Todos somos populistas
«Hay un cinismo sin precedentes. El político de hoy, especialmente el que gobierna, se esfuerza cada vez menos en ocultar que está mintiendo»
Ilustración de Alejandra Svriz
Abres los periódicos, abres Twitter, enciendes la tele o pones la radio, y solo hay gente riéndose en tu cara, individuos que creen que eres imbécil y que no tienen reparos en llamarte imbécil. Quizá siempre ha sido así. Pero ahora nos enteramos más.
La política lleva años alejada de la ciudadanía, privatizada y convertida en un juego autorreferencial; los partidos son empresas privadas financiadas con dinero público que se dedican a la intoxicación informativa, a evitar que sus líderes rindan cuentas e incluso a intentar evitar que respondan por sus delitos, como estamos comprobando en las últimas semanas. La principal estrategia comunicativa de cualquier político en el Gobierno actual consiste en hacer luz de gas a la ciudadanía. No solo engañan, sino que intentan convencer de que no ocurrieron cosas que sí ocurrieron, que no se dijeron cosas que sí se dijeron. Esto, que siempre se ha hecho más o menos, resulta aún más irritante en la época del panóptico digital y el acceso libre a la información: las mentiras tienen las patas cortísimas.
Hay un cinismo sin precedentes. El político de hoy, especialmente el que gobierna, se esfuerza cada vez menos en ocultar que está mintiendo. Las excusas son cada vez peores. Sabe que, en el fondo, no le va a pasar nada, su partido (que como gobierna usa todo el poder del Estado a su favor) desplegará todo su aparato propagandístico para protegerle. Sabe también que la rendición de cuentas ya no existe. Eso es algo de otro siglo, de los manuales de ciencia política o las películas de Hollywood. Y de países con cultura liberal. Y, sobre todo, sabe que esto es parte del juego. No, de hecho es el juego.
Siempre se ha dicho que la política es una trituradora de talento, que hay que tener una enorme vocación de servicio público para meterse en ella. Hay pocos políticos con poder y notoriedad que hayan entrado a la política por vocación; algunos de los que lo hicieron (y aguantaron) acabaron convertidos en profesionales de la guerra cultural y el gaslighting. En la política actual se produce un sesgo de selección muy tóxico: quizá no solo entran psicópatas, pero sí que es cierto que los que se quedan suelen ser psicópatas. No se queda la gente normal.
«A la ciudadanía le interesa mucho la política, pero no soporta el llamado ‘debate público’»
Esto tiene un efecto en la prensa, imprescindible para controlar la política. Me extraña que haya gente que quiera seguir ejerciendo, más allá de la vocación. Es una profesión terriblemente mal pagada, es casi imposible la conciliación y encima el periodista tiene que aguantar una cantidad embrutecedora de bullshit. No todo el mundo está preparado mentalmente para eso.
Esta situación lo que ha conseguido es alejar a la población de la política institucional. A la ciudadanía le interesa mucho la política, pero no soporta el llamado debate público. Tengo la sensación de que, a mi alrededor, todos nos estamos volviendo populistas. Los moderados de antaño, los centristas, los liberales, los socialdemócratas (aquí me refiero a los socialdemócratas que son ideológicamente socialdemócratas, no voceros del principal partido socialdemócrata), los democristianos, los neoconservadores hoy se están volviendo cada vez más populistas. Y no es tanto por convicción como por supervivencia.