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¿Tiene sentido ir a elecciones en entornos autoritarios?

 

A pesar de la tendencia de muchos a responder a esa pregunta en términos dicotómicos y excluyentes –sí o no– la respuesta realmente es: depende. ¿Depende de qué?

Comencemos por lo básico: en modelos de dominación autoritarios y fascistas como los que representa el madurismo, participar o no en un evento electoral es igual de inútil si no va acompañado de un factor todavía ausente en la actual ecuación política, que es la necesaria presión social cívica. Sin ella –esto es, sin una población organizada y movilizada que haga valer sus derechos y que defienda lo que haya decidido– la discusión sobre participar o no, por inútil, carece de cualquier sentido práctico.

De hecho, la herramienta electoral es un instrumento privilegiado de la lucha democrática. Pero en regímenes autoritarios, dadas justamente las características de este tipo de modelo de explotación, ese instrumento carece de eficacia si no va acompañado del respaldo de un tejido social activo y organizado, que sirva de factor disuasivo que se oponga a la esperable estrategia oficialista de escamotear la voluntad mayoritaria de la población.

En los sistemas democráticos, ganar una elección depende fundamentalmente de quién convenza mejor a la ciudadanía y de quien pueda recabar la mayor cantidad de votos a su opción. Pero, de nuevo, esto es en entornos democráticos. No parece necesario tener que demostrar que no es éste el caso actual venezolano. De hecho, la mayoría de la población sabe que el régimen de Maduro no va a jugar limpio en términos electorales, como corresponde a su naturaleza autoritaria, y que hará todo lo posible porque la soberanía popular no pueda expresarse.  Entonces lo primero es partir de este dato objetivo para poder desarrollar una estrategia realista de afrontamiento al próximo y cercano evento electoral con posibilidades de éxito. Es un error de consecuencias gravísimas (la primera de las cuales será la continuidad del madurismo en el poder por al menos 6 años más) afrontar la próxima coyuntura electoral suponiendo que estamos en una típica democracia occidental, y lo que hay que hacer es entonces escoger un candidato presidencial y lanzarnos en busca de votos en una tradicional campaña electoral.

Partamos de la base –demostrable– que cualquier posibilidad de éxito en un evento electoral que se realice en el marco de una autocracia tiránica no depende solo de la voluntad de la mayoría. De hecho en nuestro país ha habido en el pasado episodios de enorme fervor popular y no ha sido posible que ese fervor se traduzca en victorias electorales.

En entornos autocráticos, toda estrategia electoral que aspire a un mínimo de posibilidades de éxito debe obligatoriamente contar con tres elementos de manera combinada. Los primeros son de naturaleza fundamentalmente política. Aquí se incluyen, entre otros, la necesaria unidad y coordinación de acciones de las fuerzas democráticas; la escogencia democrática de un candidato opositor único y unitario; una propuesta de gobierno construida desde abajo y donde la mayoría se sienta identificada; una inteligente campaña electoral centrada en la agenda de la gente, que muestre evidencias que se conocen los problemas de la población,  que se conduele con su sufrimiento y que sepa explicar qué hay que hacer de distinto para superarlos.

Hay un segundo grupo de elementos de carácter técnico. Entre ellos hay que considerar el aseguramiento de cobertura de testigos en la totalidad de las mesas electorales, su adecuado entrenamiento y respaldo logístico (incluyendo el apoyo a su seguridad física y su movilización), y el conocimiento y manejo previo de los padrones electorales en las distintas regiones, por citar sólo algunos de los más importantes.

Pero estos elementos, presentes también en una elección que ocurra bajo un sistema democrático, son necesarios más no suficientes en entornos de autocracias tiránicas como la nuestra. Ellos necesitan acompañarse y combinarse con un tercer factor que es crucial e imprescindible, y es el factor de carácter social organizado. Sin un nivel de activación y organización popular previas que permita de manera disuasiva presagiar por parte del gobierno no sólo el eventual respaldo en las calles de la decisión del pueblo, sino una fuerte respuesta y resistencia de la población a los intentos por expropiar nuevamente la voluntad ciudadana, la sola expresión electoral carece de cualquier utilidad práctica.

