Todo en la vida es una cuestión de escalas…y la de España (y su prensa) es muy pequeña
Si cualquiera se eleva por encima de los árboles y observa el panorama, verá que grupos como Atresmedia, Vocento o Prisa son peces demasiado pequeños en un mar donde poco a poco han engordado voraces leviatanes
Hay ideas buenas que naufragan por una simple razón: la vida es muy perra. Hubo un tipo que inventó la máquina de vapor cuando en España se construía el Canal de Castilla, un proyecto hidráulico entonces incomparable que pretendía acelerar el transporte de mercancías entre el interior y el Cantábrico. No cuesta imaginar la cara de quienes un buen día vieron pasar el tren al lado de esta infraestructura, que quedó obsoleta demasiado pronto. Tanta pasión para nada.
Fue en julio de 2007 cuando Steve Jobs presentó el primer iPhone. Tres días después, un grupo de preparadísimos empresarios decidió comprar el periódico gratuito Qué! por 132 millones de euros. El negocio fue ruinoso para Vocento -el pagador- y algún viejo rockero de los cenáculos patrios se dio cuenta entonces de que ese aparato estadounidense -y los de la competencia- habían llegado para aniquilar muchos negocios. Entre ellos, el de la prensa.
Existen buenas ideas que mueren bajo el sol y existen iniciativas inexplicables que son paridas después de recibir la extremaunción. Predecir la invención del ferrocarril fue imposible, pero vaticinar la decadencia del papel no lo era; máxime en la época en la que se hablaba de la eclosión de los periódicos digitales, que se podían fundar con poco dinero y mantener con muchos menos costes fijos.
Sentar cátedra a toro pasado puede resultar ventajista, por tanto, centrémonos en el presente: mientras China está a punto de convertirse en el segundo inversor más importante en Hispanoamérica -región estratégica para España- y mientras el escenario internacional sugiere una ‘guerra fría’ heterodoxa e impredecible, los grandes grupos mediáticos y tecnológicos estadounidenses han realizado diferentes maniobras para no perder competitividad. Ni potencia en sus altavoces.
Mientras eso ocurre, Moncloa promete a los editores españoles fondos europeos para la digitalización. El reparto de dinero público como única estrategia de país ante el mundo contemporáneo. ‘Rotondismo ilustrado’ en tiempos de globalización. Entretanto, los editores y accionistas que aprobaron las cuestionables operaciones mediáticas previas a la crisis de 2008 mantienen su actitud. El mundo cambia, pero a mí me siguen poniendo la misma pieza de carne sobre la mesa a mediodía. Y así será.
La gran operación de AT&T y Discovery
Las diferencias son sangrantes. Hace unos días, Bloomberg adelantaba que AT&T había segregado su negocio audiovisual de WarnerMedia del resto de la compañía y ultimaba un acuerdo con Discovery para crear un gigante audiovisual que, entre otras cosas, dispondría de CNN y HBO. The New York Times incidía en dos factores para explicar la operación: la caída de usuarios de la televisión por cable y la necesidad de las telecos de abaratar sus servicios, dada la cada vez más frecuente costumbre de los usuarios de cambiar de compañía, atraídos por las ofertas y los bajos precios.
Los referentes de hace unos años ya no sirven y los que antes eran designados como gigantes, hoy resultan vulnerables. Y tiene lógica: si las fronteras de los mercados son cada vez más difusas, los peces deberán ser cada vez más grandes y más fuertes para no ser devorados por los de mayor tamaño. Este análisis de la CNBC resulta muy ilustrativo, pues afirma que los Lionsgate, MGM, Sony Pictures y AMC Networks podrían ser demasiado pequeños para competir con las mismas garantías que Netflix, Amazon o Disney, cada vez más voluminosos. Y, cuanto más dimensión tengan, con mayores posibilidades contarán para configurar ofertas atractivas para atraer al público.
Los referentes de hace unos años ya no sirven y los que antes eran designados como gigantes, hoy resultan vulnerables. Y tiene lógica: si las fronteras de los mercados son cada vez más difusas, los peces deberán ser cada vez más grandes y más fuertes para no ser devorados por los de mayor tamaño.
Contaba un importante directivo del sector de las telecomunicaciones que, a la entrada de Vivendi en Prisa (10%), hubo quien en el PSOE advirtió de que el dueño del emporio francés, Vincent Bolloré, era conservador. No hay mejor ejemplo de la distancia que separa la política española de los verdaderos núcleos de poder y decisión del mundo actual. Ante las maniobras de los grandes conglomerados empresariales, interesa más la ideología del fundador que el efecto sobre el país.
Pero, en lo que respecta a la política mediática, las instituciones españolas no han demostrado una mucha mayor altura de miras. RTVE podría servir como una importante herramienta para difundir argumentos en todo el mundo hispanohablante, pero, al final, los partidos están más preocupados por situar a sus acólitos en el Consejo de Administración que por cualquier otra cosa. Lo mismo ocurre con EFE: que nadie olvide que a Fernando Garea le destituyeron como presidente un sábado por la tarde, en un restaurante Rodilla. Entre otras cosas, por no haber sido ‘permeable’ a la sensibilidad del Ejecutivo.
Peces gordos, peces pequeños
En este mundo nuevo, es ya una evidencia que las grandes corporaciones de información, entretenimiento y servicios tecnológicos serán las armas con las que se controlará el discurso, se distribuirá la propaganda y se gestionará la singular forma de neocolonización consistente en hacer negocio con los datos de los usuarios de decenas de países, pero enviar los beneficios a uno solo. Y España ha llegado tarde a ese proceso.
No sólo no es que se haya evitado mirar a Europa en la mayoría de los casos, sino que ni siquiera se ha realizado el necesario proceso de concentración mediática dentro de las propias fronteras. Esto es consecuencia de la elevada deuda que tienen los principales grupos, pero también de la forma en la que algunas operaciones han sido torpedeadas por los poderes político y económico para que nadie resultara perjudicado de una fusión. En otros casos, todo ha sido más profano: las familias que controlaban cabeceras han preferido mantener su influencia en medios sin público; a hacer evolucionar el negocio.
Mientras la Administración española mantiene el control de RTVE y de las licencias audiovisuales, los fondos de inversión comenzaron hace un lustro a avisar del próximo fin de la TDT y de la pérdida de valor de las concesiones de radio como consecuencia del sistema digital y de las pujantes plataformas de podcast. Y mientras los portaaviones mediáticos estadounidenses y el capital chino ganan fuerza en el sector empresarial global, la Unión Europea sigue despistada y promete fondos públicos para luchar contra las noticias falsas. ¿Qué es más peligrosa, la ciberguerra o que grandes grupos de comunicación marquen el discurso global y puedan llegar a torpedear tus intereses mediante uno, diez o cien hundimientos del Maine?
Nos pasamos varios años criticando la conformación -penosa- del duopolio televisivo en España y el daño que eso generó para la pluralidad; y todavía se escuchan historias sobre posibles movimientos para que los partidos conservadores puedan ganar fuerza en la televisión española. Pero si cualquiera se eleva por encima de los árboles y observa el panorama, verá que grupos como Atresmedia, Vocento, Prisa -y hasta la propia Telefónica– son peces demasiado pequeños en un mar donde poco a poco han engordado voraces leviatanes.
No somos nada. O, cada vez, somos menos.