Caine como Olivier fueron nominados por «Sleuth» al Oscar a Mejor Actor, así como a los Globos de Oro, además de otras nominaciones y premios obtenidos. El director fue el también legendario Joseph L. Mankiewicz, ganador de cuatro Oscars, incluyendo dos consecutivos a Mejor Director en 1950 y 1951 (por «Una carta a tres esposas«, y «All About Eve»). Veamos un trailer:
Lo curioso es que este enfrentamiento entre «gato y ratón», fue filmado de nuevo en 2007, con Michael Caine en el papel que originalmente interpretaba Olivier, y Jude Law en el papel del joven amante de la esposa. Guión de Harold Pinter, y dirección de Kenneth Branagh. Como hecho curioso Jude Law hará el papel interpretado originalmente por Caine, en el remake de «Alfie». Veamos el trailer de este segundo «Sleuth»:
Sus dos Oscars han sido como Actor de Reparto, primero en una deliciosa comedia de Woody Allen, «Hannah y sus hermanas» (1986), donde por cierto actuaba asimismo otro de los grandes, el sueco Max Von Sydow. Pero no nos desviemos de asunto; ya le haremos su homenaje al genial Max.
Max Von Sydow (derecha), en el papel del caballero medieval que juega al ajedrez con la muerte, en la extraordinaria «Séptimo Sello» (1957), de Ingmar Bergman.
En las escenas que pueden verse a continuación, típicas de Woody Allen, y entre las más famosas de la película, un gelatinoso Caine (quien en el filme está casado con Mia Farrow, pero quiere echarle no solo los perros, sino la caballería completa a su cuñada, interpretada por Barbara Hershey), todo nervio y temblores, busca coincidir con ella (Barbara Hershey, a su vez, está empatada con Max Von Sydow). Van a una librería y él le regala un libro de poesías de E. E. Cummings, haciendo énfasis en que Hershey lea el poema de «la página 112», porque le recuerda a ella. Es sin duda uno de los más celebrados poemas de Cummings, y las escenas son tituladas en el trailer con sus palabras finales: «Nobody, not even the rain, has such small hands»… (Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas».)
Su segundo Oscar lo recibió por otro filme muy entrañable y recomendable: «The Cyder House Rules» («Las reglas de la casa de la sidra», 1999). También ganó el Oscar el guionista y escritor de la novela original, del mismo nombre, John Irving. Gran novela, gran guión, grandes actuaciones.
El joven muchacho de clase trabajadora, de acento cockney, y muchas veces rechazado en sus comienzos como actor, ha demostrado tener una biografía que si hubiera que definirla en una sola palabra, sería «perseverancia». Deseémosle un feliz cumpleaños, brindando en su honor, con otra de sus citas favoritas:
I’m every bourgeois nightmare – a Cockney with intelligence and a million dollars.» (Soy la pesadilla de todo burgués: Un Cockney con inteligencia y un millón de dólares».)
Marcos Villasmil – América 2.1
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Michael Caine, el gentleman cockney
Publicado por Jordi Bernal
Hoy cumple ochenta y tres años. Lleva más de sesenta actuando en teatro, cine y televisión. En su abultadísima filmografía hay de todo: grandes filmes, producciones aceptables, proyectos fallidos y pura mierda alimenticia. Sin embargo, la mirada sobre cada una de las películas que ha protagonizado o en las que ha participado descubre en la pantalla una verdad incuestionable: la presencia de Michael Caine dignifica incluso a la más infame de ellas. Caine posee ese no sé qué magnético de las estrellas clásicas del cine. En verdad, y dejando a un lado la mística delicuescente, el secreto no es más que un talento trabajado durante años con determinación, humildad y esperanza. Sangre, sudor y lágrimas. Al propio Caine le gusta citar aquella frase de John Osborne en Mirando hacia atrás con ira: «Nunca mires hacia atrás con ira; mira siempre hacia adelante con esperanza». Lo ha tenido que hacer muchas veces a lo largo de su vida porque nada ha sido fácil y la lucha fue ardua. Para empezar, en una sociedad eminentemente clasista como la británica, provenía de una familia paupérrima y sin vínculos con el mundo del espectáculo, no era guapo y hablaba en cockney. Aun así, se curró las tablas de los teatros de segunda y tercera división y las giras por provincias; sufrió la precariedad y el acoso de los acreedores; pasó épocas viviendo de la generosidad familiar y de buenos amigos; tuvo que aguantar el éxito de sus colegas de generación mientras a él le llovían las negativas en todas las pruebas de casting a las que se presentaba; cedió la educación de su primera hija a sus suegros por su imposibilidad de ofrecerle una infancia digna. En fin, tragó quina a mansalva hasta pasados los treinta años. Al final, la perseverancia tuvo su recompensa y el andrajoso secundario en representaciones desechables pasó a convertirse en icono cool del cine británico de los sesenta. En sinónimo de calidad interpretativa y en un nombre que otorga pedigrí a cualquier producto audiovisual. Además de actor inmenso, Caine es un narrador espléndido, un contador de historias divertidísimo, con un toque de elegancia y humor british edificante. Sus dos volúmenes de memorias —Whats It’s All About? y The Elephant to Hollywood— así lo atestiguan y aportan honestidad e inteligencia a un subgénero, el de la autobiografía cinéfila, tan impostado como impostor.
