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Trampas y tramposos

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Recuerdo que hace más de veinte años, de visita en el Uruguay para un seminario político, le pregunté a unos amigos sobre cómo se hacía allí para evitar las trampas en las elecciones. Los uruguayos con cara de no entender si la cosa iba en serio me dijeron, tajantemente, que las elecciones, en la República Oriental, eran un hecho normal, sin problemas, trampas, fraudes o accidentes.

NORMALIDAD

¿Qué hace que unas elecciones sean “normales”? La verdad es que habría que buscar en otras realidades distintas a la nuestra para poder conseguir algunos ejemplos que nos pudieran ser útiles.

Normal es, por ejemplo, que las elecciones no interrumpan el día a día. En algunos países incluso se celebran un día de semana. La gente va a lo suyo, a trabajar, por ejemplo, y saca un tiempito para ir a votar y luego de vuelta a la rutina.

Para avanzar en materia de normalidad sería importante que los miembros en casi todas las áreas del llamado Consejo Nacional Electoral (en especial su directiva) fueran de comprobada independencia. Si la gran mayoría de los ciudadanos somos independientes, no militantes de partidos ¿por qué seguimos aceptando el secuestro de la institución electoral por los partidos? Allí se encuentra una de las raíces de que nuestro sistema electoral, desde su mismo arranque jurídico, se base en la desconfianza, el recelo y la suspicacia. Y realmente causa asombro cómo los dirigentes partidistas se reparten los cargos, que si dos para ustedes, dos para nosotros, etc. De lo que podemos estar seguros todos los ciudadanos, amigo lector, es que la opinión de ninguno de los ciudadanos de a pie es tomada en cuenta en esa inmensa y muy cínica torta burocrática.

Normal es también que existan sanciones reales y duras a quienes afecten el acto electoral, e intenten cambiar la voluntad expresada en los votos.

Normal sería que los ciudadanos pudieran votar sin importar en qué parte del planeta residieran. Frente al evidente atropello derivado del cierre del consulado en Miami ya hace años, y de las trabas que funcionarios chavistas en el servicio exterior siguen poniendo a nuestros conciudadanos que buscan inscribirse, hacia el futuro hay que penalizar de forma contundente y ejemplar las conductas de aquellos “funcionarios” del servicio exterior que le nieguen sus derechos a cualquier ciudadano venezolano. Y al lector suspicaz que afirme que así siempre han sido las cosas, le respondo ¿No seremos capaces nunca de arreglar situaciones que son signo ineludible de subdesarrollo?

ANORMALIDAD

Un problema que debería asumirse en todo lo que significa para una sociedad es que la trampa, si no nos ponemos las pilas, es un dato seguro, está allí, frente a nuestros ojos, en nuestra cultura ciudadana. Es decir, que  personas que representan opciones electorales antagonistas a la nuestra en una mesa electoral, en un centro de votación, en las representaciones regionales del CNE, y en la sede central caraqueña, si nosotros no prestamos atención, harán lo posible por quitarnos votos y asignárselos a su candidato.

Pienso que existen pocos ejemplos tan evidentes como ese, en todo su cinismo, que demuestren el fracaso ético de una sociedad. Y la tremenda burla que significa el que nos llamemos “demócratas”, cuando, presentada la oportunidad, lo que somos es una sociedad de tramposos y debido a ello, una sociedad acostumbrada y hasta resignada a que las instituciones vayan mal.

Otra materia a analizar es que en todo país serio el acto electoral es en esencia un momento de civilidad republicana, un triunfo de los valores del diálogo frente a las soluciones basadas en la violencia. El Plan República, que no significa otra cosa que un nuevo tutelaje de los militares sobre la sociedad civil, es un bochorno que debería ser eliminado algún día (como la tristemente famosa “Casa Militar”).  A nuestros militares los tenemos malacostumbrados a ejercer una influencia y un poder sobre actos y situaciones que son esencialmente civiles. Como el pavoso desfile del 5 de julio. ¿Por qué se celebra uno de los hechos civiles más extraordinarios de la sociedad venezolana con una parada militar?

Un hecho importante es la necesidad de implementar políticas que promuevan el fortalecimiento del sistema de partidos, hoy extremadamente debilitado, conformado por un partido-gobierno y una serie de micro-partidos opositores. Para peor, lo que hoy existe es una constante intervención de los entes públicos en la vida partidista. Poco a poco hemos permitido que el Estado, por vía del CNE y del Tribunal Supremo puedan intervenir, si lo desean, hasta en la elección de una reina de carnaval municipal.

De igual manera, el muy denostado y sospechoso Registro Electoral Permanente, debe ser un documento de conocimiento público general.

En un trabajo publicado en Letras Libres sobre el sistema electoral mexicano, se hacían algunas recomendaciones que son también válidas para nuestra realidad. En dicha nota se recuerdan los siguientes objetivos, que son ineludibles en toda intencionalidad deseosa de mejorar un sistema electoral:

 

-Lograr que la competencia sea, desde la perspectiva de la institucionalidad pública que vela por su realización, lo más equilibrada posible.

-Definir con reglas claras el financiamiento (tanto público como privado) de los partidos políticos, los actos de campaña, la propaganda, y el acceso a los medios de comunicación.

-La delimitación de los distritos electorales sin criterios de beneficio a una tendencia (como el “gerrymandering” perpetrado por el CNE en cada elección).

-Hacer más difícil ocultar las trampas.  Por ejemplo, los informes de gastos de campaña deben generarse en tiempo real, a fin de evitar maquillajes posteriores.

Habrá quien opine que estas propuestas son utópicas. Mi respuesta: utópicas o no, son del tipo que separan a una sociedad civilizada del irremediable atraso. 

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