Todos los comentaristas deportivos se equivocan: los penaltis no son en absoluto «una lotería»
Cuando Eric Dier inició su camino hacia el punto de penalti cargaba sobre sus hombros con el insoslayable peso de seis tandas de penas máximas marradas. En una de las más dolorosas, la que enfrentaría a Inglaterra frente a Alemania durante la Eurocopa de 1996, Gareth Southgate habría fallado el lanzamiento decisivo. Aquella noche Wembley enmudeció: las semifinales del torneo, celebrado en la propia Inglaterra, habían entregado la final a Alemania.
Aquella copa terminaría en vitrinas germanas, e Inglaterra jamás volvería a estar siquiera cerca de acariciar un trofeo. En 1998, en 2004, en 2006 y en 2012 volvería a perder tandas para marcharse a casa con la eterna sensación de agravio, amargura y derrota. De ahí que cuando Dier anotara su tanto todos sus compañeros estallaran en una algarabía de emoción, directos hacia Jordan Pickford, portero de turno y repentino héroe de la noche. Inglaterra, al fin, superaba a los penaltis.
Las miradas se cernieron sobre ellos, pero numerosos periodistas, atenazados durante lustros por la supuesta maldición de los penaltis, dirigieron sus primeras palabras de elogio hacia Southgate. Hoy seleccionador nacional, quien marrara el lanzamiento decisivo aquella funesta noche de 1996 era el autor intelectual de la particular gesta inglesa. Southgate, quizá aterrorizado por los fantasmas de su propio error, había entrenado repetitiva y obsesivamente las tandas de penaltis.
A la hora de la verdad, recibió los caramelizados frutos de su trabajo.
Como han explicado diversos medios ingleses desde el inicio del torneo, la selección inglesa es hoy una de las más preparadas para afrontar una tanda de penaltis cualquiera. Southgate se valió de su propia experiencia: una vez retirado, explicó el sinfín de emociones, dudas e inseguridades que le asaltaron cuando se enfrentó al sexto penalti de 1996 de forma repentina. El cuerpo técnico inglés no había previsto qué lanzadores deberían encargarse de los lanzamientos si se llegaba a tal extremo.
Southgate, poco preparado y convertido en un manojo de nervios, fue una perita en dulce para Kopke, portero alemán, que adivinó sus intenciones. No había entrenado ni la técnica de lanzamiento ni la preparación psicológica. Nunca más, se dijo. Como seleccionador, encargó diversos estudios psicométricos a sus jugadores para descifrar cuáles asumían la presión con mayor resistencia. También preparó tandas y concursos falsos durante los entrenamientos en los que los futbolistas, divididos en grupos, jalearían, gritarían y presionarían a los lanzadores.
El cuerpo técnico trabajaría con cada futbolista de forma individual para averiguar qué tipo de lanzamiento se adecuaba mejor a sus capacidades técnicas y para trabajar varias alternativas. Con toda la información recopilada, Southgate elaboró una estricta lista de lanzadores: los 23 seleccionados sabían a la perfección cuál sería su rol en la tanda. No habría sorpresas, no habría inexperiencia, no habría incertidumbre. El proceso se habría trabajado.
La ciencia de los penaltis
El seleccionador inglés habla de «controlar el proceso«, de tener los mecanismos mentales y técnicos para que el penalti tenga más probabilidades de besar la red. Puede parecer una exageración, pero no lo es. Si Inglaterra está en cuartos de final es porque conoce la ciencia detrás de un penalti. Lejos de la célebre «lotería», de las veladas referencias al azar que todos los equipos afrontan cuando llegan a tan dramática resolución, los penaltis tienen un alto grado de previsibilidad.
Lo saben diversos estudios estadísticos que, como este de The Economist amparado en datos de Opta, han analizado todos los disparos desde el punto de penalti de los Mundiales y de las Eurocopas entre 1976 y 2016. ¿Resultado? La abrumadora mayoría de lanzamientos detenidos por los porteros se han dirigido hacia las posiciones más centrales de la portería. También se han producido por bajo: un 79% de las pelotas altas son imparables, frente a un 72% de las bajas.
El porcentaje de acierto en un penalti es variable en función de las circunstancias, y así lo atestiguan otros trabajos, como ilustra este hilo de Hugo Sáez. Hay quien lo cifra en un 80% vs. 20% (siempre a favor de los lanzadores), mientras que otros (centrados específicamente en las tandas mundialistas, como este de FiveThirtyEight) reducen la probabilidad de gol al 71%. En todos los casos, hay patrones medibles (tanto hacia dónde se dispara como hacia dónde se lanzan los porteros).
Por ejemplo, este estudio analizó 286 penaltis disparados a lo largo de las grandes competiciones globales para descubrir hacia dónde se orientan tanto lanzadores como arqueros. ¿Resultado? Mientras que existe una distribución relativamente equitativa de los disparos (40% hacia la derecha, 32% hacia la izquierda, 28% hacia el centro), la abrumadora mayoría de porteros optan por un lado u otro de la portería. Casi nunca se quedan quietos, esperando un disparo que se produce casi un tercio de las veces. Para un jugador, apuntar hacia el centro es seguro.