De Frankenstein a Alfie
Michael Caine fue bautizado Maurice Joseph Micklewhite en una iglesia modesta del sur de Londres. Tanto el nombre como la ubicación no hacían presagiar un futuro rebosante de éxitos, dinero y popularidad. En cualquier caso, pese a pertenecer al proletariado más puteado, recuerda una infancia sin falta de cariño materno ni comida en la mesa. Nada de triste desamparo dickensiano. Nació, eso sí, con algunas taras que le marcaron físicamente. La mirada levemente somnolienta se la debe a la blefaritis, una enfermedad ocular de nacimiento que se caracteriza por la hinchazón de los párpados, así como su modo de andar un tanto torpe es herencia del raquitismo infantil. El propio Caine resume su estampa de mocoso de barrio: «Un chico de ojos escrutadores y párpados caídos, con un tic nervioso, las orejas sujetadas con esparadrapos y unas pesadas botas de Frankenstein anudadas hasta justo debajo de las rodillas».
Después de la Segunda Guerra Mundial, la familia se establece en una casa prefabricada en el barrio de Elephant. Allí había gente chunga. Es un chaval listo, con inquietudes y un devorador de películas en sesión continua. Como muchos chicos de su generación y condición social el cine le salva de la roña y la violencia circundante. De una realidad que no le gusta: «Me convertí en un fanático absoluto del cine, encaprichado con lo que me parecía el hechizo americano. La mayor parte de los sueños acaban en decepción, pero el cine ha sido para mí más fantástico de lo que pude haber imaginado en aquellos oscuros y deprimentes días». Y la idea de la huida del entorno se va convirtiendo en una obsesión: «Había dos caminos para salir del barrio: el deporte y el espectáculo. El deporte estaba fuera de mi alcance, de modo que el espectáculo era la única opción». A la única opción, el joven fantasioso y cinéfilo en ciernes le encuentra ciertos impedimentos. La mayoría de actores a los que admira desde la butaca son guapos y morenos —Robert Taylor, Tyrone Power, Cary Grant— o tienen un atractivo peculiar —Humphrey Bogart, James Cagney—. Él es rubio, se considera más bien feo y desgarbado con su metro ochenta y ocho de estatura. Pronto, no obstante, su determinación encuentra el asidero en otros actores: Spencer Tracy y Jean Gabin. No son guapos ni morenos. Pero son dos pedazo de actores.
Tras el servicio militar y una estancia en la guerra de Corea con la infantería, Michael Caine entra a formar parte de una compañía de segunda capitaneada por el productor Alwyn D. Fox. A este debe el cambio del lábil Maurice por el vigoroso Michael. Son años duros, muy jodidos. A la cima llegan muy pocos. Y para su desgracia, es testigo tanto del ascenso de los triunfadores —Albert Finney, Peter O’Toole, Terence Stamp, Sean Connery— como del abandono e incluso suicidio de los derrotados. Pese a todo, no ceja en su empeño. Las puertas se cierran y los consejos paternalistas van encaminados a disuadirle de realizar carrera en el mundo del espectáculo, pero él sigue. Su participación en la guerra de Corea le sirve, por lo menos, para ser escogido para el filme Una colina en Corea. Necesita un nombre y, por casualidad, se fija en el afiche de un cine en el que proyectan El motín del Caine. Caine es contundente. Tiene pegada. Michael Caine. Le gusta.
