Tomás Straka: La rebelión de las bases
En un solo aspecto las elecciones del 20 mayo se desarrollaron según lo previsto por los analistas: Nicolás Maduro ha sido proclamado ganador y buena parte de la comunidad internacional desconoce la legitimidad de los comicios. Pero a partir de este punto las cosas parecieron haber tomado por sorpresa a muchos, comenzando tal vez por el mismo gobierno. La amplitud de la abstención y el hecho de que por primera vez el abstencionismo parece traducirse en un propósito claro ha descolocado a todos los actores del drama. El 21 de mayo nadie está en el lugar en el que estaba el 20, y la decisión que cada uno tome ante las cifras definirá su destino inmediato y tal vez el de todo el país.
La abstención ha sido una protesta de dimensiones similares a las de las firmas contra la Constituyente del 16 de julio de 2017, pero con dos diferencias: esta vez la protesta vino, en su aspecto más notable, del lado de quienes apoyan (o al menos se creía que apoyaban) al gobierno; y no demuestra seguir un liderazgo. Al contrario, ha rematado algunos liderazgos en declive, como el de Maduro, demostrando cuán hondo es el vacío en este aspecto. El Frente Amplio es el que más puede parecerse a un ganador en la jornada, aunque mucho de su triunfo haya sido por carambola.
Como los opositores no tenían razones para votar, lo singular está en que los chavistas no lo hayan hecho tampoco. Eso demuestra que el nivel de descontento ya llegó muy adentro entre quienes se consideran chavistas o, en todo caso, están dentro de las redes del gobierno por empleo, ayudas u otra razón; y que Maduro carece de liderazgo en las bases de la alianza de partidos que es el chavismo. No ir a votar podría leerse como una especie de rebelión de las bases contra la dirigencia chavista; la respuesta a las dádivas —bonos, compra de votos, cajas CLAP— y a las amenazas, reales o supuestas, de expulsión del empleo o pérdida de beneficios que en este contexto pueden ser, literalmente, de vida o muerte para una familia.
No siempre la abstención tiene perfiles tan definidos ni se traduce en consecuencias tan contundentes. Desde que comenzó a aparecer como fenómeno en la década de 1980, ha sido objeto de diversas interpretaciones. Hoy sabemos que aquello era el síntoma de un desencanto más amplio por la política, que creció hasta llevar al “anti-político” Hugo Chávez a la presidencia en 1998. Pero a partir de entonces el acto de abstenerse no estuvo enhebrado con alguna estrategia que le diera un real sentido, más allá de que sus consecuencias, no deliberadas, podrían haber sido importantes en los resultados electorales. Sólo en dos ocasiones se llamó a la abstención como una táctica clara: en las elecciones parlamentarias de 2005 y en las regionales de 2017. En ambas con resultados desastrosos para la oposición. El chavismo jugando en solitario se alzó con victorias resonantes, incluso en 2017 cuando ya estaba claro que había dejado de ser una mayoría nacional y el gobierno de Maduro ya había perdido el prestigio internacional que siempre acompañó a Chávez. Por eso, el llamado a abstención del Frente Amplio como mínimo generaba dudas entre muchos opositores. ¿Por qué insistir en una táctica que había fracasado? ¿Por qué creer en un grupo en el que están los muy desprestigiados partidos de la MUD, a quienes se les acusa de la cadena de reveses vivida por la oposición desde octubre de 2016? ¿No ocurriría como en las otras ocasiones y simplemente Maduro se alzaría con la victoria ante el forfait de la oposición?
La respuesta provenía del hecho de que países claves de la comunidad internacional —Estados Unidos, Europa, Latinoamérica— habían señalado que no considerarían legítimas unas elecciones convocadas en las condiciones que imperan en Venezuela. Esta postura es un triunfo de la oposición; de hecho, el único real que había tenido desde hace más de un año. Pero esperar a que la presión internacional surta efecto es demasiado para los niveles de angustia de los venezolanos. De allí un dilema que acompañó a muchos opositores: si votaban, avalaban implícitamente al sistema electoral, lo que era un mentís a lo denunciado por la comunidad internacional; y si no lo hacían, les dejaban el campo libre a Maduro.
Así fue cobrando forma la opción de Henri Falcón. Se pensó que tal vez podría convertirse en un sustituto de la MUD, al menos sería alguien con quien dialogaría el gobierno y que, con suerte, podría significar alguna forma de cambio. Falcón se perfilaba como una especie de mal menor, bien porque fuera convocado a alguna forma de gobierno de unidad nacional por un Maduro debilitado, bien porque una votación masiva a su favor pudiera generar un quiebre en el gobierno; o, quién sabe, porque lograra ganar (¡y además ser reconocido ganador!) por algún prodigio del destino. El hecho de que VTV cubriera su campaña e incluso transmitiera sus cuñas abonaba estas ideas; así como las insinuaciones de Maduro, Rodríguez Zapatero e incluso miembros del equipo de Falcón, de la posibilidad de un gobierno de unidad después del 20. A su vez, el ascenso sistemático de uno o dos puntos por semana de Javier Bertucci, pasándolo de no ser nadie a que todos lo conocieran, terminaba de redondear la posibilidad de un nuevo mapa.
