Tía Isis: la épica íntima de mi familia (1924-2011). En su décimo aniversario
“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente” (Francois Mauriac)
Aun no se han encontrado las llaves del emblemático y misterioso baúl que te acompañó por tantos tiempos y paisajes y ya han aparecido en tu alcoba muestras de como organizabas tus recuerdos. Fotografías de décadas distintas en blanco y negro donde aparecen hombres y mujeres vestidos con las modas de la mitad del siglo pasado, figuras patinadas por la humedad, el encierro y los años, algunas en colores en donde aparecíamos de niños mientras nos mirabas con ternura. Imágenes guardadas con cuidadoso amor en tus muchas horas de soledad.
Los lugares son familiarmente predecibles y marcan la ruta migratoria del matrilinaje: Carrizal, Uribia, Riohacha, Bogotá. Guiaste a los miembros de tu tribu huyendo del aislamiento y el ocaso material de los poblados del norte de la Guajira, dejando atrás la esterilidad dolorosa de las guerras, siguiendo siempre el camino que tuviera el rastro fresco de la esperanza.
Pensamos que eras tan sólida como el cerro antiguo de Kamaichi, tan eterna como las tortugas de piedra de Pajara. Habías sobrevivido a una peste de tifo en 1948, al incendio de la casa familiar en Uribia en 1953, a un percance en el Caribe que te dejó varios días a la deriva en una embarcación en 1970. Viviste las tragedias familiares, la mutilación del ganado de tu abuela Conchita Uliana, la decadencia de la pesca de perlas, el hostigamiento de la policía conservadora en la capital de la Comisaría, un matrimonio breve y una viudez joven. Celebraste en octubre tus 87 años con el brío y la armonía de una abeja mielera. ¿Quién podía pensar que eras mortal?
Tenías un espíritu bizarro moldeado por el viento del nordeste, el ardor y la luminosidad de las salinas. Ese carácter de turpial cerrero, esa bondad de ángel malhumorado fueron los que te ayudaron a abrirte paso en la Riohacha de los años sesenta y setenta. El contorno indígena de la ciudad rebosaba de asentamientos del clan Uliana, tu clan. No te fue difícil ser querida y aceptada por ellos. Habías heredado de tus mayores el ideario del liberalismo. Recordabas que durante la guerra de los mil días tu abuelo Ramón Pana suministraba en Carrizal fusiles traídos de las islas al ejército del General Uribe Uribe. Fuiste, sin desearlo, concejal de Riohacha por ese partido. Así te convertiste, junto con tía Josefa Iguarán Uliana, en una de las pioneras de las luchas de tu gente cuando aún no existía el movimiento indígena. ¿Quién se acuerda tía?
Te atraían las empresas llenas de dificultades. Ayudaste a crear las grandes compañías pesqueras de La Guajira: Mariscos del Caribe, Provimar y Café, Colexpesca. Con tu partida quizás se pierdan para siempre la voz de Guillermo Iragorri o el último gesto de Humberto Schiappa. Eras capaz de atravesar las salinas de Sarampión y Ahuyama en un crudo invierno, podías pasar una noche en vela atascada en un arroyo o procesando la carga al pie del hostigante fuego. Algunos no te correspondieron. Como en la política descubriste que en los negocios también abundan el incumplimiento y la ingratitud.
Tía Isis, eras el espíritu práctico y enérgico que animaba y mantenía la unidad de todas tus hermanas: Iris, Isila, Ilba e Isela. Sin embargo, con tu hermana Isila constituiste un indisoluble binomio que lideró la marcha de una estirpe, que guió a los suyos a un lugar promisorio a través de los vericuetos de la geografía y del tiempo enfrentando peligros cambiantes en un universo gobernado cada vez más por extraños. Podías también dar a tus seres cercanos la más profunda ternura. Aunque fuésemos hombres maduros nos encaminabas en las noches hasta las esquinas oscuras para protegernos de cualquier peligro. ¿Quién seguirá ahora con la vista nuestros pasos al alejarnos de la casa?
Eras como la gente agua de la mitología wiwa que sirve a todos menos a sí mismos.
Es navidad. Suena la música de esta temporada que ahora lacera el alma. ¿Como el mundo puede continuar sin ti? Borges ha dicho que todos los hombres nos sabemos inmortales aunque nos juzguemos contingentes y efímeros y por ello en las despedidas no debe haber énfasis. Sabemos que en la eternidad reanudaremos este antiguo diálogo. Quizás el cielo cristiano se parezca a las anchas estepas de Manuya’alu’u. Entonces ya eres feliz.
Esta es tu historia Isis Curvelo que también es la épica intima de la familia. Solo algo no podemos prometerte: el olvido.
Weildler Guerra Curvelo