Tendrá que esperar a 1963 para hacer su primer trabajo de enjundia en pantalla. Zulú se convierte en su presentación ante el gran público. En el filme interpreta a un arrogante aristócrata del ejército británico en tierras sudafricanas durante la guerra anglo-zulú. Por lo tanto, Caine tuvo que cambiar su acento cockney por un inglés de dicción nobiliaria. Gracias a las buenas críticas, el actor pasó a tener un hueco en las agendas de los productores. En 1965, interpreta por primera vez al agente secreto Harry Palmer, la antítesis de James Bond, en Ipcress. Y, al año siguiente, consigue por fin el éxito internacional (menos en Francia, donde la posibilidad de que un inglés fuera capaz de encamarse con una docena de mujeres fue considerada una farsa completamente inverosímil y ridícula) con Alfie, las aventuras de un cockney seductor y trepa. Pijoaparte va a Londres, vamos.
Carrera superdirecta
Con treinta y tres años, Michael Caine inicia lo que él mismo denomina «carrera superdirecta». Esto es: no para nunca de trabajar en películas. Había pasado tantos años mendigando papeles, con deudas y números rojos que, a partir de ese momento, se propuso coger cualquier proyecto bien pagado que le ofreciesen. El cine tiene mucho de porcino y también de él todo se aprovecha: «Es mucho más difícil actuar bien en una película mala con un director malo que en cualquier otro tipo de películas, y te proporciona una gran experiencia en cuidar de ti mismo».
Pese a su fama de mercenario del celuloide, el actor ha protagonizado un puñado de obras inmarcesibles. Apoquinó como productor para interpretar Asesino implacable, filme duro y sombrío que reflejaba con notable realismo la violencia brutal del submundo de los gánsteres. Estuvo a la altura interpretativa de Lawrence Olivier en La huella, de Mankiewicz; modeló, junto a su amigo Sean Connery, a la inolvidable pareja de pícaros kiplingianos de El hombre que pudo reinar, de Huston; consiguió el anhelado y merecido primer Óscar con Hannah y sus hermanas, de Allen, galardón que volvería a recibir por su interpretación en Las normas de la casa de la sidra; construyó al flemático y entrañable Alfred de la trilogía del Batman de Nolan (tan grande es que salva la insoportable tercera entrega con solo una sonrisa y un asentimiento de cabeza final). También son reivindicables sus aportaciones a comedias ligeras como Lío en Río, de Donen, o Un par de seductores, de Frank Oz, divertido remake de un fallido filme protagonizado por David Niven y Marlon Brando.
Ciertamente, solo repasando la filmografía de Caine uno queda agotado de tanta actividad imparable. Sin embargo, el propio actor señala que en los setenta, cuando se casó con la modelo Shakira Baksh, de quien se quedo prendado viéndola en un anuncio de la tele, se tomó un pequeño respiro. Coincidió con su abandono del alcohol de alta graduación ingerido a escala industrial. Llegó a vaciar tres botellas de vodka al día. Según parece, la discreta recriminación de su mujer fue suficiente para desquitarse de la compulsión bebedora y dedicarse únicamente al vino en dosis moderadas y con las comidas.
Aparte de excelente actor, Caine se ha granjeado fama de buen compañero de rodaje, educado y accesible. Tal vez por haberlas pasado putas durante años, no se ha permitido caer en excentricidades ni en autodestrucciones patéticas. Para tener una carrera tan longeva, a partir de cierta edad es importante cuidar las neuronas y el hígado. Así que todavía tenemos a Caine en acción —recientemente estrenó Juventud, de Sorrentino, y El último cazador de brujas, otro filme alimenticio protagonizado por Vin Diesel— y esperemos que sea para muchos años.
Afirma no ser un entendido en política, pero se identifica con ciertos principios socialistas sin compartir lo que él considera tics paternalistas de la izquierda. De hecho, abandonó durante años Inglaterra harto de los sablazos fiscales del Gobierno laborista anterior a la era Thatcher. Reconoce que sus orígenes le impiden votar a los conservadores, aunque aplaudió algunas medidas liberalizadoras de los tories. Haciendo balance de los Gobiernos de Thatcher dijo: «Ayudó a que los ingleses levantaran el culo y se pusieran a trabajar, pero olvidó a los que se quedaron de rodillas». En 2000 la Corte Real británica le nombró caballero. Michael Caine escogió recibir su caballería con su verdadero nombre. Maurice Micklewhite. En honor a su padre.
«He leído en algún sitio que procede usted de una familia muy pobre», le dijo Anthony Quinn en una ocasión. «Es cierto. ¿Y usted?», preguntó Caine. «Yo también —sonrió Quinn—, pero la diferencia entre una familia pobre mexicana y una familia pobre inglesa es tan grande que no creo que pueda usted comprender realmente lo que es la verdadera pobreza». A lo que Caine respondió con suave dejada de set y partido: «He empleado la mayor parte de mi vida en evitar descubrirlo».
Larga vida a Michael Caine.