Historia

Torpezas y tormentas: Geoffrey Parker desvela los errores que destruyeron a la Armada Invencible de Felipe II

El historiador británico y su colega, el arqueólogo Colin Martin, actualizan con nuevos datos su investigación sobre «la flota más grande jamás vista»

La Armada, en el CanalABC

 

Geoffrey Parker (1943, Nottingham) se pasó de optimista hace 35 años. Cuando publicó junto al arqueólogo Colin Martin (1939, Edimburgo) su gran ensayo sobre la mal llamada Armada Invencible de 1588, pensó que sería una «investigación definitiva». Pero hasta los mejores se equivocan. Desde entonces, el binomio ha seguido zambulléndose en archivos olvidados y pecios submarinos (esto último es literal) para actualizar el tomo en varias ocasiones. La última versión, ‘La Gran Armada‘ (Planeta), la han presentado a comienzos de verano, con más del doble de páginas que aquella edición inaugural y bajo un subtítulo más modesto: «Una nueva historia de la mayor flota jamás vista».

Las novedades son muchas. Algunas arqueológicas; otras tantas, las que más, documentales. Piedras todas ellas que refuerzan las tesis originales de la obra. «El resultado sigue siendo el mismo: la Armada no logró conquistar Inglaterra, pero la Royal Navy tampoco consiguió destruir la Armada», desvela Parker. El británico responde a ABC desde el otro lado del Canal de la Mancha –el English Channel, que dicen sus compatriotas–, y lo hace a sabiendas de que el mito de la victoria aplastante de la flota de Isabel I todavía se extiende en ambos países. Una exageración, ya que se sucedió por un cóctel de factores y pudo haber tenido otro final. «Si hubiera desembarcado, Felipe II podría haber conquistado Londres», incide.

Problemas

Parker, jovial y bromista cual investigador recién salido de la universidad, sostiene que aquellas tesis iniciales han resultado ser tan inamovibles como la razón básica de la empresa: «Felipe II insistió en usar una estrategia que requería que la flota de España se ‘diera la mano’ con el ejército de Flandes antes de lanzar la invasión». La también conocida como Grande y Felicísima Armada saldría del puerto de Lisboa el 31 de mayo con órdenes de atravesar el Canal de la Mancha en dirección a Dunkerque, entre los puntos más cercanos de la costa inglesa. Allí embarcarían las tropas de Alejandro Farnesio para ser transportadas hasta Gran Bretaña.

Ese planteamiento fue el primer fallo. «Ni la flota ni el ejército, separados por 1.000 kilómetros de mar, podrían invadir Inglaterra sin el otro», advierte Parker. Felipe II era consciente de los riesgos que implicaba la operación, pero supuso que un «milagro divino» superaría cualquier obstáculo y le permitiría conquistar la isla. Después, o eso anhelaba, destronaría a Isabel en favor de su hija, Isabel Clara Eugenia. «Estaba muy equivocado», sostiene el experto. El segundo error fue entregar el mando de la flota al Duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán, un organizador nato, pero con poca capacidad de adaptarse a los cambios.

Desde el mismo instante en el que partió, Medina Sidonia se enfrentó a mil dificultades. Entre otras, las pésimas condiciones en las que se sucedió la operación. Los autores sostienen que un fuerte episodio de El Niño y una «intensa actividad volcánica en latitudes más bajas» afectaron a los «patrones meteorológicos habituales». Como resultado, se sucedieron una serie de tormentas que dispersaron a los 130 navíos de la Armada. Y, para colmo, la Royal Navy les hostigó con una artillería más eficaz. «Los relatos de testigos españoles afirman que los galeones ingleses tenían tres ventajas: eran más rápidos y maniobraban mejor, contaban con unos cañones que disparaban a más del doble de frecuencia que los de la Armada y su pólvora era más potente», explica el historiador.

Gran Armada: regreso y venganza

El 6 de agosto, la Armada llegó a las inmediaciones de Calais y Medina Sidonia envió mensajeros a Farnesio ordenándole desplazar a sus Tercios hacia la zona de Dunkerque. Tan solo una jornada después, los ingleses lanzaron ocho brulotes –barcos incendiarios– contra los barcos amarrados. Fue la guinda del pastel. Los daños fueron incontables y provocaron que muchos capitanes levaron anclas y salieran de puerto asustados. Después comenzó una penosa vuelta a España a través del norte de las islas y las costas occidentales de Irlanda. «Tormentas de una ferocidad inusual llevaron a muchos de ello a embarrancar y naufragar. Unos 8.000 hombres fueron asesinados por los ingleses tan pronto como llegaron a tierra», insiste.

Las cifras de la derrota fueron dolorosas: de los 30.000 marinos y soldados que embarcaron, murieron unos 20.000. Y lo cierto es que Gran Bretaña supo aprovecharse de ello a nivel propagandístico. Hasta tal punto, que les sirvió para ocultar el desastre naval que sufrieron en 1589. «Al año siguiente, una flota angloholandesa llevó a cabo un ataque de venganza contra EspañaSaquearon el puerto de La Coruña y desembarcaron tropas en Lisboa, pero se vieron obligados a retirarse. No perdieron barcos, pero sí perecieron un número considerable de tropas», sentencia Parker.