Las encuestas parecían indicar que algo más de un 50% votaría, por lo que el escenario de un Maduro triunfador por la maquinaria y acaso por trampa, junto a dos opositores pro-sistema, empezó a convencer a algunos analistas. Pero eso no ocurrió. No se vieron colas en ninguna parte. Falcón demostró no tener la fuerza suficiente para sustituir a la MUD y su desconocimiento de las elecciones parece matar la posibilidad de que integre alguna unidad con Maduro (aunque no sabemos qué decidirá en las siguientes horas si este insiste en el llamado hecho por Maduro de dialogar con los dos candidatos). Maduro tampoco puede decir que fue avalado por los votos. Es evidente que si muchos opositores tuvieron un dilema ante Falcón y otros simplemente habían decidido firmemente no votar, algo parecido estaba pasando entre los sectores que gravitan en torno al chavismo. Que el carnet de la patria tenga 13 millones de personas registradas y que el CNE le haya atribuido cerca de seis millones de votos, dice bastante de la capacidad de movilización de este y en general de todos los sistemas de ayudas gubernamentales. Esas largas filas de personas sacando el carnet de la patria y participando en esa especie de forcejeo entre el PSUV y Somos Venezuela para ver quién inscribe más militantes, dice más de las carencias de los que allí vemos bajo el sol, que de una auténtica militancia.
Ni Falcón pudo convertirse en el jefe de la oposición, ni Maduro parece serlo del chavismo. Es difícil saber, con la información disponible, por qué creó un movimiento propio ad hoc, Somos Venezuela, pero algo debe decir de cómo están las cosas dentro de su bloque. Al cabo, ya está el precedente del mismísimo Henri Falcón. Antes de romper con el chavismo creó su propio grupo regional, Revolución Eficiente (RE). Involucrar a Somos Venezuela con la red del carnet de la patria pone directamente en manos de Maduro la red de distribución de ayudas, lo que potencialmente debilita al PSUV y acaso le haya pasado alguna factura. Por su parte, el Frente Amplio, que llamó a la abstención, es el que tiene más razones para sonreír: la misma está, según los cálculos, cerca del 52% y era el dato que faltaba para que la comunidad internacional considerase a Maduro un presidente ilegítimo. Pero como vemos, lo que hizo la diferencia en la abstención no fueron los opositores que se quedaron en sus casas, sino los chavistas que probablemente no tengan ni idea de qué es este Frente, o teniéndola les importe muy poco. Otro que tiene razones para sonreír es Javier Bertucci, que de ser casi un desconocido creció en pocas semanas a más del 10% de los votos. Ya ha reconocido los resultados de las elecciones, por lo que es probable se dedique a hacer crecer su movimiento cohabitando de alguna forma con el gobierno y seguramente aceptando el llamado a diálogo de Maduro, si el presidente insiste en hacerlo.
Gente asustada porque ha oído que el carnet de la patria registraría su voto y así podría perder el CLAP o la pensión, que a lo mejor teme que la llegada de un opositor al gobierno signifique que la desalojen de su apartamento de la Misión Vivienda o la boten del ministerio (basta revisar lo que dicen algunos en las redes para hacer verosímil ese temor), gente, como vemos, con razones contundentes para votar, dijo basta. O le perdió el miedo a Maduro, porque no le cree nada, ni las amenazas reales o atribuidas; o ya está tan harta que no le importa lo que pase. O incluso actuó dentro de las rivalidades que probablemente hay en el chavismo, con un partido fundado por Chávez y otro por Maduro.
Por todo esto el de Maduro parece ser un triunfo pírrico, para recordar una palabra que hizo famosa el “comandante eterno”. Lo deja además de ilegítimo, con una contundente demostración de falta de liderazgo dentro del bloque gubernamental. Tiene poder real y algún margen de acción, pero ante las tormentas que se avizoran por el estado de la economía, el recrudecimiento de las sanciones después de estos comicios y la venganza que la Conoco-Phillips espera cobrar más temprano que tarde, muchos de los que tienen intereses en el gobierno, como China, Putin, y a lo mejor los militares, se estarán preguntando si es Maduro el hombre para seguir adelante. Si la rebelión de las bases del chavismo no le produjo una herida de la que ya no se podrá recuperar.