Es por esa razón que en entornos autocráticos la estrategia no puede ser simplemente “electoral”, en el sentido democrático occidental del término. La estrategia principal y central, desde la cual se derivan el resto de las tácticas de lucha, es la organización y movilización de la población. Debe lo electoral entonces asumirse como una oportunidad de construcción en función de ese objetivo, porque -de nuevo- el trabajo electoral por sí solo, sin contar con una organización y movilización popular y de sus sectores sociales que presione tanto para obtener condiciones mínimas como para hacer valer la voluntad de la mayoría, no sirve de mucho en regímenes autoritarios.

Por supuesto, el trabajo de organización ciudadana aguas abajo y la construcción progresiva de presión cívica interna son complejos, de bajo perfil y cargados de sacrificios y dificultades. Quizás por ello, y más allá de las limitaciones y obstáculos que el gobierno constantemente impone al trabajo de quienes luchan por la liberación democrática de Venezuela, con frecuencia se prefiere el camino de otras formas de lucha menos trabajosas y difíciles, o aquellas que estamos más acostumbrados a practicar. El problema es que al hacer esto, no se asumen entonces las tareas más difíciles pero imprescindibles si se quiere tener alguna posibilidad de éxito electoral, como es la de construir organización popular y presión cívica interna sin la cual lo electoral en dictadura pierde mucho de su potencial eficacia política.

En cada uno de los barrios y comunidades de los distintos estados del país es necesario y urgente el trabajo de identificar e inventariar tanto las estructuras de organización sociales y políticas locales como de sus líderes naturales, reforzar las que ya existen y crear nuevas donde no las haya. La militancia de los partidos políticos en esas localidades, pero también la de los principales sectores sociales, deben asumir la tarea prioritaria de convertirse y ser percibidos como uno más del pueblo en la lucha por sus derechos conculcados, primer paso para transformarse en agentes activos y creíbles de la organización de presión cívica interna, que es la pieza clave para la eficacia política de los esfuerzos de transformación democrática del país.

Este trabajo supone un acompañamiento popular activo que se inicia con la solidaridad, condolencia y si es posible ayuda a la población económicamente más vulnerable, pero también estimulando formas de organización políticas (las que existan y las que haya que crear), y acompañando físicamente a quienes legítimamente protestan hoy en cada una de las regiones del país por falta de alimentos, por la precariedad de los servicios públicos y por lo indigno de sus condiciones de vida.

Al lado de lo anterior, es necesario multiplicar las experiencias de encuentros locales entre sectores sociales, y entre estos y los partidos políticos. Así mismo, es crucial estimular la relegitimación de los sindicatos y sus autoridades, y darles mayor vocería y reconocimiento tanto a estos como a las organizaciones locales de representación popular.  Finalmente, y  para mencionar solo algunas de las tareas ineludibles, la dirigencia democrática debería estar abocada a cómo aprovechar el más de un centenar de poderes locales obtenidos el pasado 21 de noviembre para, al lado de contribuir con sus gobernadores, alcaldes y concejales a tener la mejor gestión posible en su trabajo de defender al pueblo, invitarlos y ayudarles a convertirse en epicentros concretos de organización y construcción de presión cívica en sus respectivas circunscripciones.

Si en serio se quiere en avanzar hacia la liberación democrática de Venezuela y no simplemente quedarse haciendo oposición al menos hasta el 2030, o cumpliendo sin éxito el trámite electoral “porque había que hacerlo”, nuestra preocupación principal hoy –y ya se hace tarde- es cómo desarrollamos progresivamente la herramienta de organización, movilización y presión cívica que falta para que el engranaje del cambio alcance el objetivo que la mayoría del país reclama y necesita.

 

@angeloropeza182 

 

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