Tres décadas en los archivos

La clave de la obra es que fue el todo, y no la parte, lo que venció a los barcos de Felipe II. Parker y Colin llegaron a esta conclusión tras hallar material inédito como los diarios del Almirante General de la flota, Juan Martínez de Recalde, y del piloto inglés Guillermo Estucley. «Los primeros estaban escondidos a plena vista en seis cajas del Archivo Histórico Nacional. Del segundo, un manuscrito, solo sobrevive una copia que descubrió un librero sevillano y puso a mi disposición en 2004 Jesús Calero, de ABC», sostiene el historiador. Aunque, de todos los hallazgos, señala una carta fechada el 12 de agosto en la que «Medina Sidonia y su consejo de guerra discutieron si debían rendirse por los graves daños y la falta de municiones».

La pareja ha incluido a lo largo de los años estos y otros tantos descubrimientos en las ediciones actualizadas de ‘La Gran Armada’, y ahora han hecho lo propio. «La mayor parte del material nuevo es de archivo. Sobre todo, ahora podemos apoyarnos en los documentos publicados en los tomos III y IV de la magnífica ‘Batalla del Mar Océano‘», añade.

 

                                 Colin y Parker, en 1988 ABC

 

Pero Parker no se centra solo en los logros. Cauto después de una vida de sorpresas constantes, y siempre con la vista en la investigación, admite que existen todavía una larga lista de pecios y documentos por escudriñar: «Para empezar, nos quedan por analizar los registros de la Oficina de Artillería y algunas relaciones de testigos presenciales del bando inglés». Y lo mismo por el lado español, pues aún deben escudriñar los escritos de los marinos y exploradores Pedro de Valdés y Diego Flores de Valdés. El británico transmite euforia: «Se encuentran en el archivo de los condes de Revillagigedo… ¡que han abierto a los investigadores la semana pasada!». Así que no duden: todo parece indicar que veremos otra edición «definitiva» de ‘La Gran Armada’ en los años venideros.

Arqueología subacuática

A nivel arqueológico han incluido también una retahíla de conclusiones forjadas sobre los artefactos y los restos encontrados en los pecios de los grandes bajeles españoles que naufragaron en Irlanda. «Los naufragios de la Armada ya han aportado hasta la fecha algunos de los nuevos descubrimientos más significativos sobre aquella campaña, y se espera que lo mejor esté aún por venir», señalan los autores de ‘La Gran Armada’.

Desde el hallazgo del Girona en 1967 hasta la fecha se han descubierto seis naufragios en aguas de Irlanda y Reino Unido y los restos investigados no solo han proporcionado valiosa información sobre el equipamiento naval y militar de los barcos que participaron en la contienda. La cantidad de munición que se encontró en el pecio de Santa María de la Rosa, en el condado de Kerry, y la registrada después en la urca Gran Grifón, en la isla de Fair, vino a rebatir la idea, extendida entre muchos historiadores, de que la principal razón del fracaso de la Armada había sido porque se había quedado sin proyectiles.

 

Restos de La Juliana, uno de los navíos de la flota hundido en septiembre de 1588 frente a las playas del condado de Sligo, al noroeste de Irlanda ABC

 

El Trinidad Valencera, por su parte, proporcionó una gran cantidad y variedad de objetos cotidianos, actualmente expuestos en el Tower Museum de Derry que rara vez se encuentran en excavaciones en tierra y que muestran cómo era el mundo de la época.

Sin embargo, Parker señala a ABC que «no se han realizado excavaciones importantes de los restos de la Armada desde 1988, cuando apareció la primera edición». Han sido las tormentas las que han desvelado más artefactos en los últimos años, «en particular de los tres grandes buques mercantes que naufragaron en la playa de Streedagh, en el oeste de Irlanda», indica el historiador refiriéndose al Juliana, el Lavia y el Santa María de Visón, que «los arqueólogos subacuáticos están examinando».

Las galernas invernales de 2013 y 2014 dejaron expuestos nueve cañones de bronce del Juliana que fueron recuperados junto con un enorme caldero de bronce con restos de brea. Aún falta realizar una excavación completa de los restos de estos tres barcos que quedaron varados ante la playa de Streedagh y ubicar y/o excavar otros naufragios sospechosos de la Gran Armada.

Parker apunta, por ejemplo, al galeón San Marcos, en Irlanda, o al posible Regazona, que comenzó a excavarse hace una década cerca de Ferrol, en Galicia, y cuya investigación quedó varada. «No llegamos a confirmar al 100% que los restos correspondían con los de la Regazona, aunque por la documentación recogida y por el relato de los hechos era lo más plausible», señala el arqueólogo subacuático David Fernández, que dirigió esas primeras prospecciones y que aboga por continuar esa investigación que requería mayor financiación y se detuvo por falta de apoyo de las instituciones. «Los pecios de la Gran Armada son muy interesantes, son buques de una historia global, que por desgracia están abandonados», se lamenta Fernández.

 

 

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