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Thierry Ways: Un loro a una guacamaya

En aspectos cruciales de la vida económica y política, Colombia está lejos de parecerse a Venezuela.

El fin de semana, me sorprendió un trino que la presentadora de noticias Mónica Rodríguez le dirigió al periodista radial Santiago Ángel. “El régimen de Maduro –decía– es una desgracia. Pero acá no estamos lejos”.

Lo habría ignorado como una ligereza más de las miles que se dicen cada minuto en las redes sociales si no fuera porque al revisar el perfil de la autora, a quien no conocía, descubrí que es una embajadora de buena voluntad de Unicef, con un millón de seguidores en Twitter e Instagram. Es decir, alguien cuyas palabras, que equiparaban a Colombia y Venezuela, tienen un peso y una influencia considerables.

Hablemos, pues, del arte de la comparación.

Como sabemos gracias a Carlos Vives y sus maravillosas Décimas, cualquier cosa se puede parecer a cualquier otra. “Un loro se parece a una guacamaya / una iguana a un dinosaurio / esta canción se parece a mi barrio… Un caribeño a un canario… y la ciudad de ‘Neworlín’ / se parece a Barranquilla”. A todo le podemos encontrar semejanzas si desenfocamos suficiente el lente de la cámara. Y lo contrario también es cierto. Si miramos de cerca, podemos hallar diferencias hasta entre dos arvejas de la misma vaina.

Equiparar a Colombia con Venezuela en materia de progreso no es solo inexacto, es mendaz. Y lo mismo se aplica para lo político.

Pero esos ejercicios de generalización o particularización no son muy instructivos, a menos que se detengan sobre un detalle o elemento que revele algo interesante o útil sobre las cosas comparadas.

En ese sentido, no tiene nada de especial decir que Colombia y Venezuela se parecen. Por supuesto que sí, se parecen en muchas cosas. Son países vecinos, que comparten frontera y rasgos culturales, como lo ilustra con gran calidez humana Melba Escobar en su libro Cuando éramos felices pero no lo sabíamos. Son, además, países latinoamericanos, lo que quiere decir que padecen las problemáticas comunes a varios países de la región: violencia, corrupción, clientelismo, desigualdad, subdesarrollo, etc. Decir que nos parecemos a Venezuela en esos aspectos, aunque cierto, es poco interesante.

La dirección en la que se mueven esos fenómenos, en cambio, sí es muy significativa. Mientras Colombia, a pesar de sus defectos, ha avanzado en todos los indicadores de desarrollo en los últimos 30 años (cosa que seguramente el covid hará retroceder), Venezuela hizo lo contrario. Y de forma espectacular. Nuestro vecino “experimenta el mayor colapso económico sucedido en un país sin guerra en al menos 45 años”, dice un artículo de The New York Times de 2019. “El colapso de Zimbabue con Robert Mugabe. La caída de la Unión Soviética. La desastrosa crisis de Cuba en la década de los noventa. El desplome de la economía de Venezuela ha superado todos esos desastres”. Equiparar a Colombia con Venezuela en materia de progreso no es solo inexacto, es mendaz.

Y lo mismo se aplica para lo político. Si a uno no le gusta el Gobierno colombiano, como a la autora del tuit, puede consolarse sabiendo que dentro de 14 meses existirá la posibilidad de cambiarlo. Eso es algo con lo que los venezolanos no pueden siquiera soñar. Si tomamos como referencia la duración del régimen cubano, que es el que asesora a Maduro, quienes están descontentos con el chavismo podrían tener que aguantárselo otro medio siglo. O más.

Hoy nos preguntamos mucho sobre la existencia, o la mera posibilidad, del ‘centro’ en la política. Yo creo que, más que una posición ideológica coherente, el ‘centro’ es una actitud. Una de sus características es la desconfianza hacia esos discursos taquilleros y tremebundos, pero intelectualmente perezosos, que les sirven a quienes se apoyan en el catastrofismo para erigirse en mesías salvadores. Un loro se parecerá a una guacamaya, pero, en aspectos cruciales de la vida económica y política, Colombia está lejos de parecerse a Venezuela. Procuremos que siga así.

Thierry Ways
@tways / tde@thierryw.net

 

 

 

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