Sucede, claro, que para un portero es motivo de escarnio público natural: juzgamos errático su comportamiento si no elige uno de los lados, pese a que (de adivinar el lado) le resultaría muchísimo más sencillo detener los penaltis centrales que los que se escoran hacia el palo (son más fáciles de parar, aunque casi ningún portero decida quedarse quieto).
Más evidencia: The Telegraph se valió de datos históricos de los Mundiales y Eurocopas (desde 1998) para analizar hacia dónde se dirigían los lanzamientos de penalti, hacia dónde se tiraban los arqueros y en qué zonas del arco era más probable detener (o anotar) una pena máxima. Para ello dividieron la portería en nueve cuadrantes (tres altos, tres centrales y tres inferiores), y a cada uno de ellos le asignaron un porcentaje en función si el penalti iba dentro, fuera o era parado.
Los resultados concuerdan con el resto de estudios: si el balón se dirige hacia uno de los tres cuadrantes superiores (izquierdo, central o diestro), el penalti es imparable. El 100% de las veces es gol: aunque el portero acierte el lado, es incapaz de detenerlo. La abrumadora mayoría de las atajadas se producen por abajo: 17,8% cuando el balón va hacia la derecha, 21,4% cuando se coloca en el centro, 32,2% cuando va hacia la izquierda (lado antinatural para los diestros).
Alto y fuerte: imparable
¿El cuadrante más recurrente para marcar? Abajo a la derecha: el 18,7% de los goles llegaron por ahí. Los datos también coinciden con este otro análisis de The Stats Zone, muy completo y amparado en la recopilación estadística de las 26 tandas de penaltis lanzadas en la historia de los Mundiales (excluyendo el actual) y en las 18 acometidas en las Eurocopas (incluyendo la de Francia 2016).
En su caso, el informe dividía la portería en cinco columnas verticales y tres horizontales. Todos los balones enviados a la fila vertical, al margen de su posición (más a la derecha o a la izquierda de la portería) terminaban en gol. Pese que son lanzamientos más complejos (razón por la que sólo se escogen en un porcentaje pequeño, por debajo del 20%, de las ocasiones), se marran un 30% de las veces, porcentaje inferior al de la fila inferior (sumando atajadas y balones fuera).
Es decir, si eres un lanzador y tienes seguridad en ti mismo, lo mejor es que lances la pelota alta. El riesgo de que se vaya fuera es similar al riesgo que afrontas a que el portero la detenga si va por bajo.
Al igual que en el estudio estadístico de 286 penaltis internacionales, el trabajo de The Stats Zone apunta a la rara actitud de los porteros. En la historia de los Mundiales y de las Eurocopas sólo optaron por defender el centro de la portería un 3% de las ocasiones, mientras que los lanzadores eligieron ese espacio del arco un 26% de las ocasiones. La evidencia es tozuda: los porteros pararían más si se quedaran quietos en la portería con mayor probabilidad. Sin embargo, el miedo al escarnio o al ridículo (y la sapiencia tradicional) tienden a pesar más.
Dadas las circunstancias, no parece extraordinario que la selección con el mejor récord histórico de lanzamientos sea República Checa (antiguamente Checoslovaquia), nación cuyo mayor legado a la historia del fútbol fue el penalti de Panenka (una suave parábola dirigida hacia el centro de la portería). 20 veces acudieron sus lanzadores al punto de penalti y en 20 ocasiones anotaron. Sólo Alemania, con un 86% de acierto, suma más de 20 disparos en tandas de penaltis con un porcentaje por encima del 85%. España (75,8%), Italia (68%) en Inglaterra (65%) fallan mucho más.
De modo que, ¿dónde está la lotería? Southgate asume con corrección que en ninguna parte: si se estudian los patrones de lanzamiento es posible prevenir a los porteros sobre los espacios que más posibilidades tienen de cubrir (por ejemplo, es poco útil aconsejarles que busquen los espacios altos de la portería). Lo mismo vale para los jugadores (a la inversa). A todo esto podemos sumar trabajo psicológico, técnico e incluso colectivo (de mentalización). Los penaltis son una ciencia.
A partir de ahí, claro, los nervios. Nada de lo anterior asegura que el quinto lanzador en la tanda decisiva de una final del Mundial de Fútbol, como pudo ser Fabio Grosso en 2006, anote su gol. El fútbol sigue siendo un deporte teñido por imponderables, por eso resulta tan bonito. Casualmente o no, por cierto, el quinto lanzamiento de las tandas es con diferencia el que más tienden a marcar los futbolistas (un 84%, ningún otro se le acerca: en el momento decisivo, no fallan).
Por cierto, Grosso mandó su penalti al cuadrante superior derecha. Alto y a su lado natural. ¿Habría leído los estudios estadísticos?