Tras la pista de los falsos Modigliani
Demandas, investigaciones policiales y hasta amenazas de muerte... La fiebre por Amedeo Modigliani, artista que murió pobre, víctima de una meningitis, y cuyo cumpleaños se celebra hoy, no solo ha resucitado el interés por la obra del artista, también ha desatado una trama de película. Se lo contamos.
«Solía regalar sus dibujos como si fuera una pitonisa gitana. Se los daba a todo el mundo, y eso explica que, aunque pintó más de 50 retratos míos, yo solo tengo uno«, contó en una ocasión el escritor francés Jean Cocteau sobre su amigo el artista italiano Amedeo Modigliani. En 1916, Modigliani retrató a Cocteau en la bodega del café de la Rotonde.
Ninguno de los dos tenía dinero para llevarse el lienzo a casa en un taxi y el cuadro se quedó allí después de que el pintor Moïse Kisling lo comprara por cinco francos y lo utilizara para saldar una deuda con el dueño del local. Según Cocteau, años más tarde el retrato «se vendió por 17 millones de francos (unos 2,5 millones de euros actuales) en Estados Unidos. Podríamos habernos hecho ricos, pero nunca lo fuimos». En parte por el poco apego que Modigliani sentía por su obra y en parte por la proliferación de falsas piezas adjudicadas al artista, identificar sus cuadros y esculturas se ha convertido en una odisea.
Amedeo Modigliani nació en Livorno en 1884 y salvó a su familia de la ruina. De origen judío sefardí, los Modigliani gestionaban una agencia de crédito, pero su fortuna se evaporó con una crisis financiera. Gracias a una antigua ley que prohibía embargar la cama de una mujer embarazada, la familia protegió sus enseres más preciados apilándolos encima de su madre, que se puso de parto poco antes de que los alguaciles llegaran a ejecutar el desahucio.
Cientos de obras atribuidas a Modigliani podrían ser falsas. Nadie se ha atrevido a identificarlas por miedo a la avalancha de demandas
Modigliani siempre tuvo una salud frágil: sufrió pleuritis, tuberculosis y superó una fiebre tifoidea siendo un niño. Durante aquellas convalecencias, se obsesionó con el arte renacentista y le enseñaron a leer a Nietzsche y Baudelaire. Luego estudió pintura y escultura en Venecia y Florencia.
Con 22 años, Modigliani se trasladó a París. Se instaló en un modesto estudio de Montmartre y, antes de desarrollar su propio estilo, su primera obra estuvo influenciada por Toulouse-Lautrec y Cézanne.
Pero, poco después de llegar, dejó de pintar para concentrarse en la escultura y se trasladó a Montparnasse, donde asumió los usos y costumbres de aquella generación de artistas: bebía tanto que terminó alcoholizado, experimentó con psicodélicos hasta convertirse en politoxicómano y era un seductor irredento que conquistó a escritoras, artistas, musas y modelos.
Quizá por sus crecientes problemas de salud o porque no tenía dinero, en 1914 Modigliani abandonó la escultura y volvió a coger el pincel. Tres años después inauguró su primera y única exposición en solitario en París. Fue un escándalo (por los desnudos de sus cuadros y el vello púbico de las modelos que inmortalizó), y la Policía decidió clausurarla, pero la repercusión del evento no cambió nada.
Modigliani siguió vendiendo su obra a cambio de una copa o de una comida caliente en cualquier restaurante de la ciudad. Y en 1920 murió de una meningitis tuberculosa a los 35 años. Al día siguiente, su amante y el gran amor de su vida, Jeanne Hébuterne, se arrojó por la ventana de casa de sus padres. Tenía 21 años y estaba embarazada de ocho meses. Ella y Modigliani ya eran padres de Jeanne, una niña de 13 meses que fue criada en Italia por la madre del artista.
Tras la muerte, el caos
Aunque reconocido y admirado, Modigliani fue un artista pobre, pero tras su desaparición el valor de sus piezas empezó a multiplicarse. Y entonces empezaron los problemas. Su obra era extensa, pero estaba dispersa y era difícil de autentificar.
Todavía hoy, muchos expertos solo se fían de ‘los Ceronis’. En 1958, el crítico y tasador de arte italiano Ambrogio Ceroni publicó un catálogo razonado sobre la obra del artista que actualizó por última vez en 1970 antes de morir.
Desde entonces, el inventario, que identifica 337 piezas, se considera la biblia de Modigliani. Sin embargo, según varios especialistas es un listado incompleto y algunas de las que contiene podrían no ser auténticas, aunque nadie se ha atrevido a identificarlas por miedo a una avalancha de demandas.
«Decir que la situación del catálogo razonado de Modigliani es un desastre es un eufemismo», ha dicho Kenneth Wayne, autor de un catálogo propio en el que incluye 50 obras que Ceroni nunca identificó. No es el único que lo ha intentado.
Christian Parisot profundizó en la obra de Modigliani después de conocer a la hija del artista, Jeanne, en 1973. Siempre ha sostenido que ella le cedió el derecho moral sobre la obra del artista, lo que, según la ley francesa, le habilitaba a ser él quien identificara y autentificara las piezas.
Parisot también afirma que Jeanne le cedió un archivo con más de seis mil documentos y fotografías que, según el experto, estaba custodiado en el Museo de Montparnasse, pero esos documentos nunca han aparecido. En 2010, Parisot fue condenado por fraude y más tarde fue puesto bajo arresto domiciliario después de que la Policía le confiscara 59 obras supuestamente falsas de Modigliani.
El tercer experto en discordia es el historiador de arte Marc Restellini, que pasó dos décadas trabajando en su propio catálogo, si bien, en 2001, tuvo que aparcar su inventario de dibujos del artista cuando empezó a recibir llamadas de marchantes de arte amenazándolo de muerte si se atrevía a poner la autenticidad de sus Modiglianis en entredicho. También trataron de sobornarlo.
Al historiador Restellini lo amenazaron de muerte por decir que publicaría un inventario con los auténticos dibujos de Modigliani
El catálogo de Restellini recoge 80 obras más que la biblia de Ceroni. Además, se aventura en un terreno espinoso: identificar los falsos Modigliani. Según Restellini, podría haber más de un millar en todo el mundo. Elmyr de Hory, el famoso falsificador húngaro afincado en Ibiza, pintó muchos de ellos. Su asistente en aquella época, Mark Forgy, heredó más de 300 falsificaciones y varios Modiglianis falsos que sigue vendiendo on-line a precio de oro.
Y, pese a todo, o quizá precisamente por la misteriosa leyenda que rodea a su obra, la fiebre por Modigliani, azuzada por el reciente centenario de su muerte, es hoy más intensa que nunca. Varios museos, como el Instituto de Arte de Chicago o el Guggenheim de Nueva York, están examinando minuciosamente las obras que poseen del artista para intentar descifrar el ‘código Modigliani’.
Pero no es una tarea sencilla. Para empezar, porque su obra apenas estuvo documentada. El análisis con rayos X e infrarrojos de sus lienzos debería arrojar más luz. Ya se sabe, por ejemplo, que ningún Modigliani auténtico contendría pigmento blanco de titanio, que empezó a distribuirse después de su muerte. Y, sin embargo, más de cien años después de su desaparición, el artista sigue siendo un misterio que desafía a expertos, museos y casas de subastas.